Fotografías

Peñalara en azul intenso, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #2, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #2, primavera 2014

Los sentimientos ocultos en una fotografía

Se suele decir que una buena fotografía debe ser capaz de contar una historia por sí misma, sin necesidad de palabras.

Seguramente sea porque en realidad las mías no lo son, o quizá también, porque no posea la destreza necesaria que me haga capaz de captar ciertas vivencias, sentimientos y experiencias a través de un sujeto, un fondo, una composición y una luz más o menos especial, pero, si fueran buenas o tuviera esa destreza, ¿implica el hecho de que la fotografía cuente la historia por sí misma que la respuesta emocional que transmite al espectador es necesariamente la misma que la del autor? o más bien, ¿depende ésta de factores únicos como son la personalidad, la experiencia o las vivencias, la cultura y la manera de disfrutar y de ver del mundo de cada uno?.

Yo creo que no tiene por qué coincidir, y por tanto, hace tiempo que dejó de tener sentido para mí el hecho de publicar algunas de ellas, aquellas con las que tengo un vínculo especial, sin más, sin contar lo que hay detrás y la razón de ese vínculo. Supongo que de ahí viene este blog y este tipo de artículos.

Llegué al mundo de la fotografía tras un momento personal difícil, unos meses muy duros que acabaron de la forma más triste, irremediable y para siempre. La fotografía logró lo que buscaba, ocupar una parte de mi mente, ayudándome así a sobrellevar lo imposible de sobrellevar.

Hasta aquel momento, el trabajo era lo que me ayudaba, pero ése era un bálsamo de poca eficacia y del que abusaba, poco idóneo para mi mal, y que pronto disminuyó su efecto hasta dejar de tenerlo por completo.

Así, la fotografía se convirtió en lo que me proporcionaba el efecto real que buscaba, y lo logró, sobre todo, cuando descubrí que subir a la montaña a fotografiar los momentos que ésta me regala era el mejor bálsamo para no pensar, para vaciar mi mente y ocuparla con pensamientos nostálgicos, pero más amables.

Abusar de ella me provoca efectos secundarios que me obligan a pagar un peaje. Cada vez más, cuando salgo a fotografiar, cuando voy lejos, solo, en busca de ese bálsamo, una parte de mí se queda allí y ya no vuelve.

Tomar estas fotografías, y escribir sobre ellas y lo que siento cuando subo hasta esos lugares, cuando voy a buscar una dosis de mi bálsamo, me ayuda a encontrarme de nuevo con esa parte de mí que se quedó atrapada y que no volvió.

Peñalara en azul intenso #9, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #9, primavera 2014

Cuando estoy de nuevo aquí, en el mundo real, mirarlas una y otra vez, recordar aquellos momentos y volver a encontrarme con cada parte de mí que voy perdiendo, alarga, cada vez más, el efecto de ese bálsamo para no pensar.

Peñalara, mi bautismo en fotografía de paisaje de montaña en invierno

Aunque resulte extraño, un sitio tan masificado como Peñalara fue el lugar donde descubrí esto, un día a finales de otoño, tras la primera gran nevada de la temporada, ya al atardecer, en el que la temperatura era tan baja que incluso se heló el agua que llevaba en la botella atada a mi mochila.

Ya no había nadie en el camino ni en aquel lugar. Sucedió dando un rodeo a la laguna para buscar un encuadre. La nieve de otoño recién caída lo cubría todo, pero no estaba lo suficientemente compacta como para aguantar mi peso, así que me hundí varias veces hasta la cintura, y salir me costaba cada vez más, cuanto más luchaba para salir más me cansaba y más cansancio acumulaba.

Hasta que en una de esas ocasiones, tras pisar la nieve sin poder ver lo que había debajo, caí en un agujero tan profundo que me quedé hundido hasta el pecho. Estaba tan cansado que ya no hice nada por salir y me quedé quieto durante un buen rato.

Estar allí solo, hundido y en un completo silencio, apenas roto por el crujir del hielo de la cascada, hizo que mi mente se quedara clavada en aquel instante. Me sentí bien y me quedé allí, inmóvil, contemplando la nieve, el paisaje, las nubes y aquella luz tan pura, y no pensé en nada más.

Durante un buen rato seguí sin hacer nada por salir. Después de aquello, me costó salir del agujero, moviendo piernas y brazos, tumbándome y deslizándome sobre la espalda. Lo logré, y la mejor prueba de ello está en que hoy escribo este artículo.

Nunca he olvidado aquel instante, el primero en el que una parte de mí se quedó allí para siempre. Desde entonces ese instante regresa a mi mente cuando subo de nuevo a la montaña, sea ésta o cualquier otra, buscando tener de nuevo un momento así.

Cuando salgo, estoy allí solo y hago fotografías como éstas, eso es lo que siento y eso es lo que me recuerdan cuando las vuelvo a ver.

Despedida del invierno

Uno de esos momentos en los que salgo a buscar mi nueva dosis de bálsamo fue hace poco, a comienzos de esta primavera, de nuevo en Peñalara.

Por desgracia, los 2.428 metros de altitud de ésta, el pico más alto de la Sierra de Guadarrama, no son suficientes cuando acaba el invierno y el calor se vuelve implacable en el deshielo, por lo que las escenas minimalistas que nos regala la nieve pronto se convierten en un recuerdo que deja paso al verde lleno de vida.

Ya habían transcurrido dos semanas desde que comenzó la primavera y pocos días antes había estado nevando, así que decidí despedirme del invierno y subir a fotografiar el atardecer en Cinco Lagunas de Peñalara bajo esa nieve reciente. Pensaba que ya se estarían deshelando las lagunas, así que tenía en mente una fotografía que reflejarse en el agua la montaña todavía cubierta por la nieve.

Era sábado por la mañana. Estaba lloviendo y tampoco parecía que fuese a mejorar el tiempo durante la tarde, pero el cielo no estaba totalmente cubierto. Cuando pasa esto y llueve durante la tarde, hay cierta probabilidad de que pare de llover y se abran las nubes un poco más antes de la puesta de sol, dando algunos de los mejores espectáculos de luz que podemos fotografiar.

Así que iba buscando una fotografía de la montaña nevada, con un cielo así, y el reflejo de ambos en el agua de alguna de las lagunas, cosa que al final no sucedió.

La despedida merecía la pena y decidí correr el riesgo de que me cayese una buena ducha allí arriba. Me preparé para subir justo antes del atardecer, hacer el recorrido hasta Cinco Lagunas y llegar antes de que el sol se pusiese y comenzase el crepúsculo de la tarde.

Llegar hasta Cinco Lagunas desde el puerto de Cotos implica hacer una ruta corta, de poco más de nueve kilómetros ida y vuelta, con un desnivel acumulado suave, unos 580 metros de ascenso y otros 620 de descenso. Y si no te entretienes buscando encuadres y observándolo todo, se puede llegar a hacer en poco más de dos horas y media incluidas ida y vuelta.

Comienzo de la ruta

Cuando llegué al puerto de Cotos aún estaba lloviendo. A pesar de ello, y creo que es algo que nunca llegaré a entender, aún quedaban algunas familias de las que suelen aprovechar hasta el último metro cuadrado de nieve dura y embarrada que queda en la zona de principiantes de la antigua estación de esquí de Valcotos para darse un corto empujón en trineo.

Después de esperar más de media hora, el cielo me dio una tregua. En esa época atardecía poco después de las 20:30, y ya eran casi las seis de la tarde, así que decidí no esperar más, y tras cargarme a la espalda todo el equipo, comencé a andar.

Durante el primer tramo del trayecto, un paseo de poco desnivel y algo más de tres kilómetros, fui viendo cómo el deshielo ya estaba haciendo estragos.

Camino a Peñalara - Móvil

Camino a Peñalara – Móvil

El agua corría por todos los rincones y bajaba con fuerza por los arroyos, generando un murmullo que se fundía con el canto de los pájaros, un contraste con el silencio, a veces roto por el sonido del viento, al que nos tiene acostumbrados el invierno, y que aún persistía más arriba.

Arroyos en Peñalara - Móvil

Deshielo en Peñalara – Móvil

Días de lluvia así, y más cuando va cayendo la luz, ahuyentan a la mayoría, por lo que durante los primeros pasos del camino vi a los últimos montañeros que regresaban. Muy pocos se habían aventurado a salir aquel día para volver tan tarde. Mucho antes de llegar al cruce que desvía la ruta de la Laguna Grande y la Laguna de los Pájaros ya estaba completamente solo.

Tras la primera subida, ya podía contemplar una buena vista del circo de Peñalara y la zona de borreguiles que discurre por el curso del arroyo de la laguna. El deshielo ya llegaba hasta allí y la Laguna Chica empezaba a tener agua.

Borregiles de Peñalara - Móvil

Borregiles de Peñalara y Laguna Chica – Móvil

Circo de Peñalara - Móvil

Circo de Peñalara y Laguna Grande – Móvil

A partir del cruce el camino estaba mucho menos pisado y con más nieve, ésta estaba blanda y requería más esfuerzo seguir andando, cubriendo a veces hasta las rodillas. Confiado en que no sería así, no me había puesto las polainas, por lo que los pantalones acabaron empapados de rodilla para abajo, menos mal que tienen membrana impermeable y no calan. Llegó un momento en el que la huella incluso desapareció, signo de que pocos se habían animado a ir más allá de la Laguna Grande ese día, así que me costó un poco más seguir la ruta.

Cinco Lagunas y cómo usar los filtros degradados

Como siempre, el ojo fotográfico acaba venciendo al espíritu montañero, así que al final, parada tras parada para evaluar encuadres, tras pasar unas bonitas cascadas provocadas por el deshielo, llegué a Cinco Lagunas después de casi dos horas de camino, cuando ya quedaba muy poco tiempo para la puesta de sol.

No había ni rastro de lagunas, excepto la larga, con su forma de media luna y cubeta más profunda, que ya comenzaba a tener una fina película de agua en el borde que pegaba a la montaña. Su color azul intenso contrastaba con el blanco puro de la nieve que la rodeaba.

Dejé la mochila en el suelo y comencé a dar vueltas buscando encuadres, intentando no pisar escenas que pudiese estropear y luego arrepentirme.

Como las nubes cubrían Peñalara pero había bastantes claros sobre la cuerda larga, con cúmulos que se separaban y dejaban a la vista algunas nubes pintadas por el sol del atardecer, decidí explorar escenas con aquel fondo. Así, me olvidé de la laguna y, tras un pequeño ascenso hasta el borde de la cubeta, empecé a buscar algún elemento con el que rellenar el vacío que suponía el primer plano cubierto de nieve. Encontré este grupo de rocas cubiertas de líquenes y rodeadas de trazas de nieve que conducían hasta ellas.

Estuve durante un buen rato probando diferentes encuadres, las rocas más cerca, más lejos, horizontal, vertical, otras rocas más al fondo como elemento en el primer plano, más protagonismo para la nieve, más protagonismo para el cielo y unas cuantas pruebas más, hasta que al final me decidí por estas rocas. De las fotografías que al final seleccioné, me he quedado con ésta en formato vertical porque creo que el protagonismo está en el cielo, y en especial en la nube que comienza a deshacerse en la esquina superior izquierda del encuadre.

Peñalara en azul intenso #1, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #1, primavera 2014

La diferencia de luminosidad no era muy alta, pero para conservar el volumen de las nubes, utilicé un filtro degradado neutro de 1,5 pasos que equilibrara cielo y nieve.

Las escenas con nieve ponen más fácil la técnica, ya que la nieve es más luminosa que el agua o la tierra, así que el contraste de tono entre cielo y suelo es menor y éste se puede manejar bien con filtros degradados que bloquean menos pasos de luz. Si la transición del degradado del filtro es dura, los filtros que bloquean menos luz dejan menos marca si no se mueven que los que bloquean más pasos, por lo que tomar la foto requiere una técnica más sencilla, basta con poner el filtro en el portafiltros y fijar el comienzo de la transición en su sitio.

Con luminosidades no muy bajas como en ésta, donde la velocidad del obturador que tenemos que configurar sigue siendo alta, la nieve lo facilita todo. Con la ausencia de nieve, el contraste cielo-tierra es mayor y tendríamos que utilizar un degradado que bloquee más pasos de luz. Si utilizásemos un filtro degradado con transición dura y tres pasos de diferencia, la marca podría notarse mucho si el horizonte no es muy plano, lo que nos obligaría a sostenerlo a mano y realizar un ligero movimiento arriba-abajo en lugar de fijarlo en el portafiltros, y para que nos dé tiempo a realizar ese movimiento y evitar dejar marca, deberíamos bajar la velocidad utilizando un filtro más, uno de densidad neutra no degradado que bloquee más luz y nos permita bajar la velocidad lo suficiente. Así que la nieve simplifica todo esto en escenas así.

Los filtros de transición suave también ayudan, pero para mi gusto la transición es demasiado suave y si necesitamos calarlos aún más, oscurecen más de lo que deseamos el primer plano o planos medios, por lo que los suelo utilizar en muy pocas ocasiones.

La laguna larga y la importancia de utilizar un buen equipo de montaña

Cuando la luz ya empezó a caer más, bajé hasta la laguna larga antes de perder la oportunidad de fotografiarla esa tarde. A pesar del esfuerzo, el cielo no se abrió ni un milímetro sobre Peñalara en toda la tarde, así que no hubo espectáculo de luz iluminando las nubes cuyo reflejo fotografiar en el agua.

Peñalara en azul intenso #3, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #3, primavera 2014

Tuve que poner cuidado para aproximarme hasta el borde, ya que a veces no sabes lo que estás pisando y puedes llegar a estar encima del agua y romper con tu peso la capa de hielo de forma repentina y acabar con los pies mojados por el agua helada. Si estás a varias horas de camino y de noche, cuando la temperatura baja aún más, tratar de llegar hasta el coche caminando con los pies mojados y helados durante mucho rato no sería muy agradable.

Para andar por estos sitios, donde se pisa mucha nieve, que suele cubrirte bastante, y a veces las temperaturas, sobre todo en invierno y cuando cae el sol, son bastante bajas, es fundamental equiparse con unas buenas botas de alta montaña con membrana impermeable, incluso para un fotógrafo, ya que vamos a estar recorriendo sitios de lo más variopintos, saliéndonos de las veredas y acercándonos más y más a cursos de agua y lagunas.

Incluso las veredas son atravesadas por cursos de agua con bastante caudal en época de deshielo, como fue el caso esta vez, y hay que meter los pies en el agua para seguir el camino. Si vas equipado con botas de este tipo y el agua no llega a superar la caña, te salvas de mojarte los pies y de arruinarte la sesión. Y estas botas, además de ayudar a no mojarte con su membrana impermeable, son las únicas que de verdad está preparadas para el frío extremo.

Además de las botas, cuando te sales de la huella para acercarte a un sujeto que quieres meter en primer plano o buscar un ángulo para un encuadre, también es fundamental utilizar los bastones para ir sondeando la nieve antes de pisarla y comprobar si está muy blanda y si hay mucha profundidad, y evitar así caer en agujeros muy profundos como me sucedió a mí aquella primera vez. Una próxima vez puede no haber suerte y llegar a golpearte la cabeza con una roca al caer.

Este día, al acercarme a la laguna, tuve suerte y el borde tenía cierta consistencia, por lo que, aunque llegué a meter los pies en el agua helada, que más bien parecía granizo, ésta no llegó a superar la altura de la mitad de la caña de mis botas. Así que no me mojé y además pude hacer fotografías metiendo el trípode en la laguna. Utilizando un gran angular intenté así lograr que la línea del borde del agua partiese desde abajo y guiase la mirada hacia la parte superior del encuadre, vertebrando la imagen.

Peñalara en azul intenso #4, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #4, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #5, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #5, primavera 2014

Las nubes iban bajando cada vez más y la noche se echaba ya encima. Poco antes de que la luz disminuyese hasta alargar el tiempo de exposición más allá de los 30 segundos, me subí un poco más sobre el borde de la cubeta y pude hacer estas fotografías en formato horizontal, intentando captar más reflejo de la montaña cubierta de nubes bajas sobre la laguna.

Peñalara en azul intenso #6, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #6, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #7, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #7, primavera 2014

Una última fotografía

Después de ello, y aunque la cámara engañe, la luz había desaparecido casi por completo. Di una vuelta atrás para andar unos cuantos metros y recoger la mochila, y beber agua, algo que no había hecho en toda la tarde.

Esta es otra de las situaciones que pasan al salir a fotografiar la montaña y que diferencian al fotógrafo del resto de montañeros. Cuando estamos ahí en la montaña y llega la luz mágica, ésta parece que nos hechice y ya sólo pensamos en fotografiarla. Pasamos horas en el mismo sitio, nos olvidamos de comer, de beber, y a veces incluso de abrigarnos cuando cae la temperatura al atardecer. Es un momento tan especial que sólo nos centramos en lo que más nos gusta hacer y nos olvidamos de todo lo demás.

Ya con la mochila a la espalda y tras dar los primeros pasos de vuelta, no resistí la tentación de hacer una última fotografía de la laguna completa. Aunque no lo parezca, a través del visor no se veía casi nada y no sabía si estaba encuadrando bien o no y si estaba abarcando la laguna completamente o la estaba cortando por alguna parte.

Cuando la luminosidad es tan baja y la velocidad de obturación cae por debajo de los 30 segundos y tenemos que pasar a modo bulb, ni siquiera el liveview es suficiente para ver lo que estamos encuadrando, y si es un plano muy abierto como éste donde no podemos iluminar con un frontal o linterna para ver lo que vamos a fotografiar y así ajustar la composición, sólo nos queda hacer una prueba con la ISO más alta que nuestra cámara permita y así ver cómo va a ser el resultado final.

Así, después de hacer esa prueba y ajustar el encuadre, tras poco más de dos minutos, me despedí de la laguna con esta última fotografía. Para que no me llevase más tiempo que aquellos dos minutos, me resigné a dejar un ISO de 400, en caso contrario, para disparar con el mínimo que soporta mi cámara, ISO 100, habría necesitado dos pasos más de luz, lo que habría supuesto 8 minutos de fotografía, un tiempo del que ya no disponía, además de que mi cámara no se comporta bien con largas exposiciones.

Peñalara en azul intenso #8, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #8, primavera 2014

Camino de vuelta

Ya era completamente de noche y empecé a caminar de prisa. Al salir siempre solo, como en esta zona no hay cobertura, como precaución suelo decir en casa la hora a la que tengo que llamar cuando he llegado al coche, y si no he llamado a esa hora y pasa una hora más, mi mujer sabría que algo no va bien y llamaría al servicio de emergencias.

Esa tarde no hice bien los cálculos de la ruta y al principio pensé que me llevaría menos. Una vez allí, y tras terminar la sesión, estimé que la vuelta desde Cinco Lagunas me llevaría al menos una hora y cuarto, pero ya sólo quedaba media hora para el momento en el que debía llamar ya en el coche.

Sabía que a la vuelta había una zona de baja de cobertura un kilómetro y medio más allá, tras una pequeña subida de 90 metros, aunque no siempre la hay. Así que aceleré el paso para llegar y comprobar si había cobertura, llamar y avisar de que llegaría más tarde. Afortunadamente, cuando llegué y desactivé el modo avión de mi teléfono móvil, había una cobertura mínima con la que pude llamar, y en una conversación entrecortada, decir que me retrasaba.

Sobre el modo avión, en la montaña, donde la cobertura es baja, y más aún si uno sabe que va a andar por zonas sin cobertura, es mejor activarlo. En caso contrario, el móvil consume más batería intentando encontrar redes disponibles y podríamos llegar a agotar la batería en un momento en el que la necesitemos y haya alguna zona de cobertura para poder llamar y que nos localicen. Yo, además de activar el modo avión, suelo llevar un segundo móvil apagado y con la batería completamente cargada por si acaso. Eso sí, todo depende de que logremos salir de una zona de sombra donde la señal no llega.

Tras la tranquilizadora llamada, ya pude desacelerar el paso y disfrutar del paseo nocturno que tanto me gusta y que tanto necesitaba.

Después de una hora, por fin llegué al coche y volví a casa con estas fotografías y con una nueva dosis de mi bálsamo.

De todas ellas me quedo con la número 7, porque me gusta cómo convergen la laguna y la montaña, por la frialdad que transmite el agua y porque el extremo de ambos parece flotar sobre la nada. La niebla reduce la escena a un mundo en el que sólo existe la montaña y la laguna, un mundo en el que hemos naufragado y del que no podemos salir, porque todo lo que lo rodea es un vacío infinito de color blanco, y si nos alejamos de ese mundo y nos adentramos en ese vacío infinito, nos perderemos para siempre.

Luces de primavera. Río Seco, Sierra Nevada, 2014

Río Seco #5, privamera 2014

La luna al amanecer sobre los raspones de Río Seco (Río Seco #5, privamera 2014)

Este lugar me causó una gran impresión la primera vez que lo vi en fotografías y atrapó en un instante mi mirada para siempre. Desde entonces ha estado en mi cabeza y supe que algún día estaría allí para fotografiarlo en un momento de luz especial.

Y ese día llegó. Fue a mediados de primavera, tras una travesía de dos días y 24 kilómetros, para contemplar un atardecer y un amanecer que nunca olvidaré. El tiempo pasará, pero al menos me queda esta galería de fotografías y muchos recuerdos de aquella aventura: Luces de Río Seco.

Aquel fue un atardecer lleno de sensaciones, atravesando pasos de nieve complicados mientras caía la luz y ésta mostraba sus azules más profundos y sus magentas y violetas más impactantes.

Tras ese atardecer la luz se despidió de mí para dejarme solo, ante una oscuridad sobrecogedora, en el centro del más absoluto aislamiento, en un paso con un desnivel complicado, rodeado de nieve y lejos aún de cualquier refugio.

Tampoco olvidaré aquel amanecer, tenue y silencioso. Me temo que no voy a ser capaz de describir la impresión que supone estar ahí, en ese lugar, solo en la oscuridad, en el fondo de su circo glaciar, hundido en la nieve y rodeado por sus crestones y raspones, en el más absoluto silencio, esperando a que llegue la luz.

Río Seco

Los raspones y los crestones de Río Seco son un conjunto de picos y crestas que se suceden uno tras otro y que custodian muy de cerca un grupo de lagunas de alta montaña.

Río Seco #2, privamera 2014

Raspones de Río Seco al amanecer con la cubeta del lagunillo alto cubierta por la nieve (Río Seco #2, privamera 2014)

Lo que para mí hace especial este lugar es la proximidad de altura de las lagunas a los picos, que parecen tocarse, y la explosión y sucesión de picos en línea con una altura creciente, recordándome a la espina dorsal del esqueleto de un gran Stegosaurus.

Circo glaciar y divisoria de mares

El conjunto de lagunas se asienta en el circo glaciar de Río Seco, a una altura de 3.000 metros. Éste es un circo de baja sobreexcavación, de ahí que las lagunas queden casi al pie de los picos.

Río Seco #14, privamera 2014

Amanecer con luna decreciente. Los raspones de Río Seco se elevan sólo a unos 100 metros por encima de la cubeta del circo glaciar (Río Seco #14, privamera 2014)

Los picos más altos, los crestones, rondan los 3.200 metros de altura. La cuerda en la que se ubican los crestones forma parte de la divisoria de mares Atlántico-Mediterráneo. La divisoria de mares separa aquellas lagunas y ríos de Sierra Nevada que vierten aguas a los principales ríos que desembocan en el Atlántico o en el Mediterráneo. La cara norte acaba vertiendo aguas al Guadalquivir (Atlántico) y la cara sur vierte al Guadalfeo (Mediterráneo). Esta divisoria de mares forma parte de la gran divisoria del Mediterráneo, que parte de Cádiz y termina en la región italiana de Apulia, y que separa aguas del Mediterráneo de las del Atlántico, Mar del Norte y Mar Adriático.

Las lagunas se alimentan del deshielo de la nieve acumulada en los crestones y raspones y forman el nacimiento del Río Seco, que une sus aguas al río Mulhacén, pasando luego por el río Poqueira y el río Trevélez, hasta llegar por fin al río Guadalfeo, que acaba en el Mediterráneo. Así, estas lagunas forman parte de la vertiente sur de la divisoria de mares.

Río Seco #3, privamera 2014

Amanecer en la cuenca de Río Seco, con el valle de Poqueira al fondo (Río Seco #3, privamera 2014)

La travesía hasta el punto más alto

Llegar a este lugar en invierno o primavera no es fácil y así fue. La acumulación de nieve hace que los pasos sean complicados, con una pendiente considerable, y en los que hay que tener cuidado con los aludes de placa.

Vuelta al día siguiente: paso de nieve complicado antes de llegar al Collado del Lobo (Ruta río Seco #24)

Vuelta al día siguiente: paso de nieve complicado antes de llegar al Collado del Lobo (Ruta río Seco #24)

El punto de partida más cercano a Río Seco está a 10 kilómetros, la Hoya de la Mora, a una altura de 2.500 metros, y hay que pasar por el collado de la Carihuela, a unos 3.200 metros, a los pies del Veleta, que es el punto más alto de la travesía.

Como en esa época atardece casi a las 21:30, ese día decidí subir ya por la tarde, comenzar mi ruta sin un destino fijo, ascendiendo por Cauchiles casi hasta las posiciones del Veleta, hasta tener a la vista la Laguna de las Yeguas y los Lagunillos de la Virgen. Si los veía suficientemente deshelados, bajaría y fotografiaría el atardecer en esta laguna o en los lagunillos y volvería a casa al anochecer. Si no, llegaría hasta el collado de la Carihuela a echar un vistazo y ver de lejos por primera vez los Raspones de Río Seco.

En la antigua carretera que llega hasta el Veleta, desde hace años cortada al tráfico, la nieve aún tenía un espesor considerable, y aunque hacía bastante calor, la nieve estaba lo suficientemente dura para permitir andar con relativa comodidad.

Ruta Río Seco #1 - Móvil

Espesor de la nieve en la antigua carretera al Veleta (Ruta Río Seco #1 – Móvil)

Tras un rato de camino, el Veleta parecía cada vez más cerca.

Ruta Río Seco #2 - Móvil

El veleta cada vez más cerca (Ruta Río Seco #2 – Móvil)

En esta ruta hay que atravesar varias pistas de esquí, aunque a la hora a la que subía ya estaba cerrada la estación y no había rastro de esquiadores, tampoco de montañeros. El silencio se rompía con el ruido de las máquinas pisa pistas, que ya trabajaban acondicionando la nieve para el día siguiente.

Ruta Río Seco #3 - Móvil

Pistas que atraviesa la ruta que llega hasta el Veleta (Ruta Río Seco #3 – Móvil)

Ruta Río Seco #4 - Móvil

Cara oeste de la sierra, dominada por las pistas y remontes de la estación de esquí (Ruta Río Seco #4 – Móvil)

La ruta también discurre por tramos de la antigua carretera al Veleta, tramos que ahora son pistas de esquí de fondo.

Ruta Río Seco #5 - Móvil

Pista de esquí de fondo sobre la antigua carretera que lleva hasta el Veleta. Al fondo los Tajos de la Virgen y la arista del Cartujo (Ruta Río Seco #5 – Móvil)

Algunas nubes rondaban la cuerda que va desde el Veleta al Caballo, y decidí parar, sacar la cámara y hacer esta fotografía que muestra el puntal de Loma Púa a la izquierda y termina en la arista del Cartujo a la derecha.

Nubes sobre los Tajos de la Virgen, el Tozal del Cartujo y el Caballo (Ruta río Seco #1)

Llegando al Collado de la Carihuela, nubes sobre los Tajos de la Virgen, el Tozal del Cartujo y el Caballo (Ruta río Seco #1)

Al girar la mirada a mi derecha vi como las nubes empezaban a cerrar la vista sobre el valle del Dílar. El Trevenque había desaparecido, y las nubes dejaban entrever el radiotelescopio del observatorio del IRAM, una inmensa parabólica de 30 metros de diámetro que fue construida en cuatro años (desde 1980 a 1984) y situado a 2.850 metros de altitud, que es utilizado cada año por más de 250 astrónomos que desarrollan allí sus proyectos científicos.

Antes de llegar a la Carihuela, las nubes cierran la vista del valle del Dílar (Ruta río Seco #2)

Antes de llegar a la Carihuela, las nubes cierran la vista del valle del Dílar, dejando entrever el radiotelescopio del IRAM (Ruta río Seco #2)

Pasadas dos horas y tras unos cinco kilómetros, tuve a la vista la Laguna de las Yeguas, que estaba completamente helada.

Laguna de las Yeguas helada (Ruta Río Seco #6 - Móvil)

Laguna de las Yeguas helada – abajo a la derecha (Ruta Río Seco #6 – Móvil)

El plan inicial cambiaba, ya que no había laguna en la que fotografiar el atardecer, así que decidí continuar hasta el refugio de la Carihuela y echar un vistazo a Río Seco desde lejos. Llegué a la Carihuela tras casi tres horas de subida.

Refugio de la Carihuela (Ruta Río Seco #7 - Móvil)

Refugio de la Carihuela (Ruta Río Seco #7 – Móvil)

La pesada carga del fotógrafo que sube a la montaña

Hay dos diferencias notables entre un montañero y un fotógrafo y que condiciona mucho el esfuerzo y los tiempos de subida en una travesía.

La primera es el peso del equipo. Cada vez que hago una ruta, aunque sólo sea de un día o una tarde, subo con una mochila tan grande que la gente, cuando cruzamos conversación en el camino, suele creer que voy a pasar varios días en la montaña. Y la realidad es que ésta va cargada casi al completo de equipo fotográfico, que además tiene un peso considerable, varios objetivos entre 1 y 1,5 kilos cada uno, la propia cámara y su bolsa, que ocupan mucho volumen, la bolsa de los filtros, el voluminoso y pesado trípode con su rótula igual de pesada, flash, linternas, etc.

Además de esto, hay que cargar con el equipo de montaña (crampones, bastones, ropa,…) y con la comida y el agua, lo que en total suma más de 16 kilos a la espalda, en una mochila con un volumen de entre 60 y 70 litros. Esto sólo para un día, por lo que si añadimos equipo para pasar la noche y agua y comida para varios días, el peso puede llegar a ser insoportable y la velocidad de marcha muy lenta.

A veces, cuando me he puesto la mochila en los hombros sin haber metido aún el equipo fotográfico, la diferencia que noto es abismal, dándome la impresión de que no llevo nada a la espalda. Cuando la cargo con el equipo, la sensación cambia totalmente.

La segunda diferencia es que los ojos de fotógrafo nos alargan más de la cuenta los tiempos de parada, ya que éstos nos entretienen cuando se quedan clavados buscando encuadres y nos ponemos a hacer varias fotografías buscando documentar una composición que vemos con potencial para una próxima vez.

El ritmo más lento por el peso, unido a tanta parada, nos hace sumar al menos entre un 20 y un 30 por ciento a los tiempos que solemos ver en los libros de rutas.

A estas dos diferencias se suma que buscamos una luz especial, por lo que solemos andar por la montaña a horas en las que el resto ya está, o aún está, descansando en los refugios o en sus tiendas. Mientras tanto, para nosotros la visibilidad en la ruta se reduce hasta tal punto que la velocidad de marcha cae considerablemente y el tiempo se alarga más y más.

Una decisión difícil

Tras llegar a la Carihuela, desde allí eché un vistazo a mis queridos Raspones.

Vista sur de Sierra Nevada con los raspones de Río Seco en el plano medio y el Mulhacén y la Alcazaba tapados por las nubes (Ruta Río Seco #8 - Móvil)

Vista sur de Sierra Nevada con los raspones de Río Seco en el plano medio y el Mulhacén y la Alcazaba tapados por las nubes. Delante, el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #8 – Móvil)

Ahí estaban, tan cerca, después de tanto esfuerzo para subir hasta allí. Una extensa nube cubría el Mulhacén y la Alcazaba, dejando a la vista el Puntal de la Caldera, los raspones y los crestones de Río Seco. Fue una gran sensación tener delante de mis ojos y tan cerca aquel lugar que soñaba fotografiar.

La tentación de tenerlos al alcance de la vista y poder llegar hasta ellos era fuerte. Y así empezó a rondar en mi cabeza, cada vez con más fuerza, la idea de llegar hasta allí.

Aún quedaban casi dos horas de luz, pero la nieve acumulada en el paso que había que atravesar para llegar a ellos imponía.  Sabía que si lograba llegar hasta Río Seco antes del crepúsculo del atardecer, volver de noche por aquel paso de nieve sería muy complicado y tardaría muchas horas en llegar hasta el coche, demasiadas horas andando de noche por la montaña y cansado, por lo que era inviable llegar y volver. Así que tenía que decidir si aventurarme e intentar llegar hasta allí o volverme y no tener nada después de haber llegado tan cerca.

Nieve acumulada en el paso bajo el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #9 - Móvil)

Nieve acumulada en el paso bajo el Veleta y el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #9 – Móvil)

La nieve acumulada dejó de preocuparme demasiado cuando unos montañeros que se preparaban para dormir en el refugio de la Carihuela me dijeron que venían desde el Mulhacén unas pocas horas antes, donde habían pasado la noche anterior, y que habían pasado por el camino con una huella muy marcada.

Después de pensar durante un buen rato, el impulso se apoderó de mi mente. Pensé en llegar, fotografiar el atardecer, y como ya no podría volver, continuar aún más lejos para pasar la noche en un refugio a unos dos kilómetros más al Este. La tentación de llegar hasta allí y las ganas de ver aquel lugar con la luz del amanecer terminaron de cegarme. Así que decidí comenzar a andar. Aquella duda me había llevado a estar parado en la Carihuela más de media hora, así que ya quedaba menos aún para que anocheciese.

Llevaba suficiente comida, poca agua, aunque esto tenía remedio, y ningún equipo para pasar la noche, pero como la temperatura no llegaría a bajo cero, pensé que podría pasar la noche dentro del refugio, bien abrigado y con dos mantas de emergencia que siempre llevo en la mochila. Y así fue.

Las horas más duras del camino

Tras una bajada hasta los 3.100 metros, y pasada laguna de los Vasares del Veleta, de la que no había ni rastro, ya a los pies del Cerro de los Machos, el camino empezó a ponerse muy difícil, el paso comenzó a tener una gran pendiente y todo se fue complicando, con nieve relativamente dura, lo que me obligó, a pesar de ver restos de desprendimientos de roca, a parar donde el carril de tierra aún tenía claros y ponerme los crampones. Esto, unido a las paradas continuas para hacer fotografías de esta parte del camino, me retrasó demasiado.

El camino comienza a complicarse, con un desnivel considerable (Ruta río Seco #3)

El camino comienza a complicarse, con un desnivel considerable. Un claro en la pista de tierra, aunque con desprendimientos de roca, me sirve para parar y ponerme el equipo (Ruta río Seco #3)

Cuando vuelvo a ponerme en marcha y miro hacia adelante, me doy cuenta de que al fondo las nubes comenzaban a taparlo todo. Ya no hay rastro de la Alcazaba ni del Mulhacén, ni de Loma Pelada ni del Puntal de la Caldera. Los raspones y crestones apenas se ven. Empecé a pensar que si la niebla lo cubría todo, la noche caería todavía más de prisa y ver el camino se complicaría todavía más.

Ruta río Seco #4

Paso al atardecer bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #4)

Más tarde, tras avanzar unos cuantos metros, el viento comienza a despejar de nuevo el fondo y esto me da algo de tranquilidad, ya que veo que el paso cada vez tiene más pendiente.

Paso con cierta pendiente bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #6)

Paso con cierta pendiente bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #6)

Miré hacia atrás y allí quedaban los restos de la pista, ya que la nieve comenzaba a cubrirlo todo.

Vista atrás de los restos de la pista y nieve sobre el paso hacia el Collado del Lobo (Ruta río Seco #5)

Vista atrás de los restos de la pista y nieve sobre el paso bajo el Cerro de los Machos hacia el Collado del Lobo (Ruta río Seco #5)

Lo que pensaba que sería nada más que una hora de camino comenzó a alargarse más de lo que esperaba. Lo peor de todo es que aquella visión de la inmensidad de la montaña y de las luces del atardecer hicieron que no fuera consciente de que la tarde avanzaba demasiado.

Tras cinco horas desde que comencé, llegué al collado del Lobo. La vista de la sierra desde allí, con Veta Grande, el corral de Valdeinfierno y toda la cara norte,  impresionaba.

Vista de Veta Grande desde el Collado del Lobo (Río Seco #11, privamera 2014)

Vista de Veta Grande desde el Collado del Lobo (Río Seco #11, privamera 2014)

Vista desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #7)

Vista desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #7)

Aún ni había llegado a Río Seco cuando la luz ya había caído demasiado y me había perdido aquel magnífico atardecer durante el camino. Justo cuando ya dejaba atrás el Collado del Lobo, empecé a ver marcas de posibles fracturas de placa más abajo y comencé a preocuparme, pero supe que ya no había vuelta atrás, debía seguir y llegar al refugio antes de que las temperaturas comenzasen a bajar mucho y la noche se cerrase del todo atravesando aquellos pasos con tanto desnivel.

Valle del río Veleta. Luz muy baja antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #8)

Valle del río Veleta. Luz muy baja antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #8)

Un poco más adelante, último paso de nieve complicado antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #9)

Un poco más adelante, último paso de nieve complicado antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #9)

Ya ni me atreví a entretenerme para sacar el trípode y fui configurando la cámara, estirando los parámetros de exposición en cada fotografía para intentar mantener la mínima velocidad de exposición que mi pulso tolera, primero subiendo ISO hasta que la cámara ya no pudo con el ruido, luego abriendo el diafragma todo lo que el gran angular me permitía sin perder la profundidad de campo mínima que necesitaba aquel paisaje. Las últimas fotografías ya sufrían una falta de nitidez notable por la trepidación.

Vista del Puntal de la Caldera desde el Collado del Lobo. Última fotografía en la que la velocidad ya no permitía mantener una nitidez aceptable (Ruta río Seco #10)

Vista del Puntal de la Caldera antes de llegar a la puerta de los raspones. Última fotografía en la que la velocidad ya no permitía mantener una nitidez aceptable (Ruta río Seco #10)

Las fotografías ya no importaban

Y así hasta que poco a poco dejé de hacer fotos, guardé la cámara y mi mente ya sólo se centró en lo realmente importante, en llegar al refugio tan rápido como pudiese y con el mayor cuidado. Al final sólo había podido hacer unas pocas fotos del camino al atardecer, a pulso y sin el equipo adecuado, ninguna como me gusta, de forma calmada y reflexiva, con un encuadre y una composición bien pensados, meditados, desplegando el trípode en su sitio, midiendo la luz y colocando los filtros delante del objetivo, todo ello como si de un ritual sagrado se tratase.

El nivel de luz cayó tanto que el móvil sólo fue capaz de captar estas dos fotografías justo antes de llegar a la puerta de los raspones.

Paso de nieve con la noche cerrada (Ruta Río Seco #10 - Móvil)

Paso de nieve antes de llegar a la puerta de los raspones con la noche cerrada (Ruta Río Seco #10 – Móvil)

Último vistazo hacia atrás antes de pasar la puerta de los raspones (Ruta Río Seco #11 - Móvil)

Último vistazo hacia atrás antes de pasar la puerta de los raspones, aún quedaban 2,5 kilómetros y una hora y media hasta el refugio de Pillavientos (Ruta Río Seco #11 – Móvil)

Ya hacía frío y estaba tan cansado después de casi 6 horas que, pasada la puerta de la pista que atraviesa toda la sierra, tuve que pararme a descansar un rato, beber agua y ponerme el cortavientos, guantes y gorro. Hasta ese momento había pasado todo el día con una simple camiseta técnica y una gorra para taparme del sol.

Tras la puerta excavada sobre la roca de los raspones, el paso perdió algo de pendiente y fue más suave, pero la noche ya estaba tan avanzada que no veía el fondo del desnivel, y esto me preocupaba. Tras un rato, después de doblar la curva de la loma Pelada, la nieve desapareció, y aunque reapareció en unos pocos tramos, esto me dio un respiro, un alivio pensar que ya sólo se trataba de andar de noche por un carril de tierra, sin el riesgo de pisar nieve donde no debía y provocar algo grave.

Por fin en el refugio

Tardé una hora más en llegar al refugio desde la puerta de los raspones, a las 23:00. Y allí pasé la noche, abrigado y envuelto en mi manta de emergencia, en el refugio de los tres nombres, Pillavientos, Villavientos o «de Loma Pelá». Llegué tan cansado que ya no hice ninguna foto de aquel sitio ni me quedaron ganas de salir a hacer ninguna nocturna de la sierra.

Aunque los montañeros de la Carihuela me habían comentado que cuando pasaron el refugio estaba vacío, había una persona ya durmiendo, que se llevó un buen susto cuando entré allí a las tantas de la noche provocando un buen estruendo con la puerta de hierro que apenas encajaba. Aun así, tuve suerte, ya que no sé qué habría pasado si hubiese estado lleno, como parece que lo estaba aquella noche el refugio de la Caldera un par de kilómetros más allá.

Aquel montañero, después de reponerse del susto y del sueño, me dio algo de conversación mientras yo cenaba. No podía creerme, según me dijo, que llevara metido en el refugio desde las cuatro de la tarde, la misma hora a la que yo había comenzado mi ruta, perdiéndose el espectáculo y la magia de la luz del atardecer en inmejorable lugar. Supongo que a cada cual le gusta la montaña a su modo.

Calculando que la vuelta a Río Seco por la mañana temprano, aún de noche, me llevaría una hora, antes de dormir no olvidé programar la alarma de mi teléfono para las 5:40, de modo que pudiese estar un buen rato antes del amanecer junto a la laguna de Río Seco. Aquel día amanecería a las siete y media, pero el crepúsculo civil del amanecer comenzaría pocos minutos pasadas las siete de la mañana.

Pasé la noche envuelto en aquella manta y en un buen abrigo de plumas, utilizando el forro polar como manta para las piernas. El termómetro de temperatura ambiente que siempre llevo colgado en la mochila marcaba allí dentro unos 3 grados sobre cero. Aquello fue suficiente para pasar la noche, excepto la única parte para la que no llevaba abrigo. El frío en los pies, aun dejándome las botas puestas, no me permitió dormir en toda la noche, así que más que dormir, tuve la ocasión de descansar tumbado hasta antes del amanecer. Esta fue, además de otras cuantas, una lección más de lo que no hay que hacer, que es pasar la noche en la montaña sin el equipo adecuado.

En busca de la luz

Por fin sonó el despertador a las 5:40, algo que nunca he deseado con tanta intensidad, y no me costó nada ponerme en pie, recoger todo y comenzar el camino.

Llegué a Río Seco en media hora, la mitad de tiempo de lo que había tardado durante la noche, se notaba que aunque no hubiese dormido, al menos había descansado.

A pesar de que la luna aún brillaba, todo estaba bastante oscuro, pero poco a poco empezó a aparecer la luz. La laguna grande era una mancha de hielo, lo que me decepcionó, aunque ya lo esperaba después de ver la tarde anterior cómo estaba la laguna de las Yeguas, casi a 300 metros menos de altitud. Del resto de lagunas y lagunillos no había ni rastro.

Río Seco #4, privamera 2014

Amanecer en Río Seco #4, privamera 2014

Dejé la pesada mochila encima de una roca y me colgué la bolsa con el equipo y los filtros. Preparé la cámara, y ahora sí, el trípode, el portafiltros, los filtros a mano.

Di varios rodeos buscando encuadres, siempre en estos casos con la obsesión de no pisar nieve y dejar huella que fastidiase una composición, algo que nunca deja de ser estresante.

Río Seco #7, privamera 2014

Raspones de Río Seco al amanecer (Río Seco #7, privamera 2014)

Río Seco #6, privamera 2014

Amanecer Río Seco #6, privamera 2014

Ya tenía un encuadre inicial, del que estaba haciendo disparos de prueba a ISO muy alta, cuando en ese momento el crepúsculo comenzó a llenarlo todo de color y empezó el tiempo mágico que había estado soñando fotografiar.

Río Seco #1, privamera 2014

Amanecer en Río Seco #1, privamera 2014

Un vínculo intenso y extraño

En realidad soñaba con fotografiar los raspones y de los crestones salpicados de nieve y su reflejo sobre la laguna, con una fina película de agua formando un espejo, y la ausencia de esto, a ojos de un espectador que no ha vivido el momento ni sufrido para verlo, puede quitarle toda la espectacularidad a las fotografías que logré captar, y no llegar a ver aquello que yo veo reflejado cuando miro estas fotografías.

En cambio, para mí, el momento tan especial que viví hace que mantenga un intenso y extraño vínculo emocional con estas fotografías, vínculo que no he tenido nunca al fotografiar otros lugares. Creo que es la primera vez que entiendo de verdad a aquellos fotógrafos que hablan de cómo trataban de reflejar en su fotografía lo que sentían cuando la hicieron.

Hora de volver

Llega un momento en el que ya has explorado todos los encuadres que tu imaginación es capaz de ver en una única sesión, la luz se vuelve muy intensa, la magia del color desaparece y las emociones acaban dejándote agotado mentalmente, con lo que la creatividad ya no da para más. Ese es el momento de volver.

Y ese momento ocurrió después de que el crepúsculo fuera sucedido por unas ligeras nubes que aguantaron la luz suave hasta casi una hora y media. Tras recoger todo, beberme las pocas reservas de agua que aún me quedaban y comer todas las galletas y barritas que siempre llevo «por si acaso», me puse en camino.

En poco tiempo subí de nuevo a la huella trazada en la nieve por donde se suponía que transcurría la pista de tierra. Un último vistazo me permitió tomar esta fotografía de los Raspones desde arriba.

Último vistazo de los raspones desde la pista  (Ruta río Seco #18)

Último vistazo de los raspones desde la pista (Ruta río Seco #18)

La cicatriz de Sierra Nevada

Al rato llegué a la famosa puerta excavada en los raspones. Esto es algo que hoy día no se permitiría por ser una locura. Allí queda esta cicatriz de una gran herida hecha en el pasado a la zona más bonita de la sierra. Supongo que el daño ya está hecho y lo hecho, hecho está, no se puede reconstruir un raspón.

La puerta de los Raspones de Río Seco (Ruta río Seco #20)

Puerta de los Raspones de Río Seco (Ruta río Seco #20)

Algo parecido y que sí ha tenido remedio es el refugio Félix Méndez. Éste fue un refugio guardado que se construyó en los destructivos años 60 a orillas de la laguna grande de Río Seco. Otra más de las heridas hechas en el núcleo central de la sierra que hoy tampoco se habría permitido.

Para los que nos importa mantener el paisaje natural como tal, y más en esta zona tan especial, este refugio era, como se dice del Palacio de Carlos V en La Alhambra, «un santo con dos pistolas». Un edificio de dos plantas de altura estropeando el paisaje natural de ese bonito circo glaciar.

Esto sí tuvo remedio, y fue demolido a finales de los años 90, restituyendo el paisaje de este lugar tan maravilloso que nunca debía haber sufrido aquella huella humana tan visible. Aún quedan en otras sierras, como la de Gredos, huellas tan marcadas como la que fue este refugio.

En varias de las fotografías que tomé aparece en primer plano una base rocosa del circo glaciar sobre la que se asentaron los cimientos del refugio, y en ellas se pueden apreciar los restos de ladrillo que aún quedan.

Restos de ladrillo del antiguo refugio Félix Méndez (Río Seco #12, privamera 2014)

Restos de ladrillo del antiguo refugio Félix Méndez (Río Seco #12, privamera 2014)

Continuando el camino de vuelta

Pasada la puerta me volví a enfrentar a los pasos de nieve con un fuerte desnivel, y aún me quedaron ganas de fotografiar esta escena de un pequeño pico en la que un ligero cirro simula un humeante volcán.

Paso cargado de nieve tras la puerta de los raspones (Ruta río Seco #22)

Paso cargado de nieve tras la puerta de los raspones (Ruta río Seco #22)

Paso bajo el Cerro de los Machos visto desde la puerta de los raspones (Ruta río Seco #23)

Paso bajo el Cerro de los Machos visto desde la puerta de los raspones (Ruta río Seco #23)

Llegando al Collado del Lobo (Ruta río Seco #28)

Llegando al Collado del Lobo (Ruta río Seco #28)

Pero antes de seguir caí en la tentación de volver la mirada para despedirme de los crestones.

Mirada atrás hacia los Crestones de Río Seco (Ruta río Seco #21)

Mirada atrás hacia con los Crestones de Río Seco, el Mulhacén y la Alcazaba (Ruta río Seco #21)

A medio camino llegué al Collado del Lobo, donde estuve entretenido con la vista de la Alcazaba y el Mulhacén y el resto de picos del Este de Sierra Nevada, finalizando en el Picón de Jérez, el tresmil más alejado desde esta vista, y que coroné y en el que dormí un verano de hace muchos años cuando rondaba los dieciséis.

Además, desde el Collado del Lobo se podía ver Veta Grande, donde ya clareaba la nieve. La vista ya no era tan impresionante como la del atardecer anterior con aquellas nubes oscuras y amenazantes.

Veta Grande desde el Collado del Lobo a la vuelta (Ruta río Seco #29)

Veta Grande desde el Collado del Lobo a la vuelta (Ruta río Seco #29)

Mulhacén, La Alcazaba, Puntal de Vacares y otras cimas orientales desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #30)

Mulhacén, La Alcazaba, Puntal de Vacares y otras cimas orientales desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #30)

Y mirando hacia el sur ahora sí se podía contemplar bien el valle del río Veleta, donde no había rastro de los lagunillos del púlpito.

Valle del Río Veleta desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #31)

Valle del Río Veleta desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #31)

Ya avanzado el paso bajo el Cerro de los Machos, una mirada atrás y descubrí que me seguía una cordada de 3 seguida muy de cerca de otra de 4, que no logró alcanzarme hasta llegar al ascenso del collado de la Carihuela.

Cordadas que me seguían cuando ya llegaba al paso bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #32)

Cordadas que me seguían cuando ya llegaba al paso bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #32)

Mientras tanto yo atravesaba el último paso complicado.

Camino de vuelta, último paso complicado bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #27)

Camino de vuelta, último paso complicado bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #27)

Una vez que logré llegar hasta el refugio de la Carihuela, ahí seguían los montañeros con los que había hablado el día anterior. En cambio, yo ya llevaba dos horas y media en ruta y una hora y media fotografiando en Río Seco.

Desde el collado de la Carihuela, tras una vista atrás para contemplar lo que ya quedaba lejos, pude ver una masiva fila de montañeros que acababa de pasar por la puerta, precedida de un montañero solitario y éste a su vez precedido por varias filas más que casi llegaban al Collado del Lobo, todos ellos sobre la Alcazaba como fondo. Supongo que tal cantidad de montañeros sería la que debía haber pasado la noche en el refugio de la Caldera, no me extraña que estuviese a rebosar aquella noche.

Desde la Carihuela, fila de hormigas siguiendo los pasos que había hecho momentos antes (Ruta río Seco #34)

Desde la Carihuela, fila de hormigas siguiendo los pasos que había hecho momentos antes (Ruta río Seco #34)

Un vistazo hacia el norte y ahí tenía la cara sur del Veleta, con la caseta-laboratorio bien visible.

Cara sur del Veleta (Ruta río Seco #33)

Cara sur del Veleta, desde el Collado de la Carihuela (Ruta río Seco #33)

Un esfuerzo más me llevó ya de bajada directa hasta las Posiciones del Veleta, que son restos de antiguas trincheras de la Guerra Civil. Tras éstas se veía el inmenso cortado de la cara norte del Veleta.

El ambiente había cambiado completamente tras pasar la Carihuela. De una sierra alpinista totalmente tranquila y en silencio, pasé a una sierra dominada por las pistas de esquí, remontes por todos lados, muchos esquiadores y ruido constante.

Última foto de la travesía, mirada atrás hacia el Veleta (Ruta río Seco #35)

Última foto de la travesía, mirada atrás hacia el Veleta (Ruta río Seco #35)

Y por fin, tras 21 horas de travesía, 24 kilómetros recorridos y un ascenso y descenso de más de 1000 metros, llegué exhausto al coche y terminó esta aventura.

Pico de la Maliciosa, Sierra de Guadarrama, primavera 2014

La Maliciosa #1

La Maliciosa #1

Para mí éste es el pico más fotogénico de toda la Sierra de Guadarrama. Con 2.227 metros de altitud, su nombre proviene de «montaña maliciosa» por lo escarpada y difícil de escalar que es.

Esta fotografía muestra su cara suroeste bajo un ligero manto de nieve de primavera, quien sabe si la última de este año. Las nubes bajas, que han cubierto la Sierra de Guadarrama durante todo el día, van despejándose al atardecer, dejando entreverla por un instante antes de que las últimas luces suaves del crepúsculo se apaguen.

Primer intento

Dos días, mejor dicho, dos sesiones en dos días diferentes me llevaron a esta fotografía. Antes de subir ya tenía en mente dos esquemas con este fondo formado por las suaves diagonales que constituyen las laderas en esas tres capas con pendiente inclinada a la derecha del encuadre. También tenía en mente un primer plano totalmente cubierto de nieve, esperando encontrarme algún arbusto o mata en el primer plano para rellenar con algún motivo la uniformidad de la nieve y crear un diálogo entre el arbusto o mata y el pico en el fondo , pero cuando llegué al lugar ya sólo quedaban varias manchas de nieve intercaladas sobre la hierba, por lo que cambié un poco el esquema visual que tenía en mente.

El primer día, tras una hora y media de subida a pie con la pesada carga que supone todo el equipo, me encontré una espesa capa de niebla que no dejaba ver la montaña, es más, nada a más de cuatro o cinco metros. Una desilusión que pronto se vio calmada cuando decidí dedicarme a jugar con encuadres utilizando la niebla y el aspecto fantasmal de unos árboles solitarios que se dejaban entrever.

La Maliciosa ocultada por las nubes

La Maliciosa ocultada por las nubes

Ese primer día también me acompañó una lluvia persistente con un viento de cara que hizo muy complicado fotografiar, constantemente intentando tapar y secar el objetivo. El viento impedía utilizar un paraguas, de hecho, llevaba uno que quedó maltrecho con la primera ráfaga, además, no llevaba funda de lluvia para la cámara, que aguantó el tipo bastante bien para no estar sellada, al igual que el objetivo gran angular que llevaba puesto.

Como resultado, me pude llevar algo a casa, estas dos fotografías de los guardianes misteriosos entre la niebla que custodiaban a La Maliciosa.

Segundo intento

Fue el segundo día cuando logré hacer la fotografía que tenía en mente. No pude hacerla del todo como había pensado pues la nieve no cubría el primer plano por completo, pero gracias a ello la composición incluye esa línea diagonal que forma la frontera entre hierba y nieve y que se hace eco de las diagonales de las laderas.

Composición

Elegí un encuadre vertical para dar profundidad y simplificar la composición, descartando otros elementos y planos que hubiesen aparecido en un encuadre horizontal. La toma vertical recoge bien el pico en toda su altura y estira el recorrido visual.

Como en un principio tenía previsto, podría haber buscado una mata que cayese en la esquina contraria para marcar un diálogo directo en diagonal entre la mata y el pico que arrancase desde la esquina inferior izquierda, pero en este caso, al encontrarme con poca nieve y esa diagonal opuesta que suponía la frontera entre hierba y nieve , el recorrido visual de ese diálogo entre elementos se habría cruzado con diagonal de la nieve, interfiriendo con esta última y formando una X que no deseaba. Por eso prefiero que la mata, estando en la esquina inferior derecha, sea el punto de arranque de la línea diagonal que forma la nieve y no se crucen recorridos visuales. Así, el recorrido visual que yo hago tiene forma de zig-zag, comenzando por la mata, siguiendo la diagonal de la nieve y acabando en el pico.

Para mí, la presencia de capa de nieve en primer plano era importante, porque permite simplificar y dar uniformidad a la fotografía, además de hacer destacar mejor a la mata a través del contraste de tonos, que de otro modo habría pasado totalmente desapercibida. La verdad es que me cuesta buscar un primer plano en la montaña para recudir la complejidad de elementos si no hay alguna charca, laguna o nieve que lo simplifique.

La diagonal que forma la frontera nieve en primer plano, además de vertebrar el recorrido, divide la fotografía en dos zonas de tonos diferenciadas, claros en el inferior y oscuros en el superior. Aunque en principio podría haber un desequilibrio de peso visual entre zona superior (con más elementos) y zona inferior (más despejada), si nos guiamos por el criterio compositivo que indica que el tono blanco tiene más peso visual que el negro, y que la zona superior también tiene más peso que la zona inferior del encuadre, ambas quedarían compensadas. Además, de esto se encarga la mata aislada, que constituye un punto aislado que tira de la vista hacia abajo para que ésta no quede anclada en la zona superior.

Por supuesto, todos estos criterios dependen de factores culturales, por lo que mi lectura es personal.

Luz

La fotografía está hecha al atardecer, con el sol a la espalda, 45º a la izquierda, pero tapado por las nubes, lo que aporta la suavidad de la luz difusa, creo que así refuerza el aspecto frío de la imagen.

Además, tanto la difusión de la luz como el predominio del blanco de la nieve han hecho que la paleta de color quede bastante reducida, reforzando más aún la frialdad de la escena.

Técnica

Disparada con una apertura de f13. Tanto f11 como f13 son un buen compromiso si queremos obtener una profundidad de campo suficiente sin comprometer en exceso la calidad por la aparición de la difracción. El resto de datos técnicos son: ISO 100, 3.2 segundos de velocidad del obturador, distancia focal 22mm. Balance de blancos automático, medición de exposición puntual forzando el histograma a la derecha tomando como referencia la nieve del primer plano como punto más luminoso de la escena. Enfoque manual calculando hiperfocal.

La distancia focal es importante para dar tamaño y presencia a la montaña. Si hubiese disparado a la mínima distancia focal que tiene el objetivo (10-22mm, equivalente a 16-35mm), es decir, 16mm en formato completo, la montaña habría quedado demasiado pequeña. Por tanto, opté por utilizar una distancia mayor (35mm en formato completo) y alejar la posición de disparo, conservando el tamaño del primer plano a la vez que aumentando el tamaño del fondo.

Otras fotografías de la sesión

Aunque me quedo con ésta por cómo las nubes envuelven a La Maliciosa, durante la sesión pude mostrar este pico de forma más íntima, tal y como podemos ver en las siguientes fotografías que cierran el artículo.

Más de «un lugar para reflexionar»

Hoy añado dos nuevas fotografías a mi colección «Un lugar para reflexionar«, un sitio del que ya escribí un artículo aquí.

Pantano de Santillana #29

Pantano de Santillana #29

Esta primera fotografía está hecha en un atardecer de invierno de hace pocos días, con una luz crepuscular ya muy suave.

Aunque estuve trabajando el encuadre un buen rato, al final decidí reflejar en éste la correspondencia de formas entre la piedra y el cerro, protagonista real de la fotografía.

La luz débil y el suave contraste  en el cerro se deben a que el sol estaba a 45º de la dirección del objetivo. Me gusta disparar al menos a ese ángulo durante el crepúsculo para así evitar que haya mucho contraste de luz, el color y la luz son más suaves y el resultado final me agrada más que un fuerte contraluz, creo que hace que la fotografía sea más relajante y refleja más un momento delicado.

Para potenciar más el color he utilizado dos filtros degradados de color, para el cielo, un filtro Lee Mahogany, me gusta el matiz rojizo que tiene para potenciar la hora crepuscular. Y para el agua he utilizado un filtro Hitech violeta.

Pantano de Santillana #30

Pantano de Santillana #30

Esta segunda fotografía también está hecha en un atardecer de invierno de hace poco. Aunque en mi cabeza tengo este encuadre con un cielo mucho más cargado y oscuro, el resultado es el que es hasta lograr hacer esa otra fotografía. El primer plano queda algo pobre cuando en realidad no lo es, pero requeriría disparar hacia otro lugar para potenciar su textura, ya que el viento tumba la hierba hacia donde apunta la cámara y no queda tan uniforme como realmente es y como me gusta más. El siguiente reto será conseguir una fotografía así pero utilizando como primer plano directamente el agua con una fina película, o bien los lodos que se formarán y se tintarán de cyan en el siguiente verano y otoño.

Un lugar para reflexionar

Ya apuntaba con mi artículo anterior que me encanta este lugar. Supongo que todos tenemos un lugar talismán, nuestro campo de pruebas, al que nos gusta volver una y otra vez para aprender a ver cómo cambia la luz con las estaciones, la hora del día, el clima.

Lo mejor de este lugar es que no es estático, así que es difícil que me pueda llegar a cansar. La variabilidad del nivel de agua siempre aporta nuevos primeros planos y nuevos retos.

Para mí este lugar no sólo representa un elemento puramente artístico en el que las fotografías muestran características plásticas, disposiciones, orden de elementos, en definitiva, no sólo placer visual, representa una sensación muy especial y por eso lo llamo «un lugar para reflexionar», porque es un lugar que me permite huir del ajetreo de las masas, huir de la realidad, me ayuda a olvidar los conflictos del trabajo cotidiano y me ayuda a meditar, a desacelerar este frenético ritmo de vida, a buscar momentos más pausados, a disfrutar de cómo las ideas y los pensamientos se van cocinando a fuego lento en mi cabeza y llegan a elaborarse lentamente, de forma completa.

De este lugar ya conservo un buen conjunto de fotografías, me temo que algunas (o bastantes, espero) se salen de los cánones, de las reglas. Esto se debe a que reflejan un estado de ánimo distinto, más melancólico. He recopilado las más representativas aquí.

La siguiente fotografía representa la calma, orden, un momento de tranquilidad. Todo el encuadre está lleno, cada hueco es ocupado por un elemento que le da sentido y armonía, ya que está despejado y no hay elementos abarrotados.

Pantano de Santillana #1

Pantano de Santillana #1

Ésta otra representa el misterio, el fondo refleja un hecho inesperado que rompe la calma y la oscuridad.

Pantano de Santillana #3

Pantano de Santillana #3

En cambio, ésta aporta la visión de una tarde apoteósica, un final de orquesta a lo grande, al estilo del Bolero de Ravel y su gran acorde disonante y derrumbe final.

Pantano de Santillana #5

Pantano de Santillana #5

Este cálido atardecer de finales de invierno es de las pocas veces que me atrevo a incluir el sol en el encuadre. El que no tenga elementos en primer plano me relaja aún más, esas ondas en el agua, con una sensación de silencio y de bienestar.

Pantano de Santillana #7

Pantano de Santillana #7

Estas otras tres creo que representan bien el estado que sufría en ese momento: melancolía, tristeza sosegada. Por eso huyo en ellas de elementos que recarguen el encuadre y busco el vacío en el cielo o en el primer plano.

Escribiendo sobre todo esto, me viene a la cabeza lo extraño que es el comportamiento, el misterio del estado de ánimo, con estos cambios repentinos entre euforia y energía, que, al no sostenerse sobre algo real, cae repentinamente a la tristeza más indescriptible.

Atardecer de invierno en Santillana, Madrid, 2014

Atardecer de invierno en Santillana, Madrid, 2014

Atardecer de invierno en Santillana, Madrid, 2014

Un lugar mágico

Me encanta este lugar cercano a mi casa, a unos 30 kilómetros. Me encantan las posibilidades que tiene, con sus múltiples fondos y sus cambiantes primeros planos. Me hace sentir como un tramoyista que puede elegir cuando y como desea el fondo y el decorado de la escena. Y el hecho de que esté tan cerca me ayuda a volver una y otra vez para descubrir y fotografiar cada día una de sus nuevas caras.

A esta variedad ayuda que el nivel de agua cambia con las estaciones, por lo que los nuevos encuadres con sus respectivos momentos de luz parecen infinitos.

Todas estas condiciones permiten un día utilizar como primer plano una piedra o un conjunto de piedras que acaban de emerger, otro día las líneas suaves que forman los lodos de la orilla cuando baja el nivel, y otro más una simple película de agua, como en esta fotografía.

Otra de las virtudes de este lugar es sus aguas relativamente calmadas, que permiten así obtener llamativos reflejos abstractos de luz y formas.

El lugar lo descubrí por primera vez en un arrebato de nostalgia por el mar al volver de mi tierra tras unas vacaciones de verano en las que estuve fotografiando en otro de mis lugares preferidos, la playa del Molino de Papel, en la costa acantilada entre La Herradura (Granada) y Maro (Málaga). He de reconocer que me decepcionó la primera vez, supongo que porque iría buscando un mar con un horizonte sin fin y unas condiciones que no encontré, cada lugar tiene su personalidad y sus particularidades que no tienen los otros.

Esta fotografía está hecha en un tranquilo atardecer de finales de invierno, esta vez con La Pedriza como telón de fondo, coronada por unos ligeros cirros pintados por el sol, que ya casi se ha puesto pero aún es capaz de regalarnos este espectáculo de color. Al realizar la fotografía en ese momento, el cielo aún conserva más azul de la luz dispersa, por lo que las bandas de color magenta de las nubes destacan más. En otra fotografía de ese mismo día, al disparar ya con el crepúsculo más avanzado, el cielo ya se tiñó por completo de magenta, aportando otro fondo de matiz más uniforme.

A la izquierda está El Yelmo, con 1.717 metros de altura, una mole granítica imponente cuando te acercas, desde su base mide 150 metros de roca con apenas fisuras. Un templo para escaladores.

La Pedriza es un lugar mágico cuyas piedras evocan formas y figuras sorprendentes: elefantes, gatos, un cáliz, caras de personas, caracoles, tortugas,…, hasta el mismísimo dedo de Dios está presente. Algunas son más explícitas y otras requieren un poco más de imaginación.

Aquella tarde no había apenas viento, tampoco pescadores, por lo que la sensación de tranquilidad y de paz era casi sobrecogedora. El silencio implacable apenas se veía roto de tarde en tarde por el revoloteo en el agua de algún ave pescando su cena, un sonido que, lejos de alborotar, añade más sensaciones de calma a la escena, pues el contraste cuando se hace de nuevo el silencio es aún más impresionante y relajante.

Composición

La composición es sencilla, con pocos elementos, lo que ayuda a transmitir la sensación de paz del lugar y del momento. Con un encuadre vertical para evitar que aparezcan demasiados elementos a los lados, el peso principal recae en una zona un poco mayor que el tercio superior, donde hay más elementos (montaña, nubes y variedad de color). Para compensar ese peso visual de la zona superior y rellenar el primer plano, agité el agua para crear esas ondas que atraen la mirada levemente a la zona inferior y que aportan mucha suavidad a la escena, reforzando la sensación de tranquilidad y silencio.

Además de utilizar el encuadre vertical, los 24mm (38 eq) de distancia focal que utilicé también ayudaron a evitar incluir más elementos que transformasen la simplicidad de la escena, a la vez que esa distancia focal permitió conservar el fondo a un tamaño que no hiciera perder su grandeza. Con un ultra gran angular el fondo se habría reducido demasiado, o habrían entrado en la escena elementos laterales que no deseaba que aparecieran.

Técnica

La fotografía está hecha con una velocidad relativamente alta (1/20) para poder conservar el detalle de las ondas, en otro caso, con una velocidad excesivamente baja las ondas se perderían y el agua sería una película de agua totalmente plana.

La hora crepuscular (el crepúsculo civil) hacía que la escena tuviera ya poca luz, por lo que para mantener esa velocidad según pasaban los minutos, fui incrementando la sensibilidad ISO. Esta fotografía está hecha al principio del crepúsculo, por lo que el ISO 100 aún era suficiente.

En cuanto apertura, la fotografía está a f11, la apertura que más suelo utilizar en paisaje, un buen compromiso entre profundidad de campo y difracción. Cuando ya no fue posible mantener esa velocidad subiendo ISO, como la escena tampoco requería una profundidad excesiva, incrementé la apertura del diafragma poco a poco hasta 5.6

Por último, respecto a exposición, manual y medición puntual en el cielo con 2+2/3 puntos más de tiempo de exposición para conservar toda la luz posible en el RAW, más otros tres pasos más para compensar el uso de un filtro Lee degradado neutro hard de tres pasos.

Dunas de hielo #1

Dunas de hielo #1

Dunas de hielo #1, Sierra Nevada, invierno 2013

Estos caprichos del viento se forman más allá de la estación de esquí de Sierra Nevada, en la ruta que lleva desde Borreguiles Altos hasta la divisoria de mares que incluye los Tajos de la Virgen (3.239 m), el Tozal del Cartujo (3.152 m) y los Tajos Altos (3.113 m), pasando por la cuna del río Dílar, lugar donde está hecha esta fotografía.

Aunque tiene una composición sencilla con apenas elementos, la fotografía esconde más sensaciones de las que parece. Su composición minimalista refleja muy bien las sensaciones del lugar: soledad, silencio. Cuando hice esa ruta sólo me encontré en todo el día a una pareja de alpinistas que bajaban cuando yo estaba aún de camino. ¿Quizá alguno sería el hombre misterioso que dejó ese solitario rastro de pisadas sobre la duna de nieve?.

Ésta es para mí la razón principal de la fotografía de naturaleza, ese contacto en soledad, una tremenda desconexión de la realidad. Además, experiencias como éstas son el mejor remedio anti-stress, algo vital después de una época mala de trabajo, mucho más que ponerte con un martillo a demoler el interior de un edificio, mano de santo, vuelves nuevo.

En la siguiente entrada hablo un poco más de estas rutas de montaña en invierno en busca de nuevos encuadres y sensaciones: Peñalara, invierno 2014.

Composición

A nivel compositivo, como decía, no tiene mucho. Estuve un buen rato trabajando diferentes encuadres de las distintas formas abstractas que creaban las líneas y las zonas de sombra, con y sin horizonte, encuadres horizontales y verticales, etc. Me llevé una buena colección de la que he hecho una selección representativa en mi galería en la serie Dunas de hielo.

Luz

El momento de luz es importante en cualquier fotografía, en ésta, el sol ya empezaba a bajar, haciendo emerger esas sombras del fondo y dando más textura a la nieve en primer plano. Aún quedaba 1 hora y 45 minutos para la puesta de sol.

Técnica

Canon 60D, 10-22mm, distancia focal 10mm (16mm eq.), f11, 1/80 e ISO100, WB automático, manual con medición puntual a la nieve en el plano medio.

Filtro Polarizador Hoya para obtener más saturación de azul en el cielo y eliminar reflejos en la nieve.

Baño de color. Pantano de Santillana, invierno, 2014

Baño de color. Pantano de Santillana, invierno, 2014.

Baño de color. Pantano de Santillana, invierno, 2014.

Hoy me apetecía descansar un poco del paisaje más personal y mostrar esta fotografía de un paisaje más estándar, es decir, luz más buscada y elementos con más fuerza visual.

La fotografía está hecha en el pantano de mis amores, el que me permite trabajar una y otra vez múltiples encuadres y acercarme de forma más cómoda y rápida cuando sospecho que la mañana o la tarde va a dar buena luz y el cielo va a acompañar.

Este pantano es una caja de sorpresas, sus vaivenes con el nivel de sus aguas hacen que cada vez que me acerco me encuentre alguna escena nueva: una piedra que aparece, una nueva línea que se dibuja en el borde del agua,… En este caso, quería ir y trabajar un poco con el grafismo de las líneas que marca el lodo en los bordes del agua, utilizándolo así como primer plano, pero esta vez el nivel había subido tanto que el agua llegaba casi hasta el límite, por lo que no había ni rastro de lodo.

Así que tuve que cambiar de idea y pensar en buscar un primer plano  diferente. Había poco donde elegir, así que me decidí por trabajar con las texturas de la hierba seca. Tras recorrer un buen trecho y probar encuadres en varias zonas, me decidí por éste.

La composición de la fotografía es bastante estática y equilibrada en cuanto a forma: cuatro zonas o bandas apiladas, cada una descansando sobre la anterior. El dinamismo lo aporta cierta asimetría en el tono y en menor medida el color, a la izquierda la luz más fuerte del sol hace que la vista vaya a esa zona, donde el pico de La Maliciosa se está bañando en una luz cálida, aunque los reflejos blancos en el agua y los claros a la derecha lo compensan en cierta medida. En cuanto a color, el naranja que pinta las nubes tiene más peso a la izquierda, pero está levemente compensado por el punto que constituye el toque de naranja que un rayo de luz lleva hasta la derecha.

Distanciados

Hoy quería hablar sobre esta fotografía que he publicado en la serie «Belleza singular». Bajo mi opinión, es un ejemplo del «menos es más» en composición fotográfica.

Distanciados

Distanciados

Ésta es una de esas fotografías fruto de la casualidad más que de la premeditación. Andaba dando vueltas con el coche por el valle de Gorafe en compañía de dos buenos amigos, volviendo del barranco del Enebro, cerca de un pueblo llamado Alicún de Ortega. Toda esa zona es muy curiosa, un paisaje árido donde sólo sobrevive en terreno salvaje el perseverante esparto.

Barranco del enebro, verano 2013

Barranco del enebro, verano 2013

El barranco del enebro es una localización que ya tenía seleccionada previamente y había previsualizado lo que quería, pero en este caso todo fue fruto de la casualidad. Conducía por una carretera bastante sinuosa y más pendiente del paisaje que de otra cosa, recuerdo la cara de perplejidad de mi amigo que iba sentado en el asiento del copiloto cuando le dije: «mira tú la carretera y avísame», a lo que espetó «¡qué dices!». A los pocos metros veo esa colina bastante pelada con los dos sujetos con una disposición tan interesante. Miraba a contraluz, así que la previsualización de la foto fue instantánea, una composición minimalista y simplificada mediante dos tonos opuestos, casi un yin y yang.

Paré casi en seco y salí cámara en mano y mientras andaba ya iba cambiando el angular por el teleobjetivo con la intención de cerrar el plano y condensar la escena aislando del mundo a estos dos actores singulares. La intención desde que vi la escena conduciendo ya estaba clara: aislados y distanciados. En cuando a revelado, lo mismo, un blanco y negro de alto contraste para reducir la escena a su estructura gráfica básica.

La verdad es que estoy muy satisfecho con esta fotografía tan simple, es una de esas fotografías que bautizo como «atrévete», ya que la idea es arriesgada, un paisaje recargado y con una luz impactante siempre funciona mejor para la mayoría, pero no todo el paisaje tiene que ser así. Sobre estas composiciones arriesgadas, ya tengo en mente una serie con algunas fotografías similares que rompen la lógica general y suelen ser de las que gustan poco.