Hace ya muchos meses que la nieve abandonó nuestras montañas, demasiados, y ahora estamos viviendo un impaciente letargo hasta que éstas se cubran otra vez de blanco.
Cuando vuelva la nieve, nuestro escenario preferido se hará otra vez más simple. Las composiciones serán de nuevo más gráficas y minimalistas. La luz será más mágica. Sentiremos de nuevo el frío que añoramos, nuestras pisadas se hundirán con suavidad otra vez y podremos perdernos una vez más en la niebla. Los atardeceres en la montaña serán de nuevo sólo nuestros; nos quedaremos solos cuando el sol se ponga, clavados en la nieve, fotografiando esos mágicos colores que tanto nos gusta contemplar y olvidando todo lo demás.
Esta espera será para mí especialmente dura porque tampoco podré disfrutar la montaña lo que queda de verano. Después de las últimas travesías por la Sierra, mi rodilla ha quedado maltrecha y ahora sólo me queda esperar a que llegue el día de la primera visita a un traumatólogo especialista en problemas de rodilla. Ojalá lo peor sea un reposo obligado unos pocos meses.
Hasta entonces, me conformaré mirando fotografías como ésta del pasado invierno en Peñalara, donde el arroyo de la laguna grande quiere ser como el Guadiana y aparece y desaparece entre la nieve, serpenteando hasta perderse en el prado bajo el circo glaciar, mientras que la luz rasante de un sol ya bajo da textura áspera a la nieve.
Lo que más me gusta de la montaña es sentarse allí arriba y contemplar lo que pasa ante mis ojos en tan poco tiempo. Ésta cambia de estado de ánimo sin avisar y nos muestra distintas caras de la misma escena. Dicen que la luz es determinante en una fotografía, tanto que si ésta desaparece y sólo queda luz dispersa por la niebla pasan cosas como en la siguiente fotografía.
Me encantan tus fotos!
Gracias por tu visita