Sierra Nevada
Últimos rayos del sol de verano sobre la cara norte del Mulhacén, Sierra Nevada
Amanecer de verano desde la cima de La Alcazaba, Sierra Nevada
Alayos de Dílar
Hace unos días terminaba de revelar y dar forma a un nuevo conjunto de fotografías llamada “Alayos de Dílar”. Éste pertenece al proyecto “Esencia de montaña”, que he empezado hace poco y en el que pretendo recoger la luz y el carácter de diferentes montañas y las sensaciones que me transmiten cuando estoy allí solo o cuando las veo desde la distancia.
Este conjunto muestra diferentes perspectivas de estos picos de baja montaña en el que las nubes van jugando con ellos, moviéndose y ocultando o mostrando partes diferentes.
El conjunto es pequeño, y todas las fotografías están tomadas en una misma sesión. Es lo que tiene no dedicarse a esto para ganarse la vida, se fotografía cuando se puede y, si no vives cerca para poder volver repetidamente, tienes que comprimir todo en un tiempo mínimo y conformarse con las ocasiones que se presentan, lo que causa siempre cierto stress (sí, aunque parezca mentira, en la fotografía de paisaje, la obsesión por buscar luces y momentos únicos llega a ser estresante si no se logra y sobre todo cuando éstas por fin llegan y tú estás de camino a tu trabajo rutinario y no cámara en mano persiguiendo a la luz). A todo esto hay que añadir que no tengo paciencia, por lo que si la ocasión tiene provecho y hay varios encuadres en una misma sesión, para mí ya es suficiente para tener una primera aproximación a un conjunto al que sacarle partido.
Guardo cariño a los Alayos de Dílar y en general a toda esta zona de montaña baja. De pequeño mis padres nos llevaban a mis hermanos y a mí algunos domingos cuando hacía buen tiempo y comíamos y pasábamos el día en la naturaleza con otros amigos y sus hijos. Y sobre todo porque a mi madre le gustaba mucho pintar paisajes de esta zona, en especial las vistas del cortijo Sevilla y los Alayos. Recuerdo que apreciaba mucho el hecho de que los Alayos estuviesen nevados, y es ahora cuando lo comprendo.
El día no comienza bien
Volviendo al presente, la verdad es que cuando hice la primera revisión de lo que había sacado aquel día no estaba seguro de lo que iba a poder obtener, más si cabe por cómo empezó aquel día.
Con casi dos semanas de vacaciones por delante, y después de unos primeros más tranquilos sin hacer ni una sola fotografía, pensé en ir a Sierra Nevada, pero a zona de alta montaña. Tenía acumuladas muchas ganas de blanco y muchas esperanzas en Sierra Nevada, ya que en diciembre la nieve en la Sierra de Guadarrama había sido bastante decepcionante, sobre todo después de prometer mucho tras la primera gran nevada de noviembre que había cubierto bastante en el parque natural de Peñalara y que reconozco que desperdicié por subir el primer atardecer, que había buena luz y buenas nubes, ¡sin cámara! (ya me vale). Bueno, al menos tomé unos bocetos con el móvil para futuras ocasiones, que aún no se han presentado.
Volviendo a Sierra Nevada y los Alayos, lo que tenía pensado ese día era ir no muy temprano, con luz de día ya alta, para ver bien y buscar localizaciones y estudiar mejor lo que me esperaba para los siguientes días, llevando el equipo completo por si se me echaba el atardecer encima y merecía la pena hacer algo.
Mi sorpresa fue que, cuando llegué un par de kilómetros más allá de la estación de sky, la carretera estaba cortada por la buena nevada que había caído el día anterior. Como temía encontrarme un panorama igual a Peñalara, con poca nieve y pisoteada, pensé: “bien, nieve reciente sin pisar”. Pero en seguida me di cuenta de que con esas condiciones no iba a poder subir hasta donde tenía pensado dejar el coche para empezar mi ruta a pie.
Lo que se me ocurrió en ese momento fue tomar un desvío y ver cuánto podía acercarme en coche por otro camino, pero llegué a un punto en el que el coche empezó a patinar y no había forma de moverse.
Había sido precavido (iluso) y tenía las cadenas de nieve en el coche, confiado de hacerlo rápido porque ya había puesto cadenas similares (de rombos) unas pocas veces en mi antiguo coche y la situación no era nueva para mí. Me paré a ponerlas, pero esta vez, nuevas cadenas y coche distinto y éstas nunca las había puesto para probar, no había forma de ponerlas, loco y cansado de probar a tirar por todos lados, se me ocurrió mirar la medida máxima y ¡voilà – q-y0ns – m3rd!, mi neumático tenía un perfil ligeramente superior. Entre tanto, una excavadora había pasado y limpiado la carretera y ya podía moverme. Así que nada, a guardar las cadenas con cara de tonto. Asumí que era mejor volverse por si la cosa se ponía peor por la tarde y me quedaba sin poder mover el coche de forma irremediable.
El plan alternativo
Conducía frustrado de vuelta a casa cuando vi a mi izquierda el Trevenque y los Alayos con una ligera capa de nieve. Éstos son picos de baja montaña, el primero ligeramente por encima de los 2.000 metros, el llamado rey de la montaña baja, y los segundos rondan los 1.800 metros. Aunque la alta montaña suele tener nieve desde primeros de otoño hasta finales de primavera y neveros considerables a principios de verano, los picos de baja montaña no suelen estar nevados hasta enero y en pocas ocasiones, y la nieve que cae es ligera y no dura mucho. Así que es una oportunidad que decido aprovechar.
Tenía planificada una ruta para ir por aquella zona para otras vacaciones y buscar encuadres de los Gallos, que son otros picos de baja montaña detrás de la cuerda de los Alayos. Los Gallos son un grupo de picos escarpados, con ramblas de arena bastante marcadas y zonas de sombra que los hacen muy interesantes, recuerdan a crestas de gallos, así que imagino que de ahí debe venir el nombre.
Por tanto, al ver la zona con nieve, decidí acercarme y echar un vistazo. Dar la vuelta desde la zona de la estación de sky, llegando de nuevo a la ciudad y tomando el camino de subida a esa zona de montaña me llevó un buen rato, acumulado al tiempo perdido en la primera subida y el tiempo inútilmente gastado para intentar poner las cadenas de nieve, hizo que llegara casi a las tres de la tarde, así que tenía unas dos horas y media de luz.
Semanas antes, el punto que había estudiado como más favorable para la ruta era dejar el coche en el collado del cortijo Sevilla. Así que, tras llegar y sacar de la mochila los trastos de alta montaña inútiles en el medio en el que estaba, es decir, crampones, raquetas de nieve y polainas, y olvidarme de las botas rígidas que llevaba en el maletero, comencé a andar por la vereda que transcurre bajo el canal de la Espartera.
Los fotógrafos de paisaje o de naturaleza en general tenemos una desventaja sobre el resto de montañeros cuando salimos, y es que en nuestra mochila, además de llevar lo básico para moverte en montaña, tenemos que llevar equipo fotográfico pesado. Ésta es una carga que sólo soportamos porque su peso no puede con nuestras ganas de fotografiar. Ese día alivié el peso quitando los trastos de alta montaña, pero cuando voy a las zonas más altas con nieve mi espalda suele sufrir cargando nada más ni menos que 16 kilos.
Primer encuadre y siguiente problema
Continuando mi camino, a los 15 minutos ya veo un primer encuadre del valle del río Dílar en dirección oeste que promete. El río Dílar es uno de los ríos principales que desemboca en el río más importante que nace en Sierra Nevada, el río Genil, y se alimenta de todos los neveros y lagunas que hay en la cuenca entre la Loma de Dílar y la arista de los Tajos de la Virgen y el Tozal del Cartujo, que divide los valles del Dílar y del río Lanjarón. Entre las lagunas más importantes que lo alimentan están la Laguna Misteriosa, los Lagunillos de la Virgen y la Laguna de las Yeguas, que es la más grande de Sierra Nevada y lamentablemente más grande aún por haber sido tristemente alterada en los años 70 de forma artificial con represas horribles para crear un embalse para la estación de sky, rompiendo la magia y el encanto que tenía y que podemos aún ver en fotografías de épocas anteriores.
Cuando me encontré ese primer encuadre, la luz aún no era adecuada, pero el cielo tenía una cobertura de nubes que prometía un buen atardecer. Decido parar, sacar todo el equipo y montar el trípode. Cuando voy a montar la cámara sobre éste me doy cuenta de que no tengo puesto ningún plato en la cámara, ya que el que tengo colocado habitualmente en la cámara, en L y bastante pesado, lo había quitado y dejado en casa para aliviar algo de peso y no lo llevaba pensando que en la mochila tenía un plato pequeño. Empiezo a buscar como loco por todos lados y nada, ni rastro del plato. Un desastre, parece que los elementos se han alineado para arruinarme el día, primero las cadenas de nieve y ahora el plato del trípode. Me paro un rato bloqueado a pensar: “¿qué hago ahora sin trípode cuando caiga la luz?”. Ya que he llegado hasta aquí y no hay tiempo de volver a casa a buscar un plato decido seguir andando y al menos disfrutar de la tarde y ver encuadres para volver en otra ocasión. Así que lo guardo todo y me olvido de hacer ninguna foto durante el resto del día.
Sigo el camino, las nubes de occidente comienzan a ir cerrándose y van difuminando la luz. Levanto la vista del camino y veo hacia el sur los Alayos nevados iluminados con una luz que empieza a ser interesante, y con unas nubes que van envolviéndolos parcialmente, dándoles un carácter gélido y un aire misterioso. Me recuerda a aquellas narraciones literarias orientales en las que el personaje tiene que subir a la cumbre más alta rodeada de nubes para ver al oráculo o gran sabio que le va a resolver algún misterio.
La situación empieza a mejorar
Lamentándome aún por no poder utilizar el trípode, las ganas me pueden y decido intentar algo sacando de nuevo la cámara, esta vez colocando el teleobjetivo 70-300mm, al menos para que me sirvan como bocetos para estudiar futuras ocasiones mejores. Compruebo que la luminosidad es baja y que la velocidad a la que tengo que disparar va a estar por debajo de 1/100. La distancia focal a la que voy a disparar está entre 70, bien, y unos 250mm, mal porque ya está superando el límite que me impide disparar a pulso, y precisamente no puedo presumir de un pulso impecable. Además, mido la luminosidad de la montaña y la del cielo y el contraste es alto excede el rango dinámico de la cámara, por lo que ya intuyo que voy a necesitar un filtro graduado, en este caso, un hard de 3 puntos.
Así que subo el ISO a 200 para poder duplicar la velocidad y así llegar a una más rápida que me permita disparar en un rango más cercano o incluso dentro del límite de mi pulso. Aunque mi cámara llega hasta 6400 ISO, la realidad es que utilizar ISO’s por encima de 800 causa tanto ruido que arruina cualquier fotografía que haga. En ese momento decidí disparar con una apertura de f11 porque es la que suelo tener establecida y más me convence por su equilibrio entre profundidad de campo y difracción, pero más adelante cae algo la luz y antes de seguir subiendo ISO decido abrir un paso más el diafragma y bajo a f8, ya que para el tipo de fotografía que voy a realizar y la distancia de enfoque en la que me voy a mover no necesito tanta profundidad de campo. Hago ya algunas fotografías y el resultado que veo en la pantalla me gusta.
Un hecho inesperado
Sigo el sendero intentando buscar otros encuadres y además, llegar a la cascada del río Dílar. Sobre esta cascada ya sé de antemano que es pequeña y puede no ser muy interesante como sujeto, pero quiero llegar y ver las posibilidades para otra ocasión donde pueda utilizar el trípode y la luz sea mejor para fotografiarla, ya que la que hay en ese momento para ese tipo de fotografía no me convence.
Así voy caminando hasta que, antes de llegar a la cascada, me paro en seco porque tengo delante un toro que está parado en el sendero a unos 10 metros y mirándome fijamente. El toro se ha dado cuenta antes de mi presencia que yo de la suya, así que la situación de encontrarlo parado mirándote fijamente y tan cerca, sin una valla entre ambos, impresiona. Intento dar un par de pasos hacia adelante para ver si se da la vuelta o hace algo, pero nada, tras un minuto parado no se mueve y decido apartarme a ver qué hace. Subo un poco y la situación no cambia. Subo un poco más por unas rocas que hay encima del sendero y por fin el bicho estima que no hay peligro y comienza a andar y pasa de largo. Pienso: “Puff, bien, ya está, a continuar”. Bajo de nuevo al sendero y otra vez me quedo perplejo, ¡no puede ser!, hoy no es mi día, otra vaca está parada un poco más allá, parece que iba siguiendo al toro. Hago la misma operación, me aparto de nuevo y la vaca acaba pasando.
Cuando retomo el camino y avanzo unos metros veo otra vaca más, hay que fastidiarse. Me fijo y detrás de ella, separadas a una distancia equidistante, le siguen más vacas y toros. Cuento unas cinco. Ya empiezo a cansarme pero me vuelvo a subir. Esta vez no les da la gana de avanzar, parece que son más tímidas. Al final decido subir por encima del sendero bastantes metros y avanzar campo a través, pero tiene mucha inclinación, voy con la cámara en la mano y los matorrales cierran bastante el paso. Tengo suerte y enzarzado entre matorrales veo que este clan de toros y vacas se anima a reanudar la marcha y terminan pasando y dejándome el camino libre. De repente me acuerdo de que al principio, cuando tomé el sendero, había un par de plastas gigantes y no me explicaba qué hacía aquello por un sendero de montañismo, pero bueno, antes de que la vida moderna nos permitiese salir a la montaña por placer, ya estaban primero los pastores y otros lugareños de oficios relacionados con la montaña que fueron los primeros en marcar estos senderos.
Avanzando y a lo mío
Por fin vuelvo sobre mis pasos y bajo hasta el sendero y continúo. Por suerte ya no me encuentro más vacas ni toros que me corten el paso. Llego hasta la cascada y la veo desde arriba, está cayendo la luz y me da pereza bajar, hago un par de fotos para dejarla documentada y decido seguir el sendero y terminar de aprovechar el día con los picos nevados y las nubes, que van cambiando y ofreciéndome diferentes situaciones de luz, que voy aprovechando para hacer fotografías de ellos intentando aguantar la respiración y apretando los brazos más que nunca. Entre las fotos que pude hacer aquel día tenía tanto nubes con claros que dejaban pasar luz y dejaban entrever el cielo azul como otras que ocultan todo y daban un aspecto más gélido pero que no acabaron de convencerme y no han visto la luz al final.
Cuando llego al final del sendero donde se encuentra con la pista forestal que lleva hasta la toma del canal de la Espartera, decido volverme. Tomo unas cuantas fotografías más hasta que el atardecer va cayendo y no puedo seguir manteniendo la velocidad para disparar a pulso. Para mi consuelo este tipo de nubes en las cumbres bajas no se pintan con el sol de atardecer y no tengo que desesperarme por no llevar el plato para utilizar el trípode.
Guardo la cámara sin antes fastidiarla con tanto trasto en las manos y se me cae al suelo el portafiltros con el filtro de 3 pasos, menudo susto, con lo que cuestan estos filtros. Tengo suerte y cae relativamente bien, unido a que es de resina y no de cristal, sólo se lleva un doloroso piquete pero muy en el extremo, así que no ha pasado nada. Bien por Lee y la dureza de sus filtros (lo he visto decir ya en varios blogs, que son más resistentes al rayado), no estoy seguro que una caída de un filtro de cualquier otro fabricante o uno de cristal hubiesen salido tan bien parados al caer sobre piedras con aristas afiladas.
Pasado el susto con la caída del filtro decido avanzar a paso ligero, antes me coloco el frontal para cuando ya no haya luz y así no estar rebuscando a oscuras en la mochila. Siempre llevo pilas de repuesto y otro frontal más, ya que no quiero arriesgarme a que falle en el peor momento, no quiero pensar en la situación de estar de noche solo por un sendero pedregoso o por nieve sin ver nada. En este caso estaba a 45 minutos del coche, pero en otras ocasiones, más de dos horas de camino a oscuras pueden convertirse en un infierno del que seguramente no haya salida, sin luz veo imposible dar un paso sin ir al suelo.
Una última sorpresa
Voy avanzando y aún hay luz para avanzar sin problemas, así que por ahora el frontal va apagado. De repente, plaff, me paro en seco otra vez, no puede ser, cuándo va a parar el día de darme estas sorpresas, la manada de vacas y toros está otra vez ahí, en esta ocasión no las tengo en dirección contraria, sino que van en mi misma dirección pero están paradas pastando y bloquean el sendero. Aquí ya no hay posibilidad de apartarme para que pasen, son ellas las que lo tendrían que hacer y no creo que vayan a tener la cortesía conmigo. Así que doy unos gritos estilo pastor y éstas comienzan a andar, ¡vaya, parece que esto se me da bien!, y así sigo, en caravana, detrás de la manada, desempeñando la función de pastor con L de novel y como farolillo rojo de la manada. Tal cual transcurre el resto del camino, bastante más lento de lo que lo hubiese hecho solo, dando gritos de “arrehhh, ehhhgeeee, k’ai prisa…”cada vez que algún toro o vaca se paraba.
Llegando al final
Más tarde llego al cortijo Sevilla y la manada se desvía y sale de mi camino. Soy cortés y me despido de ellas. Ahora avanzo mucho más rápido, aunque ya a estas alturas tengo el coche a la vista y me quedan menos de cinco minutos para llegar a él.
Por fin llego al coche y puedo quitarme la pesada mochila de los famosos 16 kilos. Llamo a casa para avisar y decir que ya estoy en camino. Como algo rápido, arranco y tomo la pista forestal que me lleva a la civilización.