
La luna al amanecer sobre los raspones de Río Seco (Río Seco #5, privamera 2014)
Este lugar me causó una gran impresión la primera vez que lo vi en fotografías y atrapó en un instante mi mirada para siempre. Desde entonces ha estado en mi cabeza y supe que algún día estaría allí para fotografiarlo en un momento de luz especial.
Y ese día llegó. Fue a mediados de primavera, tras una travesía de dos días y 24 kilómetros, para contemplar un atardecer y un amanecer que nunca olvidaré. El tiempo pasará, pero al menos me queda esta galería de fotografías y muchos recuerdos de aquella aventura: Luces de Río Seco.
Aquel fue un atardecer lleno de sensaciones, atravesando pasos de nieve complicados mientras caía la luz y ésta mostraba sus azules más profundos y sus magentas y violetas más impactantes.
Tras ese atardecer la luz se despidió de mí para dejarme solo, ante una oscuridad sobrecogedora, en el centro del más absoluto aislamiento, en un paso con un desnivel complicado, rodeado de nieve y lejos aún de cualquier refugio.
Tampoco olvidaré aquel amanecer, tenue y silencioso. Me temo que no voy a ser capaz de describir la impresión que supone estar ahí, en ese lugar, solo en la oscuridad, en el fondo de su circo glaciar, hundido en la nieve y rodeado por sus crestones y raspones, en el más absoluto silencio, esperando a que llegue la luz.
Río Seco
Los raspones y los crestones de Río Seco son un conjunto de picos y crestas que se suceden uno tras otro y que custodian muy de cerca un grupo de lagunas de alta montaña.

Raspones de Río Seco al amanecer con la cubeta del lagunillo alto cubierta por la nieve (Río Seco #2, privamera 2014)
Lo que para mí hace especial este lugar es la proximidad de altura de las lagunas a los picos, que parecen tocarse, y la explosión y sucesión de picos en línea con una altura creciente, recordándome a la espina dorsal del esqueleto de un gran Stegosaurus.
Circo glaciar y divisoria de mares
El conjunto de lagunas se asienta en el circo glaciar de Río Seco, a una altura de 3.000 metros. Éste es un circo de baja sobreexcavación, de ahí que las lagunas queden casi al pie de los picos.

Amanecer con luna decreciente. Los raspones de Río Seco se elevan sólo a unos 100 metros por encima de la cubeta del circo glaciar (Río Seco #14, privamera 2014)
Los picos más altos, los crestones, rondan los 3.200 metros de altura. La cuerda en la que se ubican los crestones forma parte de la divisoria de mares Atlántico-Mediterráneo. La divisoria de mares separa aquellas lagunas y ríos de Sierra Nevada que vierten aguas a los principales ríos que desembocan en el Atlántico o en el Mediterráneo. La cara norte acaba vertiendo aguas al Guadalquivir (Atlántico) y la cara sur vierte al Guadalfeo (Mediterráneo). Esta divisoria de mares forma parte de la gran divisoria del Mediterráneo, que parte de Cádiz y termina en la región italiana de Apulia, y que separa aguas del Mediterráneo de las del Atlántico, Mar del Norte y Mar Adriático.
Las lagunas se alimentan del deshielo de la nieve acumulada en los crestones y raspones y forman el nacimiento del Río Seco, que une sus aguas al río Mulhacén, pasando luego por el río Poqueira y el río Trevélez, hasta llegar por fin al río Guadalfeo, que acaba en el Mediterráneo. Así, estas lagunas forman parte de la vertiente sur de la divisoria de mares.

Amanecer en la cuenca de Río Seco, con el valle de Poqueira al fondo (Río Seco #3, privamera 2014)
La travesía hasta el punto más alto
Llegar a este lugar en invierno o primavera no es fácil y así fue. La acumulación de nieve hace que los pasos sean complicados, con una pendiente considerable, y en los que hay que tener cuidado con los aludes de placa.

Vuelta al día siguiente: paso de nieve complicado antes de llegar al Collado del Lobo (Ruta río Seco #24)
El punto de partida más cercano a Río Seco está a 10 kilómetros, la Hoya de la Mora, a una altura de 2.500 metros, y hay que pasar por el collado de la Carihuela, a unos 3.200 metros, a los pies del Veleta, que es el punto más alto de la travesía.
Como en esa época atardece casi a las 21:30, ese día decidí subir ya por la tarde, comenzar mi ruta sin un destino fijo, ascendiendo por Cauchiles casi hasta las posiciones del Veleta, hasta tener a la vista la Laguna de las Yeguas y los Lagunillos de la Virgen. Si los veía suficientemente deshelados, bajaría y fotografiaría el atardecer en esta laguna o en los lagunillos y volvería a casa al anochecer. Si no, llegaría hasta el collado de la Carihuela a echar un vistazo y ver de lejos por primera vez los Raspones de Río Seco.
En la antigua carretera que llega hasta el Veleta, desde hace años cortada al tráfico, la nieve aún tenía un espesor considerable, y aunque hacía bastante calor, la nieve estaba lo suficientemente dura para permitir andar con relativa comodidad.

Espesor de la nieve en la antigua carretera al Veleta (Ruta Río Seco #1 – Móvil)
Tras un rato de camino, el Veleta parecía cada vez más cerca.

El veleta cada vez más cerca (Ruta Río Seco #2 – Móvil)
En esta ruta hay que atravesar varias pistas de esquí, aunque a la hora a la que subía ya estaba cerrada la estación y no había rastro de esquiadores, tampoco de montañeros. El silencio se rompía con el ruido de las máquinas pisa pistas, que ya trabajaban acondicionando la nieve para el día siguiente.

Pistas que atraviesa la ruta que llega hasta el Veleta (Ruta Río Seco #3 – Móvil)

Cara oeste de la sierra, dominada por las pistas y remontes de la estación de esquí (Ruta Río Seco #4 – Móvil)
La ruta también discurre por tramos de la antigua carretera al Veleta, tramos que ahora son pistas de esquí de fondo.

Pista de esquí de fondo sobre la antigua carretera que lleva hasta el Veleta. Al fondo los Tajos de la Virgen y la arista del Cartujo (Ruta Río Seco #5 – Móvil)
Algunas nubes rondaban la cuerda que va desde el Veleta al Caballo, y decidí parar, sacar la cámara y hacer esta fotografía que muestra el puntal de Loma Púa a la izquierda y termina en la arista del Cartujo a la derecha.

Llegando al Collado de la Carihuela, nubes sobre los Tajos de la Virgen, el Tozal del Cartujo y el Caballo (Ruta río Seco #1)
Al girar la mirada a mi derecha vi como las nubes empezaban a cerrar la vista sobre el valle del Dílar. El Trevenque había desaparecido, y las nubes dejaban entrever el radiotelescopio del observatorio del IRAM, una inmensa parabólica de 30 metros de diámetro que fue construida en cuatro años (desde 1980 a 1984) y situado a 2.850 metros de altitud, que es utilizado cada año por más de 250 astrónomos que desarrollan allí sus proyectos científicos.

Antes de llegar a la Carihuela, las nubes cierran la vista del valle del Dílar, dejando entrever el radiotelescopio del IRAM (Ruta río Seco #2)
Pasadas dos horas y tras unos cinco kilómetros, tuve a la vista la Laguna de las Yeguas, que estaba completamente helada.

Laguna de las Yeguas helada – abajo a la derecha (Ruta Río Seco #6 – Móvil)
El plan inicial cambiaba, ya que no había laguna en la que fotografiar el atardecer, así que decidí continuar hasta el refugio de la Carihuela y echar un vistazo a Río Seco desde lejos. Llegué a la Carihuela tras casi tres horas de subida.

Refugio de la Carihuela (Ruta Río Seco #7 – Móvil)
La pesada carga del fotógrafo que sube a la montaña
Hay dos diferencias notables entre un montañero y un fotógrafo y que condiciona mucho el esfuerzo y los tiempos de subida en una travesía.
La primera es el peso del equipo. Cada vez que hago una ruta, aunque sólo sea de un día o una tarde, subo con una mochila tan grande que la gente, cuando cruzamos conversación en el camino, suele creer que voy a pasar varios días en la montaña. Y la realidad es que ésta va cargada casi al completo de equipo fotográfico, que además tiene un peso considerable, varios objetivos entre 1 y 1,5 kilos cada uno, la propia cámara y su bolsa, que ocupan mucho volumen, la bolsa de los filtros, el voluminoso y pesado trípode con su rótula igual de pesada, flash, linternas, etc.
Además de esto, hay que cargar con el equipo de montaña (crampones, bastones, ropa,…) y con la comida y el agua, lo que en total suma más de 16 kilos a la espalda, en una mochila con un volumen de entre 60 y 70 litros. Esto sólo para un día, por lo que si añadimos equipo para pasar la noche y agua y comida para varios días, el peso puede llegar a ser insoportable y la velocidad de marcha muy lenta.
A veces, cuando me he puesto la mochila en los hombros sin haber metido aún el equipo fotográfico, la diferencia que noto es abismal, dándome la impresión de que no llevo nada a la espalda. Cuando la cargo con el equipo, la sensación cambia totalmente.
La segunda diferencia es que los ojos de fotógrafo nos alargan más de la cuenta los tiempos de parada, ya que éstos nos entretienen cuando se quedan clavados buscando encuadres y nos ponemos a hacer varias fotografías buscando documentar una composición que vemos con potencial para una próxima vez.
El ritmo más lento por el peso, unido a tanta parada, nos hace sumar al menos entre un 20 y un 30 por ciento a los tiempos que solemos ver en los libros de rutas.
A estas dos diferencias se suma que buscamos una luz especial, por lo que solemos andar por la montaña a horas en las que el resto ya está, o aún está, descansando en los refugios o en sus tiendas. Mientras tanto, para nosotros la visibilidad en la ruta se reduce hasta tal punto que la velocidad de marcha cae considerablemente y el tiempo se alarga más y más.
Una decisión difícil
Tras llegar a la Carihuela, desde allí eché un vistazo a mis queridos Raspones.

Vista sur de Sierra Nevada con los raspones de Río Seco en el plano medio y el Mulhacén y la Alcazaba tapados por las nubes. Delante, el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #8 – Móvil)
Ahí estaban, tan cerca, después de tanto esfuerzo para subir hasta allí. Una extensa nube cubría el Mulhacén y la Alcazaba, dejando a la vista el Puntal de la Caldera, los raspones y los crestones de Río Seco. Fue una gran sensación tener delante de mis ojos y tan cerca aquel lugar que soñaba fotografiar.
La tentación de tenerlos al alcance de la vista y poder llegar hasta ellos era fuerte. Y así empezó a rondar en mi cabeza, cada vez con más fuerza, la idea de llegar hasta allí.
Aún quedaban casi dos horas de luz, pero la nieve acumulada en el paso que había que atravesar para llegar a ellos imponía. Sabía que si lograba llegar hasta Río Seco antes del crepúsculo del atardecer, volver de noche por aquel paso de nieve sería muy complicado y tardaría muchas horas en llegar hasta el coche, demasiadas horas andando de noche por la montaña y cansado, por lo que era inviable llegar y volver. Así que tenía que decidir si aventurarme e intentar llegar hasta allí o volverme y no tener nada después de haber llegado tan cerca.

Nieve acumulada en el paso bajo el Veleta y el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #9 – Móvil)
La nieve acumulada dejó de preocuparme demasiado cuando unos montañeros que se preparaban para dormir en el refugio de la Carihuela me dijeron que venían desde el Mulhacén unas pocas horas antes, donde habían pasado la noche anterior, y que habían pasado por el camino con una huella muy marcada.
Después de pensar durante un buen rato, el impulso se apoderó de mi mente. Pensé en llegar, fotografiar el atardecer, y como ya no podría volver, continuar aún más lejos para pasar la noche en un refugio a unos dos kilómetros más al Este. La tentación de llegar hasta allí y las ganas de ver aquel lugar con la luz del amanecer terminaron de cegarme. Así que decidí comenzar a andar. Aquella duda me había llevado a estar parado en la Carihuela más de media hora, así que ya quedaba menos aún para que anocheciese.
Llevaba suficiente comida, poca agua, aunque esto tenía remedio, y ningún equipo para pasar la noche, pero como la temperatura no llegaría a bajo cero, pensé que podría pasar la noche dentro del refugio, bien abrigado y con dos mantas de emergencia que siempre llevo en la mochila. Y así fue.
Las horas más duras del camino
Tras una bajada hasta los 3.100 metros, y pasada laguna de los Vasares del Veleta, de la que no había ni rastro, ya a los pies del Cerro de los Machos, el camino empezó a ponerse muy difícil, el paso comenzó a tener una gran pendiente y todo se fue complicando, con nieve relativamente dura, lo que me obligó, a pesar de ver restos de desprendimientos de roca, a parar donde el carril de tierra aún tenía claros y ponerme los crampones. Esto, unido a las paradas continuas para hacer fotografías de esta parte del camino, me retrasó demasiado.

El camino comienza a complicarse, con un desnivel considerable. Un claro en la pista de tierra, aunque con desprendimientos de roca, me sirve para parar y ponerme el equipo (Ruta río Seco #3)
Cuando vuelvo a ponerme en marcha y miro hacia adelante, me doy cuenta de que al fondo las nubes comenzaban a taparlo todo. Ya no hay rastro de la Alcazaba ni del Mulhacén, ni de Loma Pelada ni del Puntal de la Caldera. Los raspones y crestones apenas se ven. Empecé a pensar que si la niebla lo cubría todo, la noche caería todavía más de prisa y ver el camino se complicaría todavía más.

Paso al atardecer bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #4)
Más tarde, tras avanzar unos cuantos metros, el viento comienza a despejar de nuevo el fondo y esto me da algo de tranquilidad, ya que veo que el paso cada vez tiene más pendiente.

Paso con cierta pendiente bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #6)
Miré hacia atrás y allí quedaban los restos de la pista, ya que la nieve comenzaba a cubrirlo todo.

Vista atrás de los restos de la pista y nieve sobre el paso bajo el Cerro de los Machos hacia el Collado del Lobo (Ruta río Seco #5)
Lo que pensaba que sería nada más que una hora de camino comenzó a alargarse más de lo que esperaba. Lo peor de todo es que aquella visión de la inmensidad de la montaña y de las luces del atardecer hicieron que no fuera consciente de que la tarde avanzaba demasiado.
Tras cinco horas desde que comencé, llegué al collado del Lobo. La vista de la sierra desde allí, con Veta Grande, el corral de Valdeinfierno y toda la cara norte, impresionaba.

Vista de Veta Grande desde el Collado del Lobo (Río Seco #11, privamera 2014)

Vista desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #7)
Aún ni había llegado a Río Seco cuando la luz ya había caído demasiado y me había perdido aquel magnífico atardecer durante el camino. Justo cuando ya dejaba atrás el Collado del Lobo, empecé a ver marcas de posibles fracturas de placa más abajo y comencé a preocuparme, pero supe que ya no había vuelta atrás, debía seguir y llegar al refugio antes de que las temperaturas comenzasen a bajar mucho y la noche se cerrase del todo atravesando aquellos pasos con tanto desnivel.

Valle del río Veleta. Luz muy baja antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #8)

Un poco más adelante, último paso de nieve complicado antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #9)
Ya ni me atreví a entretenerme para sacar el trípode y fui configurando la cámara, estirando los parámetros de exposición en cada fotografía para intentar mantener la mínima velocidad de exposición que mi pulso tolera, primero subiendo ISO hasta que la cámara ya no pudo con el ruido, luego abriendo el diafragma todo lo que el gran angular me permitía sin perder la profundidad de campo mínima que necesitaba aquel paisaje. Las últimas fotografías ya sufrían una falta de nitidez notable por la trepidación.

Vista del Puntal de la Caldera antes de llegar a la puerta de los raspones. Última fotografía en la que la velocidad ya no permitía mantener una nitidez aceptable (Ruta río Seco #10)
Las fotografías ya no importaban
Y así hasta que poco a poco dejé de hacer fotos, guardé la cámara y mi mente ya sólo se centró en lo realmente importante, en llegar al refugio tan rápido como pudiese y con el mayor cuidado. Al final sólo había podido hacer unas pocas fotos del camino al atardecer, a pulso y sin el equipo adecuado, ninguna como me gusta, de forma calmada y reflexiva, con un encuadre y una composición bien pensados, meditados, desplegando el trípode en su sitio, midiendo la luz y colocando los filtros delante del objetivo, todo ello como si de un ritual sagrado se tratase.
El nivel de luz cayó tanto que el móvil sólo fue capaz de captar estas dos fotografías justo antes de llegar a la puerta de los raspones.

Paso de nieve antes de llegar a la puerta de los raspones con la noche cerrada (Ruta Río Seco #10 – Móvil)

Último vistazo hacia atrás antes de pasar la puerta de los raspones, aún quedaban 2,5 kilómetros y una hora y media hasta el refugio de Pillavientos (Ruta Río Seco #11 – Móvil)
Ya hacía frío y estaba tan cansado después de casi 6 horas que, pasada la puerta de la pista que atraviesa toda la sierra, tuve que pararme a descansar un rato, beber agua y ponerme el cortavientos, guantes y gorro. Hasta ese momento había pasado todo el día con una simple camiseta técnica y una gorra para taparme del sol.
Tras la puerta excavada sobre la roca de los raspones, el paso perdió algo de pendiente y fue más suave, pero la noche ya estaba tan avanzada que no veía el fondo del desnivel, y esto me preocupaba. Tras un rato, después de doblar la curva de la loma Pelada, la nieve desapareció, y aunque reapareció en unos pocos tramos, esto me dio un respiro, un alivio pensar que ya sólo se trataba de andar de noche por un carril de tierra, sin el riesgo de pisar nieve donde no debía y provocar algo grave.
Por fin en el refugio
Tardé una hora más en llegar al refugio desde la puerta de los raspones, a las 23:00. Y allí pasé la noche, abrigado y envuelto en mi manta de emergencia, en el refugio de los tres nombres, Pillavientos, Villavientos o «de Loma Pelá». Llegué tan cansado que ya no hice ninguna foto de aquel sitio ni me quedaron ganas de salir a hacer ninguna nocturna de la sierra.
Aunque los montañeros de la Carihuela me habían comentado que cuando pasaron el refugio estaba vacío, había una persona ya durmiendo, que se llevó un buen susto cuando entré allí a las tantas de la noche provocando un buen estruendo con la puerta de hierro que apenas encajaba. Aun así, tuve suerte, ya que no sé qué habría pasado si hubiese estado lleno, como parece que lo estaba aquella noche el refugio de la Caldera un par de kilómetros más allá.
Aquel montañero, después de reponerse del susto y del sueño, me dio algo de conversación mientras yo cenaba. No podía creerme, según me dijo, que llevara metido en el refugio desde las cuatro de la tarde, la misma hora a la que yo había comenzado mi ruta, perdiéndose el espectáculo y la magia de la luz del atardecer en inmejorable lugar. Supongo que a cada cual le gusta la montaña a su modo.
Calculando que la vuelta a Río Seco por la mañana temprano, aún de noche, me llevaría una hora, antes de dormir no olvidé programar la alarma de mi teléfono para las 5:40, de modo que pudiese estar un buen rato antes del amanecer junto a la laguna de Río Seco. Aquel día amanecería a las siete y media, pero el crepúsculo civil del amanecer comenzaría pocos minutos pasadas las siete de la mañana.
Pasé la noche envuelto en aquella manta y en un buen abrigo de plumas, utilizando el forro polar como manta para las piernas. El termómetro de temperatura ambiente que siempre llevo colgado en la mochila marcaba allí dentro unos 3 grados sobre cero. Aquello fue suficiente para pasar la noche, excepto la única parte para la que no llevaba abrigo. El frío en los pies, aun dejándome las botas puestas, no me permitió dormir en toda la noche, así que más que dormir, tuve la ocasión de descansar tumbado hasta antes del amanecer. Esta fue, además de otras cuantas, una lección más de lo que no hay que hacer, que es pasar la noche en la montaña sin el equipo adecuado.
En busca de la luz
Por fin sonó el despertador a las 5:40, algo que nunca he deseado con tanta intensidad, y no me costó nada ponerme en pie, recoger todo y comenzar el camino.
Llegué a Río Seco en media hora, la mitad de tiempo de lo que había tardado durante la noche, se notaba que aunque no hubiese dormido, al menos había descansado.
A pesar de que la luna aún brillaba, todo estaba bastante oscuro, pero poco a poco empezó a aparecer la luz. La laguna grande era una mancha de hielo, lo que me decepcionó, aunque ya lo esperaba después de ver la tarde anterior cómo estaba la laguna de las Yeguas, casi a 300 metros menos de altitud. Del resto de lagunas y lagunillos no había ni rastro.

Amanecer en Río Seco #4, privamera 2014
Dejé la pesada mochila encima de una roca y me colgué la bolsa con el equipo y los filtros. Preparé la cámara, y ahora sí, el trípode, el portafiltros, los filtros a mano.
Di varios rodeos buscando encuadres, siempre en estos casos con la obsesión de no pisar nieve y dejar huella que fastidiase una composición, algo que nunca deja de ser estresante.

Raspones de Río Seco al amanecer (Río Seco #7, privamera 2014)

Amanecer Río Seco #6, privamera 2014
Ya tenía un encuadre inicial, del que estaba haciendo disparos de prueba a ISO muy alta, cuando en ese momento el crepúsculo comenzó a llenarlo todo de color y empezó el tiempo mágico que había estado soñando fotografiar.

Amanecer en Río Seco #1, privamera 2014
Un vínculo intenso y extraño
En realidad soñaba con fotografiar los raspones y de los crestones salpicados de nieve y su reflejo sobre la laguna, con una fina película de agua formando un espejo, y la ausencia de esto, a ojos de un espectador que no ha vivido el momento ni sufrido para verlo, puede quitarle toda la espectacularidad a las fotografías que logré captar, y no llegar a ver aquello que yo veo reflejado cuando miro estas fotografías.
En cambio, para mí, el momento tan especial que viví hace que mantenga un intenso y extraño vínculo emocional con estas fotografías, vínculo que no he tenido nunca al fotografiar otros lugares. Creo que es la primera vez que entiendo de verdad a aquellos fotógrafos que hablan de cómo trataban de reflejar en su fotografía lo que sentían cuando la hicieron.
Hora de volver
Llega un momento en el que ya has explorado todos los encuadres que tu imaginación es capaz de ver en una única sesión, la luz se vuelve muy intensa, la magia del color desaparece y las emociones acaban dejándote agotado mentalmente, con lo que la creatividad ya no da para más. Ese es el momento de volver.
Y ese momento ocurrió después de que el crepúsculo fuera sucedido por unas ligeras nubes que aguantaron la luz suave hasta casi una hora y media. Tras recoger todo, beberme las pocas reservas de agua que aún me quedaban y comer todas las galletas y barritas que siempre llevo «por si acaso», me puse en camino.
En poco tiempo subí de nuevo a la huella trazada en la nieve por donde se suponía que transcurría la pista de tierra. Un último vistazo me permitió tomar esta fotografía de los Raspones desde arriba.

Último vistazo de los raspones desde la pista (Ruta río Seco #18)
La cicatriz de Sierra Nevada
Al rato llegué a la famosa puerta excavada en los raspones. Esto es algo que hoy día no se permitiría por ser una locura. Allí queda esta cicatriz de una gran herida hecha en el pasado a la zona más bonita de la sierra. Supongo que el daño ya está hecho y lo hecho, hecho está, no se puede reconstruir un raspón.

Puerta de los Raspones de Río Seco (Ruta río Seco #20)
Algo parecido y que sí ha tenido remedio es el refugio Félix Méndez. Éste fue un refugio guardado que se construyó en los destructivos años 60 a orillas de la laguna grande de Río Seco. Otra más de las heridas hechas en el núcleo central de la sierra que hoy tampoco se habría permitido.
Para los que nos importa mantener el paisaje natural como tal, y más en esta zona tan especial, este refugio era, como se dice del Palacio de Carlos V en La Alhambra, «un santo con dos pistolas». Un edificio de dos plantas de altura estropeando el paisaje natural de ese bonito circo glaciar.
Esto sí tuvo remedio, y fue demolido a finales de los años 90, restituyendo el paisaje de este lugar tan maravilloso que nunca debía haber sufrido aquella huella humana tan visible. Aún quedan en otras sierras, como la de Gredos, huellas tan marcadas como la que fue este refugio.
En varias de las fotografías que tomé aparece en primer plano una base rocosa del circo glaciar sobre la que se asentaron los cimientos del refugio, y en ellas se pueden apreciar los restos de ladrillo que aún quedan.

Restos de ladrillo del antiguo refugio Félix Méndez (Río Seco #12, privamera 2014)
Continuando el camino de vuelta
Pasada la puerta me volví a enfrentar a los pasos de nieve con un fuerte desnivel, y aún me quedaron ganas de fotografiar esta escena de un pequeño pico en la que un ligero cirro simula un humeante volcán.

Paso cargado de nieve tras la puerta de los raspones (Ruta río Seco #22)

Paso bajo el Cerro de los Machos visto desde la puerta de los raspones (Ruta río Seco #23)

Llegando al Collado del Lobo (Ruta río Seco #28)
Pero antes de seguir caí en la tentación de volver la mirada para despedirme de los crestones.

Mirada atrás hacia con los Crestones de Río Seco, el Mulhacén y la Alcazaba (Ruta río Seco #21)
A medio camino llegué al Collado del Lobo, donde estuve entretenido con la vista de la Alcazaba y el Mulhacén y el resto de picos del Este de Sierra Nevada, finalizando en el Picón de Jérez, el tresmil más alejado desde esta vista, y que coroné y en el que dormí un verano de hace muchos años cuando rondaba los dieciséis.
Además, desde el Collado del Lobo se podía ver Veta Grande, donde ya clareaba la nieve. La vista ya no era tan impresionante como la del atardecer anterior con aquellas nubes oscuras y amenazantes.

Veta Grande desde el Collado del Lobo a la vuelta (Ruta río Seco #29)

Mulhacén, La Alcazaba, Puntal de Vacares y otras cimas orientales desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #30)
Y mirando hacia el sur ahora sí se podía contemplar bien el valle del río Veleta, donde no había rastro de los lagunillos del púlpito.

Valle del Río Veleta desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #31)
Ya avanzado el paso bajo el Cerro de los Machos, una mirada atrás y descubrí que me seguía una cordada de 3 seguida muy de cerca de otra de 4, que no logró alcanzarme hasta llegar al ascenso del collado de la Carihuela.

Cordadas que me seguían cuando ya llegaba al paso bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #32)
Mientras tanto yo atravesaba el último paso complicado.

Camino de vuelta, último paso complicado bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #27)
Una vez que logré llegar hasta el refugio de la Carihuela, ahí seguían los montañeros con los que había hablado el día anterior. En cambio, yo ya llevaba dos horas y media en ruta y una hora y media fotografiando en Río Seco.
Desde el collado de la Carihuela, tras una vista atrás para contemplar lo que ya quedaba lejos, pude ver una masiva fila de montañeros que acababa de pasar por la puerta, precedida de un montañero solitario y éste a su vez precedido por varias filas más que casi llegaban al Collado del Lobo, todos ellos sobre la Alcazaba como fondo. Supongo que tal cantidad de montañeros sería la que debía haber pasado la noche en el refugio de la Caldera, no me extraña que estuviese a rebosar aquella noche.

Desde la Carihuela, fila de hormigas siguiendo los pasos que había hecho momentos antes (Ruta río Seco #34)
Un vistazo hacia el norte y ahí tenía la cara sur del Veleta, con la caseta-laboratorio bien visible.

Cara sur del Veleta, desde el Collado de la Carihuela (Ruta río Seco #33)
Un esfuerzo más me llevó ya de bajada directa hasta las Posiciones del Veleta, que son restos de antiguas trincheras de la Guerra Civil. Tras éstas se veía el inmenso cortado de la cara norte del Veleta.
El ambiente había cambiado completamente tras pasar la Carihuela. De una sierra alpinista totalmente tranquila y en silencio, pasé a una sierra dominada por las pistas de esquí, remontes por todos lados, muchos esquiadores y ruido constante.

Última foto de la travesía, mirada atrás hacia el Veleta (Ruta río Seco #35)
Y por fin, tras 21 horas de travesía, 24 kilómetros recorridos y un ascenso y descenso de más de 1000 metros, llegué exhausto al coche y terminó esta aventura.