¿Fotografiar la realidad es buscar la imagen que ven nuestros ojos en un determinado momento? La verdad es que fotografiar la realidad es algo ambiguo. Si quisiera reflejar la realidad del ojo, siempre utilizaría una distancia focal de 50mm, renunciando a encuadrar para aislar algo que no está aislado. Utilizaría una velocidad de exposición que dejase el obturador abierto sólo una fracción de segundo, evitando dejar el agua completamente en calma cuando no lo está, o captando las nubes con su volumen y forma vistas en un solo instante. Y utilizaría sólo una apertura lo suficientemente pequeña para captar nitidez en todos los planos.
Pero si utilizo una distancia focal concreta para encuadrar una escena. Si utilizo una velocidad de exposición lenta para captar el efecto del paso el tiempo. Si abro el diafragma para aislar un sujeto de un fondo. Si subo o bajo la temperatura de color para registrar la luz que quiero captar… Entonces no estoy fotografiando la realidad que ven mis propios ojos. Estoy fotografiando la realidad que me muestra la cámara, aquella que no puedo pero quiero ver.
Si sólo me gustase la realidad que me muestran mis ojos, cuando subo a la montaña, me quedaría inmóvil sin más. Permanecería totalmente quieto, contemplando la luz de un atardecer, de un amanecer, o de la luna llena creando sombras profundas en las rocas, aristas y contrafuertes con un cielo estrellado de fondo. Pero necesito ver como ve la cámara. Necesito que la cámara me muestre un mundo paralelo. Un mundo distinto al que ven mis ojos. Creo que ésta es la explicación de porqué me gusta fotografiar. Siento como si hubiese sido yo, y no Garry Winogrand, el que dijo: «Hago fotografías para ver cómo se ve el mundo en fotografías». Necesito atrapar un mundo invisible que sólo me puede mostrar la cámara, un «instante de un sueño» como escribía Richard Whelan sobre la fotografía en blanco y negro.
Ésta fotografía hecha una noche de luna llena puede ser un buen ejemplo de la diferencia entre ojo y cámara. Después de mucho tiempo sin salir a fotografiar a la montaña, subí a Peñalara una tarde de primavera. Esperaba que aún quedase nieve en las zonas menos expuestas al sol entre circos y corredores, pero sólo las cotas más altas conservaban algo de ella. Por el camino, las nubes iban y venían, amenazando con cerrarse y no dejar hueco al sol durante el atardecer.
Al llegar a un arroyo por el que desaguaba una laguna, me encontré una media luna que formaba la nieve en la orilla derecha. Aquella curva parecía tener un buen interés gráfico y me quedé intentando hacer algunas fotografías. Estuve un rato tratando de captar la escena con los reflejos en el agua suavizada por la lenta exposición, con el sol tocando la cima de los picos del fondo. Quería captar el sol como una estrella, pero el objetivo que llevaba no era bueno para ello y tuve que desistir.
Seguí caminando hasta la laguna más lejana, la laguna de los Pájaros, pasando antes por varias lagunas donde aún había nieve. Allí pasé el resto de la tarde intentando probar varias composiciones, pero las nubes se cerraron antes de la puesta de sol y el cielo perdió interés. Sólo después de ocultarse el sol y aparecer la luna llena, el cielo comenzó a abrirse y la luz azulada fría hizo ganar atractivo a la escena.
Ya había agotado todas las posibilidades que se me ocurrían cuando a los pocos minutos de iniciar el camino de vuelta llegué a esta otra laguna, la laguna de Claveles. Volví a una zona por la que había pasado en el camino de ida. Desde allí, la perspectiva cónica hacía que el risco montañoso del fondo fuese perdiendo altura según se alejaba por el borde izquierdo. Eso me recordó a las escenas de la playa de Cofete que alguna vez he visto en fotografías. Como el primer plano no tenía mucho interés, utilicé la diagonal que marcaba la nieve en la orilla de la laguna como base para la composición.
Las nubes se desplazaban y tapaban intermitentemente la luz de la luna, por lo que tuve que encuadrar haciendo un disparo de prueba al ISO máximo de mi cámara, 6400. De pronto comenzó a salir desde la cima un buen grupo de altocúmulos desplazándose en dirección hacia la cámara. La exposición lenta que configuré para el bajo nivel luminoso transformó los altocúmulos en estelas de nubes sobre los riscos, formando una corona radiada sobre la cima. La mezcla de luz de luna llena y la contaminación lumínica de las ciudades cercanas iluminaron con varios matices violetas y rosados las trazas de las nubes.