Los sentimientos ocultos en una fotografía
Se suele decir que una buena fotografía debe ser capaz de contar una historia por sí misma, sin necesidad de palabras.
Seguramente sea porque en realidad las mías no lo son, o quizá también, porque no posea la destreza necesaria que me haga capaz de captar ciertas vivencias, sentimientos y experiencias a través de un sujeto, un fondo, una composición y una luz más o menos especial, pero, si fueran buenas o tuviera esa destreza, ¿implica el hecho de que la fotografía cuente la historia por sí misma que la respuesta emocional que transmite al espectador es necesariamente la misma que la del autor? o más bien, ¿depende ésta de factores únicos como son la personalidad, la experiencia o las vivencias, la cultura y la manera de disfrutar y de ver del mundo de cada uno?.
Yo creo que no tiene por qué coincidir, y por tanto, hace tiempo que dejó de tener sentido para mí el hecho de publicar algunas de ellas, aquellas con las que tengo un vínculo especial, sin más, sin contar lo que hay detrás y la razón de ese vínculo. Supongo que de ahí viene este blog y este tipo de artículos.
Llegué al mundo de la fotografía tras un momento personal difícil, unos meses muy duros que acabaron de la forma más triste, irremediable y para siempre. La fotografía logró lo que buscaba, ocupar una parte de mi mente, ayudándome así a sobrellevar lo imposible de sobrellevar.
Hasta aquel momento, el trabajo era lo que me ayudaba, pero ése era un bálsamo de poca eficacia y del que abusaba, poco idóneo para mi mal, y que pronto disminuyó su efecto hasta dejar de tenerlo por completo.
Así, la fotografía se convirtió en lo que me proporcionaba el efecto real que buscaba, y lo logró, sobre todo, cuando descubrí que subir a la montaña a fotografiar los momentos que ésta me regala era el mejor bálsamo para no pensar, para vaciar mi mente y ocuparla con pensamientos nostálgicos, pero más amables.
Abusar de ella me provoca efectos secundarios que me obligan a pagar un peaje. Cada vez más, cuando salgo a fotografiar, cuando voy lejos, solo, en busca de ese bálsamo, una parte de mí se queda allí y ya no vuelve.
Tomar estas fotografías, y escribir sobre ellas y lo que siento cuando subo hasta esos lugares, cuando voy a buscar una dosis de mi bálsamo, me ayuda a encontrarme de nuevo con esa parte de mí que se quedó atrapada y que no volvió.
Cuando estoy de nuevo aquí, en el mundo real, mirarlas una y otra vez, recordar aquellos momentos y volver a encontrarme con cada parte de mí que voy perdiendo, alarga, cada vez más, el efecto de ese bálsamo para no pensar.
Peñalara, mi bautismo en fotografía de paisaje de montaña en invierno
Aunque resulte extraño, un sitio tan masificado como Peñalara fue el lugar donde descubrí esto, un día a finales de otoño, tras la primera gran nevada de la temporada, ya al atardecer, en el que la temperatura era tan baja que incluso se heló el agua que llevaba en la botella atada a mi mochila.
Ya no había nadie en el camino ni en aquel lugar. Sucedió dando un rodeo a la laguna para buscar un encuadre. La nieve de otoño recién caída lo cubría todo, pero no estaba lo suficientemente compacta como para aguantar mi peso, así que me hundí varias veces hasta la cintura, y salir me costaba cada vez más, cuanto más luchaba para salir más me cansaba y más cansancio acumulaba.
Hasta que en una de esas ocasiones, tras pisar la nieve sin poder ver lo que había debajo, caí en un agujero tan profundo que me quedé hundido hasta el pecho. Estaba tan cansado que ya no hice nada por salir y me quedé quieto durante un buen rato.
Estar allí solo, hundido y en un completo silencio, apenas roto por el crujir del hielo de la cascada, hizo que mi mente se quedara clavada en aquel instante. Me sentí bien y me quedé allí, inmóvil, contemplando la nieve, el paisaje, las nubes y aquella luz tan pura, y no pensé en nada más.
Durante un buen rato seguí sin hacer nada por salir. Después de aquello, me costó salir del agujero, moviendo piernas y brazos, tumbándome y deslizándome sobre la espalda. Lo logré, y la mejor prueba de ello está en que hoy escribo este artículo.
Nunca he olvidado aquel instante, el primero en el que una parte de mí se quedó allí para siempre. Desde entonces ese instante regresa a mi mente cuando subo de nuevo a la montaña, sea ésta o cualquier otra, buscando tener de nuevo un momento así.
Cuando salgo, estoy allí solo y hago fotografías como éstas, eso es lo que siento y eso es lo que me recuerdan cuando las vuelvo a ver.
Despedida del invierno
Uno de esos momentos en los que salgo a buscar mi nueva dosis de bálsamo fue hace poco, a comienzos de esta primavera, de nuevo en Peñalara.
Por desgracia, los 2.428 metros de altitud de ésta, el pico más alto de la Sierra de Guadarrama, no son suficientes cuando acaba el invierno y el calor se vuelve implacable en el deshielo, por lo que las escenas minimalistas que nos regala la nieve pronto se convierten en un recuerdo que deja paso al verde lleno de vida.
Ya habían transcurrido dos semanas desde que comenzó la primavera y pocos días antes había estado nevando, así que decidí despedirme del invierno y subir a fotografiar el atardecer en Cinco Lagunas de Peñalara bajo esa nieve reciente. Pensaba que ya se estarían deshelando las lagunas, así que tenía en mente una fotografía que reflejarse en el agua la montaña todavía cubierta por la nieve.
Era sábado por la mañana. Estaba lloviendo y tampoco parecía que fuese a mejorar el tiempo durante la tarde, pero el cielo no estaba totalmente cubierto. Cuando pasa esto y llueve durante la tarde, hay cierta probabilidad de que pare de llover y se abran las nubes un poco más antes de la puesta de sol, dando algunos de los mejores espectáculos de luz que podemos fotografiar.
Así que iba buscando una fotografía de la montaña nevada, con un cielo así, y el reflejo de ambos en el agua de alguna de las lagunas, cosa que al final no sucedió.
La despedida merecía la pena y decidí correr el riesgo de que me cayese una buena ducha allí arriba. Me preparé para subir justo antes del atardecer, hacer el recorrido hasta Cinco Lagunas y llegar antes de que el sol se pusiese y comenzase el crepúsculo de la tarde.
Llegar hasta Cinco Lagunas desde el puerto de Cotos implica hacer una ruta corta, de poco más de nueve kilómetros ida y vuelta, con un desnivel acumulado suave, unos 580 metros de ascenso y otros 620 de descenso. Y si no te entretienes buscando encuadres y observándolo todo, se puede llegar a hacer en poco más de dos horas y media incluidas ida y vuelta.
Comienzo de la ruta
Cuando llegué al puerto de Cotos aún estaba lloviendo. A pesar de ello, y creo que es algo que nunca llegaré a entender, aún quedaban algunas familias de las que suelen aprovechar hasta el último metro cuadrado de nieve dura y embarrada que queda en la zona de principiantes de la antigua estación de esquí de Valcotos para darse un corto empujón en trineo.
Después de esperar más de media hora, el cielo me dio una tregua. En esa época atardecía poco después de las 20:30, y ya eran casi las seis de la tarde, así que decidí no esperar más, y tras cargarme a la espalda todo el equipo, comencé a andar.
Durante el primer tramo del trayecto, un paseo de poco desnivel y algo más de tres kilómetros, fui viendo cómo el deshielo ya estaba haciendo estragos.
El agua corría por todos los rincones y bajaba con fuerza por los arroyos, generando un murmullo que se fundía con el canto de los pájaros, un contraste con el silencio, a veces roto por el sonido del viento, al que nos tiene acostumbrados el invierno, y que aún persistía más arriba.
Días de lluvia así, y más cuando va cayendo la luz, ahuyentan a la mayoría, por lo que durante los primeros pasos del camino vi a los últimos montañeros que regresaban. Muy pocos se habían aventurado a salir aquel día para volver tan tarde. Mucho antes de llegar al cruce que desvía la ruta de la Laguna Grande y la Laguna de los Pájaros ya estaba completamente solo.
Tras la primera subida, ya podía contemplar una buena vista del circo de Peñalara y la zona de borreguiles que discurre por el curso del arroyo de la laguna. El deshielo ya llegaba hasta allí y la Laguna Chica empezaba a tener agua.
A partir del cruce el camino estaba mucho menos pisado y con más nieve, ésta estaba blanda y requería más esfuerzo seguir andando, cubriendo a veces hasta las rodillas. Confiado en que no sería así, no me había puesto las polainas, por lo que los pantalones acabaron empapados de rodilla para abajo, menos mal que tienen membrana impermeable y no calan. Llegó un momento en el que la huella incluso desapareció, signo de que pocos se habían animado a ir más allá de la Laguna Grande ese día, así que me costó un poco más seguir la ruta.
Cinco Lagunas y cómo usar los filtros degradados
Como siempre, el ojo fotográfico acaba venciendo al espíritu montañero, así que al final, parada tras parada para evaluar encuadres, tras pasar unas bonitas cascadas provocadas por el deshielo, llegué a Cinco Lagunas después de casi dos horas de camino, cuando ya quedaba muy poco tiempo para la puesta de sol.
No había ni rastro de lagunas, excepto la larga, con su forma de media luna y cubeta más profunda, que ya comenzaba a tener una fina película de agua en el borde que pegaba a la montaña. Su color azul intenso contrastaba con el blanco puro de la nieve que la rodeaba.
Dejé la mochila en el suelo y comencé a dar vueltas buscando encuadres, intentando no pisar escenas que pudiese estropear y luego arrepentirme.
Como las nubes cubrían Peñalara pero había bastantes claros sobre la cuerda larga, con cúmulos que se separaban y dejaban a la vista algunas nubes pintadas por el sol del atardecer, decidí explorar escenas con aquel fondo. Así, me olvidé de la laguna y, tras un pequeño ascenso hasta el borde de la cubeta, empecé a buscar algún elemento con el que rellenar el vacío que suponía el primer plano cubierto de nieve. Encontré este grupo de rocas cubiertas de líquenes y rodeadas de trazas de nieve que conducían hasta ellas.
Estuve durante un buen rato probando diferentes encuadres, las rocas más cerca, más lejos, horizontal, vertical, otras rocas más al fondo como elemento en el primer plano, más protagonismo para la nieve, más protagonismo para el cielo y unas cuantas pruebas más, hasta que al final me decidí por estas rocas. De las fotografías que al final seleccioné, me he quedado con ésta en formato vertical porque creo que el protagonismo está en el cielo, y en especial en la nube que comienza a deshacerse en la esquina superior izquierda del encuadre.
Peñalara en azul intenso #1, primavera 2014
La diferencia de luminosidad no era muy alta, pero para conservar el volumen de las nubes, utilicé un filtro degradado neutro de 1,5 pasos que equilibrara cielo y nieve.
Las escenas con nieve ponen más fácil la técnica, ya que la nieve es más luminosa que el agua o la tierra, así que el contraste de tono entre cielo y suelo es menor y éste se puede manejar bien con filtros degradados que bloquean menos pasos de luz. Si la transición del degradado del filtro es dura, los filtros que bloquean menos luz dejan menos marca si no se mueven que los que bloquean más pasos, por lo que tomar la foto requiere una técnica más sencilla, basta con poner el filtro en el portafiltros y fijar el comienzo de la transición en su sitio.
Con luminosidades no muy bajas como en ésta, donde la velocidad del obturador que tenemos que configurar sigue siendo alta, la nieve lo facilita todo. Con la ausencia de nieve, el contraste cielo-tierra es mayor y tendríamos que utilizar un degradado que bloquee más pasos de luz. Si utilizásemos un filtro degradado con transición dura y tres pasos de diferencia, la marca podría notarse mucho si el horizonte no es muy plano, lo que nos obligaría a sostenerlo a mano y realizar un ligero movimiento arriba-abajo en lugar de fijarlo en el portafiltros, y para que nos dé tiempo a realizar ese movimiento y evitar dejar marca, deberíamos bajar la velocidad utilizando un filtro más, uno de densidad neutra no degradado que bloquee más luz y nos permita bajar la velocidad lo suficiente. Así que la nieve simplifica todo esto en escenas así.
Los filtros de transición suave también ayudan, pero para mi gusto la transición es demasiado suave y si necesitamos calarlos aún más, oscurecen más de lo que deseamos el primer plano o planos medios, por lo que los suelo utilizar en muy pocas ocasiones.
La laguna larga y la importancia de utilizar un buen equipo de montaña
Cuando la luz ya empezó a caer más, bajé hasta la laguna larga antes de perder la oportunidad de fotografiarla esa tarde. A pesar del esfuerzo, el cielo no se abrió ni un milímetro sobre Peñalara en toda la tarde, así que no hubo espectáculo de luz iluminando las nubes cuyo reflejo fotografiar en el agua.
Tuve que poner cuidado para aproximarme hasta el borde, ya que a veces no sabes lo que estás pisando y puedes llegar a estar encima del agua y romper con tu peso la capa de hielo de forma repentina y acabar con los pies mojados por el agua helada. Si estás a varias horas de camino y de noche, cuando la temperatura baja aún más, tratar de llegar hasta el coche caminando con los pies mojados y helados durante mucho rato no sería muy agradable.
Para andar por estos sitios, donde se pisa mucha nieve, que suele cubrirte bastante, y a veces las temperaturas, sobre todo en invierno y cuando cae el sol, son bastante bajas, es fundamental equiparse con unas buenas botas de alta montaña con membrana impermeable, incluso para un fotógrafo, ya que vamos a estar recorriendo sitios de lo más variopintos, saliéndonos de las veredas y acercándonos más y más a cursos de agua y lagunas.
Incluso las veredas son atravesadas por cursos de agua con bastante caudal en época de deshielo, como fue el caso esta vez, y hay que meter los pies en el agua para seguir el camino. Si vas equipado con botas de este tipo y el agua no llega a superar la caña, te salvas de mojarte los pies y de arruinarte la sesión. Y estas botas, además de ayudar a no mojarte con su membrana impermeable, son las únicas que de verdad está preparadas para el frío extremo.
Además de las botas, cuando te sales de la huella para acercarte a un sujeto que quieres meter en primer plano o buscar un ángulo para un encuadre, también es fundamental utilizar los bastones para ir sondeando la nieve antes de pisarla y comprobar si está muy blanda y si hay mucha profundidad, y evitar así caer en agujeros muy profundos como me sucedió a mí aquella primera vez. Una próxima vez puede no haber suerte y llegar a golpearte la cabeza con una roca al caer.
Este día, al acercarme a la laguna, tuve suerte y el borde tenía cierta consistencia, por lo que, aunque llegué a meter los pies en el agua helada, que más bien parecía granizo, ésta no llegó a superar la altura de la mitad de la caña de mis botas. Así que no me mojé y además pude hacer fotografías metiendo el trípode en la laguna. Utilizando un gran angular intenté así lograr que la línea del borde del agua partiese desde abajo y guiase la mirada hacia la parte superior del encuadre, vertebrando la imagen.
Las nubes iban bajando cada vez más y la noche se echaba ya encima. Poco antes de que la luz disminuyese hasta alargar el tiempo de exposición más allá de los 30 segundos, me subí un poco más sobre el borde de la cubeta y pude hacer estas fotografías en formato horizontal, intentando captar más reflejo de la montaña cubierta de nubes bajas sobre la laguna.
Una última fotografía
Después de ello, y aunque la cámara engañe, la luz había desaparecido casi por completo. Di una vuelta atrás para andar unos cuantos metros y recoger la mochila, y beber agua, algo que no había hecho en toda la tarde.
Esta es otra de las situaciones que pasan al salir a fotografiar la montaña y que diferencian al fotógrafo del resto de montañeros. Cuando estamos ahí en la montaña y llega la luz mágica, ésta parece que nos hechice y ya sólo pensamos en fotografiarla. Pasamos horas en el mismo sitio, nos olvidamos de comer, de beber, y a veces incluso de abrigarnos cuando cae la temperatura al atardecer. Es un momento tan especial que sólo nos centramos en lo que más nos gusta hacer y nos olvidamos de todo lo demás.
Ya con la mochila a la espalda y tras dar los primeros pasos de vuelta, no resistí la tentación de hacer una última fotografía de la laguna completa. Aunque no lo parezca, a través del visor no se veía casi nada y no sabía si estaba encuadrando bien o no y si estaba abarcando la laguna completamente o la estaba cortando por alguna parte.
Cuando la luminosidad es tan baja y la velocidad de obturación cae por debajo de los 30 segundos y tenemos que pasar a modo bulb, ni siquiera el liveview es suficiente para ver lo que estamos encuadrando, y si es un plano muy abierto como éste donde no podemos iluminar con un frontal o linterna para ver lo que vamos a fotografiar y así ajustar la composición, sólo nos queda hacer una prueba con la ISO más alta que nuestra cámara permita y así ver cómo va a ser el resultado final.
Así, después de hacer esa prueba y ajustar el encuadre, tras poco más de dos minutos, me despedí de la laguna con esta última fotografía. Para que no me llevase más tiempo que aquellos dos minutos, me resigné a dejar un ISO de 400, en caso contrario, para disparar con el mínimo que soporta mi cámara, ISO 100, habría necesitado dos pasos más de luz, lo que habría supuesto 8 minutos de fotografía, un tiempo del que ya no disponía, además de que mi cámara no se comporta bien con largas exposiciones.
Camino de vuelta
Ya era completamente de noche y empecé a caminar de prisa. Al salir siempre solo, como en esta zona no hay cobertura, como precaución suelo decir en casa la hora a la que tengo que llamar cuando he llegado al coche, y si no he llamado a esa hora y pasa una hora más, mi mujer sabría que algo no va bien y llamaría al servicio de emergencias.
Esa tarde no hice bien los cálculos de la ruta y al principio pensé que me llevaría menos. Una vez allí, y tras terminar la sesión, estimé que la vuelta desde Cinco Lagunas me llevaría al menos una hora y cuarto, pero ya sólo quedaba media hora para el momento en el que debía llamar ya en el coche.
Sabía que a la vuelta había una zona de baja de cobertura un kilómetro y medio más allá, tras una pequeña subida de 90 metros, aunque no siempre la hay. Así que aceleré el paso para llegar y comprobar si había cobertura, llamar y avisar de que llegaría más tarde. Afortunadamente, cuando llegué y desactivé el modo avión de mi teléfono móvil, había una cobertura mínima con la que pude llamar, y en una conversación entrecortada, decir que me retrasaba.
Sobre el modo avión, en la montaña, donde la cobertura es baja, y más aún si uno sabe que va a andar por zonas sin cobertura, es mejor activarlo. En caso contrario, el móvil consume más batería intentando encontrar redes disponibles y podríamos llegar a agotar la batería en un momento en el que la necesitemos y haya alguna zona de cobertura para poder llamar y que nos localicen. Yo, además de activar el modo avión, suelo llevar un segundo móvil apagado y con la batería completamente cargada por si acaso. Eso sí, todo depende de que logremos salir de una zona de sombra donde la señal no llega.
Tras la tranquilizadora llamada, ya pude desacelerar el paso y disfrutar del paseo nocturno que tanto me gusta y que tanto necesitaba.
Después de una hora, por fin llegué al coche y volví a casa con estas fotografías y con una nueva dosis de mi bálsamo.
De todas ellas me quedo con la número 7, porque me gusta cómo convergen la laguna y la montaña, por la frialdad que transmite el agua y porque el extremo de ambos parece flotar sobre la nada. La niebla reduce la escena a un mundo en el que sólo existe la montaña y la laguna, un mundo en el que hemos naufragado y del que no podemos salir, porque todo lo que lo rodea es un vacío infinito de color blanco, y si nos alejamos de ese mundo y nos adentramos en ese vacío infinito, nos perderemos para siempre.