Mes: mayo 2014

Atardecer en la Laguna de la Caldereta, primavera 2014

Hace poco estaba tomando esta fotografía en la laguna de la Caldereta, a 3.000 metros, bajo una niebla que se mantuvo todo el día y que sólo por unos instantes dejaba ver más allá de unos pocos metros. Ese día, la temperatura fue tan baja que el termómetro no llegó a los cero grados en ningún momento y el sol se mostró sólo un tiempo muy breve al comenzar la mañana.

Llegar hasta esta laguna me llevó a andar más de 15 kilómetros desde el coche, haciendo parada la noche anterior en la laguna de las Yeguas en la que tomé la fotografía del artículo anterior, donde las nubes ya insinuaron cómo iba a ser el día siguiente.

En este día la niebla no dio tregua y no hubo ningún atardecer con un sol ardiente entre nubes de intenso naranja o rojo, ni un suave colorido crepuscular. La paleta de color que se mostró durante todo el día fue reducida, de tonos azulados y verdosos al atardecer hasta que la luz se fue apagando poco a poco, y con un ambiente misterioso como el que se ve en esta fotografía, donde se insinúa al fondo el puntal de la Caldera, con su laguna aún helada y la nieve cubriendo aún toda su cubeta. Sorprende ver que estando tan cerca una laguna esté helada casi por completo y otra totalmente deshelada y sin apenas neveros en su borde.

En breve prepararé una serie con fotografías similares a ésta, de las tres lagunas del circo de la Caldera, con esa paleta de color reducida en la que abundan azules y verdosos, aunque dependiendo de la profundidad alguna se muestra más verde y otra más rojiza.

Ésta vez me ha costado decidirme por el color y pensé en crear la serie en blanco y negro, puesto que al principio no me convencía este juego de colores, pero el resultado final me ha acabado gustando.

El reto en esta serie ha sido encontrar una temperatura de color en el RAW que equilibrase bien el azul y verde y encontrar un punto de exposición que dé misterio pero que conserve detalle en las sombras.

De aquellos días, el siguiente amanecer fue totalmente distinto y las nubes desaparecieron por completo, creando una banda crepuscular en la que las fotografías quedaron diferentes a las de esta tarde, pero esa ya será otra historia.

Lagunas de Sierra Nevada, primavera 2014

Esta es la primera fotografía de una sesión durante un fin de semana entero en Sierra Nevada con mucho frío y muchas nubes. Una escena fría de la Laguna de las Yeguas, cuya capa de hielo empieza a resquebrajarse creando líneas llamativas y las nubes al fondo dejan entrever la arista del Cartujo.

Las lagunas más grandes o en zonas a las que llega un sol con menos intensidad aún se resisten a dejar el hielo. Otras más pequeñas y más expuestas al calor ya se muestran en todo su esplendor, un oasis que en breve desaparecerá cuando se agoten los neveros que las nutren y los implacables rayos de sol del verano las evaporen y las filtraciones les roben su esencia.

Como ya es habitual, la hoja de contactos está latente y espera paciente a que pueda dedicarle el tiempo que se merece, observando cada fotografía con mimo y con cuidado, seleccionando y descartando las que nunca verán la luz y dando forma poco a poco a las que acabarán viéndola.

Atardecer con vistas al valle del Lanjarón, primavera 2014

Aunque parezca raro, cuando subo a la montaña, mi meta no suele ser llegar hasta una cima. Cuando voy, lo que busco es lo que llamo «fotografiar la montaña» y no «fotografiar desde la montaña». Para mí, la protagonista debe ser la cima, por lo que procuro buscar un punto de vista inferior que la muestre majestuosa, altiva, y le dé la posición de superioridad que se merece.

Para dotar la composición de cierto movimiento visual procuro buscar un elemento en primer plano que aporte un diálogo entre ambos y, con permiso de la meteorología, un cielo parcialmente cubierto que termine de aportar volumen y no deje un cielo demasiado plano. Y para finalizar, una luz suave crepuscular de espaldas al sol.

Cuando aquella tarde decidí subir hasta la laguna del Caballo y fotografiar el valle del río Lanjarón no cumplí exactamente mi premisa y terminé subiendo a la cima del Caballo, donde la improvisación triunfó sobre la premeditación.

En mi mente visualizaba una escena desde la laguna en deshielo con un primer plano que destacase la textura los bloques de hielo agrietados, con el valle del río Lanjarón como línea que guiase la vista hacia el Veleta en una posición alta y dominante. Las manchas negras del deshielo en el valle romperían la uniformidad del blanco de la nieve dando un aspecto de piel de dálmata. Al final, el tiempo disponible provocó el cambio de plan.

La vía más corta y suave para llegar a la cima del Caballo, el tresmil más occidental de Sierra Nevada, con sus 3.022 metros de altitud según el GPS, parte desde el mirador de la Rinconada de Nigüelas. Requiere una corta travesía de poco más de cinco kilómetros y superar casi unos 1000 metros de desnivel, que había previsto hacer en unas tres horas, paradas para buscar posibles encuadres incluidas.

Para llegar al punto de partida hay que recorrer una pista de tierra en muy mal estado durante unos 12 kilómetros, superando un desnivel de 1150 metros.

Ya salía tarde sin prever que la ruta por la pista de tierra me llevaría bastante tiempo. Tardé una hora en esta parte hasta dejar el coche en el mirador. Viendo que había perdido una hora de luz y que no llegaba a tiempo, aceleré el paso y conseguí llegar en dos horas y media, un tiempo que sorprendentemente encaja bien con la regla de Naismith. Esta regla para estimar la duración de una ruta dice que hay que sumar una hora por cada 5 kilómetros de recorrido y 1 minuto por cada 10 metros de altura ganada.

La obsesión por llegar y no perder la sesión hizo que no parase nada más que para atarme mejor las botas, que no me había atado muy fuerte para poder subir más cómodo, así que no hubo tiempo para buscar encuadres ni disfrutar del camino.

Llegué diez minutos antes de la puesta de sol y ya no había margen para bajar hasta la laguna, así que, a menos de 100 metros de la cima, decidí subir hasta ella e improvisar y sacar algo de aquella caminata.

Como el ascenso por esta parte está muy expuesto al sol, el deshielo ya se hacía notar en el camino, y sólo había que atravesar un par de neveros con nieve blanda que no requería usar crampones, además, el sol era agradable y no había ni rastro de viento.

Al llegar a la cumbre se levantó un viento fantasma salido de la nada, así que tuve que ponerme abrigo a toda prisa y sacar el equipo y desplegar el trípode antes de que la luz bajase mucho. Esta vez más que nunca, no hubo tiempo ni para comer ni para beber.

Arriba había pocos elementos en primer plano para componer y poco margen para cambiar el punto de vista. Mientras daba rodeos buscando algo que meter en el encuadre, el sol comenzó a pintar las nubes más al fondo en dirección Este, mientras que una nube más cercana y a la derecha y las que cubrían la cima del Veleta quedaban en sombra y de color blanco, haciendo que la mezcla fuese un tanto peculiar. Al final, para rellenar el primer plano encontré esta línea de piedras oscuras que la nieve ya no cubría y que sirvió como vector para dirigir la mirada desde el primer plano hacia el fondo.

La escena tenía una luz muy equilibrada, la nieve reflejaba la luz y el tono quedaba bastante cercano al que tenía el cielo, por lo que no hizo falta utilizar más que un filtro degradado neutro duro de 1,5 pasos para conservar el volumen y detalle de las nubes.

Cuando el sol dejó de pintar las nubes y me cansé del encuadre inicial, varié el primer plano utilizando como vector que dirigiese la vista este hilo de nieve sobre las rocas oscuras.

Por último cambié a formato horizontal para tener una vista más amplia del valle, y busqué rellenar el segundo plano con esa suave diagonal blanca que formaba la cima nevada. Para pintar las nubes utilicé un filtro de color sobre el cielo sujetándolo con la mano y quitándolo antes de que el obturador se cerrase, dejándolo delante del objetivo el tiempo suficiente para dar ese toque de color sin que llegase a tener demasiada presencia en el cielo.

Cuando la luz cayó demasiado, y ya no había mucho más que hacer, allí me quedé un rato, a más de 3000 metros y a oscuras, contemplando la vista lejana de la ciudad iluminada.

Fotografiando desde el Cerro del Caballo, Sierra Nevada, primavera 2014

Fotografiando desde el Cerro del Caballo, Sierra Nevada, primavera 2014

De vuelta, el cansancio que tenía era tal que tardé casi el mismo tiempo en la bajada. Media hora después de comenzar el camino de vuelta la luna apareció y me acompañó durante el resto del tiempo, iluminando levemente el camino hasta el coche, al que llegué exhausto más tarde de la media noche, y aún me quedaba bajar por aquella pista de tierra durante una hora más.

Ensenada de Mónsul, Cabo de Gata, 2014

He visto situaciones distintas en esta playa virgen de Cabo de Gata, cuyas rocas ponen de manifiesto de forma clara su origen volcánico. La primera vez que estuve allí, hace catorce años, la playa tenía más arena, llegando incluso a unir esta ensenada con su vecina Ensenada de la Media Luna, que está más al oeste. En ésta ocasión, la arena había retrocedido, dejando al descubierto rocas caídas de la punta del Mónsul, cubiertas de verdín, y separando ambas ensenadas.

La playa está rodeada por promontorios y acantilados formados por impresionantes lenguas de lava fosilizada. Cuando éstas llegaron hasta el mar y se solidificaron, la fuerza del agua las fue erosionando hasta que tomaron esta forma tan llamativa que hoy vemos. Además, la erosión fue haciendo que las rocas se desprendieran y cayeran al mar, creando este ecosistema en el que proliferan las algas y que aportan este matiz verde intenso a un paisaje tan agreste.

Era primavera cuando me acerqué a esta playa la tarde y noche anterior, en la que estuve fotografiando desde la ensenada de la Media Luna mirando hacia el Este, intentando captar escenas con la suavidad del crepúsculo del atardecer. Fue el momento en el que me fijé en las rocas, especialmente esa roca cubierta de algas blancas, y pensé en utilizarlas como primer plano de una vista más amplia con la peineta del Mónsul de fondo.

A la mañana siguiente regresé. Sin calcular bien la hora de la salida del sol y el tiempo de trayecto, me había levantado tarde, así que ya de camino el sol comenzaba a despuntar y pensé que había perdido la oportunidad de fotografiar este lugar con la luz suave del amanecer.

Cuando por fin pude aparcar el coche, salí corriendo trípode al hombro hasta la playa para colocarlo en el lugar que ya tenía visto desde la tarde anterior y así poder fotografiar el cielo crepuscular que había en ese momento. La playa estaba desierta, y mientras corría como un poseso con la vista clavada en la peineta, no me di cuenta hasta estar casi justo al lado que había tres campistas que estaban durmiendo con sus sacos en la arena, casi al borde del agua. La verdad es que me cuesta entenderlo, porque la humedad y el frío de la mañana eran tremendos, así que dormir en esas condiciones no debe ser nada agradable durante esta época, por no mencionar el susto que una de ellas se llevó cuando, al despertarse -supongo que por el frío- para ponerse algo de ropa, vio que un tipo se acercaba desde lejos corriendo con tres palos negros al hombro. Lo más cómico es que estaba en top-less, así que estar de esa guisa en una playa desierta al amanecer y ver que alguien se acerca corriendo debe causar una impresión de película. Yo llegué y me lié con la cámara y los filtros, así que cada uno siguió a lo suyo, los campistas a seguir durmiendo y yo a fotografiar.

Después de fotografiar la ensenada desde el Este con el crepúsculo como telón de fondo y entretenerme un buen rato en la mitad de la ensenada fotografiando la peineta con la arena suave como primer plano, volví a esta parte para fotografiar esas rocas con la escena que había visto la tarde anterior. El sol ya estaba alto, pero las nubes fueron tomando más presencia y suavizando los rayos de sol.

Elegí este encuadre procurando rellenar el primer plano con las rocas cubiertas de verdín a modo de base. Luego intenté que la roca cubierta de blanco quedase a la derecha, en el plano medio, iniciando así un recorrido visual desde la esquina inferior izquierda hasta la roca blanca en la derecha. El triángulo lo completó la peineta al fondo. Creo que esta segunda parte del recorrido es la que más peso tiene.

Una vez elegido el encuadre exacto, tras medir con el exposímetro de la cámara y ver que había una diferencia de unos tres puntos entre cielo y resto de planos, puse en el portafiltros un filtro degradado neutro de transición dura de tres pasos, colocando después sobre la ranura más cercana al objetivo un filtro de densidad neutra de diez pasos para bajar la velocidad hasta los 15 segundos.

El filtro de diez pasos no deja ver la escena, por lo que hay que encuadrar antes de colocarlo. Para esto, los filtros que van sobre portafiltros son mucho más cómodos que los filtros de rosca, así se puede quitar y poner el portafiltros cada vez con un simple gesto para quitarlo del objetivo. Además, esto facilita mucho poder ver hasta dónde se está calando el filtro degradado que estamos utilizando para reducir el rango dinámico que nos hemos encontrado en la escena y hacer que quepa en el rango que maneja el sensor de nuestra cámara y evitar todo lo posible quemar luces o empastar sombras.

Tras dos fotografías más de una escena similar simplificando algo el primer plano, me despedí de este lugar tan único.

Peñalara en azul intenso, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #2, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #2, primavera 2014

Los sentimientos ocultos en una fotografía

Se suele decir que una buena fotografía debe ser capaz de contar una historia por sí misma, sin necesidad de palabras.

Seguramente sea porque en realidad las mías no lo son, o quizá también, porque no posea la destreza necesaria que me haga capaz de captar ciertas vivencias, sentimientos y experiencias a través de un sujeto, un fondo, una composición y una luz más o menos especial, pero, si fueran buenas o tuviera esa destreza, ¿implica el hecho de que la fotografía cuente la historia por sí misma que la respuesta emocional que transmite al espectador es necesariamente la misma que la del autor? o más bien, ¿depende ésta de factores únicos como son la personalidad, la experiencia o las vivencias, la cultura y la manera de disfrutar y de ver del mundo de cada uno?.

Yo creo que no tiene por qué coincidir, y por tanto, hace tiempo que dejó de tener sentido para mí el hecho de publicar algunas de ellas, aquellas con las que tengo un vínculo especial, sin más, sin contar lo que hay detrás y la razón de ese vínculo. Supongo que de ahí viene este blog y este tipo de artículos.

Llegué al mundo de la fotografía tras un momento personal difícil, unos meses muy duros que acabaron de la forma más triste, irremediable y para siempre. La fotografía logró lo que buscaba, ocupar una parte de mi mente, ayudándome así a sobrellevar lo imposible de sobrellevar.

Hasta aquel momento, el trabajo era lo que me ayudaba, pero ése era un bálsamo de poca eficacia y del que abusaba, poco idóneo para mi mal, y que pronto disminuyó su efecto hasta dejar de tenerlo por completo.

Así, la fotografía se convirtió en lo que me proporcionaba el efecto real que buscaba, y lo logró, sobre todo, cuando descubrí que subir a la montaña a fotografiar los momentos que ésta me regala era el mejor bálsamo para no pensar, para vaciar mi mente y ocuparla con pensamientos nostálgicos, pero más amables.

Abusar de ella me provoca efectos secundarios que me obligan a pagar un peaje. Cada vez más, cuando salgo a fotografiar, cuando voy lejos, solo, en busca de ese bálsamo, una parte de mí se queda allí y ya no vuelve.

Tomar estas fotografías, y escribir sobre ellas y lo que siento cuando subo hasta esos lugares, cuando voy a buscar una dosis de mi bálsamo, me ayuda a encontrarme de nuevo con esa parte de mí que se quedó atrapada y que no volvió.

Peñalara en azul intenso #9, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #9, primavera 2014

Cuando estoy de nuevo aquí, en el mundo real, mirarlas una y otra vez, recordar aquellos momentos y volver a encontrarme con cada parte de mí que voy perdiendo, alarga, cada vez más, el efecto de ese bálsamo para no pensar.

Peñalara, mi bautismo en fotografía de paisaje de montaña en invierno

Aunque resulte extraño, un sitio tan masificado como Peñalara fue el lugar donde descubrí esto, un día a finales de otoño, tras la primera gran nevada de la temporada, ya al atardecer, en el que la temperatura era tan baja que incluso se heló el agua que llevaba en la botella atada a mi mochila.

Ya no había nadie en el camino ni en aquel lugar. Sucedió dando un rodeo a la laguna para buscar un encuadre. La nieve de otoño recién caída lo cubría todo, pero no estaba lo suficientemente compacta como para aguantar mi peso, así que me hundí varias veces hasta la cintura, y salir me costaba cada vez más, cuanto más luchaba para salir más me cansaba y más cansancio acumulaba.

Hasta que en una de esas ocasiones, tras pisar la nieve sin poder ver lo que había debajo, caí en un agujero tan profundo que me quedé hundido hasta el pecho. Estaba tan cansado que ya no hice nada por salir y me quedé quieto durante un buen rato.

Estar allí solo, hundido y en un completo silencio, apenas roto por el crujir del hielo de la cascada, hizo que mi mente se quedara clavada en aquel instante. Me sentí bien y me quedé allí, inmóvil, contemplando la nieve, el paisaje, las nubes y aquella luz tan pura, y no pensé en nada más.

Durante un buen rato seguí sin hacer nada por salir. Después de aquello, me costó salir del agujero, moviendo piernas y brazos, tumbándome y deslizándome sobre la espalda. Lo logré, y la mejor prueba de ello está en que hoy escribo este artículo.

Nunca he olvidado aquel instante, el primero en el que una parte de mí se quedó allí para siempre. Desde entonces ese instante regresa a mi mente cuando subo de nuevo a la montaña, sea ésta o cualquier otra, buscando tener de nuevo un momento así.

Cuando salgo, estoy allí solo y hago fotografías como éstas, eso es lo que siento y eso es lo que me recuerdan cuando las vuelvo a ver.

Despedida del invierno

Uno de esos momentos en los que salgo a buscar mi nueva dosis de bálsamo fue hace poco, a comienzos de esta primavera, de nuevo en Peñalara.

Por desgracia, los 2.428 metros de altitud de ésta, el pico más alto de la Sierra de Guadarrama, no son suficientes cuando acaba el invierno y el calor se vuelve implacable en el deshielo, por lo que las escenas minimalistas que nos regala la nieve pronto se convierten en un recuerdo que deja paso al verde lleno de vida.

Ya habían transcurrido dos semanas desde que comenzó la primavera y pocos días antes había estado nevando, así que decidí despedirme del invierno y subir a fotografiar el atardecer en Cinco Lagunas de Peñalara bajo esa nieve reciente. Pensaba que ya se estarían deshelando las lagunas, así que tenía en mente una fotografía que reflejarse en el agua la montaña todavía cubierta por la nieve.

Era sábado por la mañana. Estaba lloviendo y tampoco parecía que fuese a mejorar el tiempo durante la tarde, pero el cielo no estaba totalmente cubierto. Cuando pasa esto y llueve durante la tarde, hay cierta probabilidad de que pare de llover y se abran las nubes un poco más antes de la puesta de sol, dando algunos de los mejores espectáculos de luz que podemos fotografiar.

Así que iba buscando una fotografía de la montaña nevada, con un cielo así, y el reflejo de ambos en el agua de alguna de las lagunas, cosa que al final no sucedió.

La despedida merecía la pena y decidí correr el riesgo de que me cayese una buena ducha allí arriba. Me preparé para subir justo antes del atardecer, hacer el recorrido hasta Cinco Lagunas y llegar antes de que el sol se pusiese y comenzase el crepúsculo de la tarde.

Llegar hasta Cinco Lagunas desde el puerto de Cotos implica hacer una ruta corta, de poco más de nueve kilómetros ida y vuelta, con un desnivel acumulado suave, unos 580 metros de ascenso y otros 620 de descenso. Y si no te entretienes buscando encuadres y observándolo todo, se puede llegar a hacer en poco más de dos horas y media incluidas ida y vuelta.

Comienzo de la ruta

Cuando llegué al puerto de Cotos aún estaba lloviendo. A pesar de ello, y creo que es algo que nunca llegaré a entender, aún quedaban algunas familias de las que suelen aprovechar hasta el último metro cuadrado de nieve dura y embarrada que queda en la zona de principiantes de la antigua estación de esquí de Valcotos para darse un corto empujón en trineo.

Después de esperar más de media hora, el cielo me dio una tregua. En esa época atardecía poco después de las 20:30, y ya eran casi las seis de la tarde, así que decidí no esperar más, y tras cargarme a la espalda todo el equipo, comencé a andar.

Durante el primer tramo del trayecto, un paseo de poco desnivel y algo más de tres kilómetros, fui viendo cómo el deshielo ya estaba haciendo estragos.

Camino a Peñalara - Móvil

Camino a Peñalara – Móvil

El agua corría por todos los rincones y bajaba con fuerza por los arroyos, generando un murmullo que se fundía con el canto de los pájaros, un contraste con el silencio, a veces roto por el sonido del viento, al que nos tiene acostumbrados el invierno, y que aún persistía más arriba.

Arroyos en Peñalara - Móvil

Deshielo en Peñalara – Móvil

Días de lluvia así, y más cuando va cayendo la luz, ahuyentan a la mayoría, por lo que durante los primeros pasos del camino vi a los últimos montañeros que regresaban. Muy pocos se habían aventurado a salir aquel día para volver tan tarde. Mucho antes de llegar al cruce que desvía la ruta de la Laguna Grande y la Laguna de los Pájaros ya estaba completamente solo.

Tras la primera subida, ya podía contemplar una buena vista del circo de Peñalara y la zona de borreguiles que discurre por el curso del arroyo de la laguna. El deshielo ya llegaba hasta allí y la Laguna Chica empezaba a tener agua.

Borregiles de Peñalara - Móvil

Borregiles de Peñalara y Laguna Chica – Móvil

Circo de Peñalara - Móvil

Circo de Peñalara y Laguna Grande – Móvil

A partir del cruce el camino estaba mucho menos pisado y con más nieve, ésta estaba blanda y requería más esfuerzo seguir andando, cubriendo a veces hasta las rodillas. Confiado en que no sería así, no me había puesto las polainas, por lo que los pantalones acabaron empapados de rodilla para abajo, menos mal que tienen membrana impermeable y no calan. Llegó un momento en el que la huella incluso desapareció, signo de que pocos se habían animado a ir más allá de la Laguna Grande ese día, así que me costó un poco más seguir la ruta.

Cinco Lagunas y cómo usar los filtros degradados

Como siempre, el ojo fotográfico acaba venciendo al espíritu montañero, así que al final, parada tras parada para evaluar encuadres, tras pasar unas bonitas cascadas provocadas por el deshielo, llegué a Cinco Lagunas después de casi dos horas de camino, cuando ya quedaba muy poco tiempo para la puesta de sol.

No había ni rastro de lagunas, excepto la larga, con su forma de media luna y cubeta más profunda, que ya comenzaba a tener una fina película de agua en el borde que pegaba a la montaña. Su color azul intenso contrastaba con el blanco puro de la nieve que la rodeaba.

Dejé la mochila en el suelo y comencé a dar vueltas buscando encuadres, intentando no pisar escenas que pudiese estropear y luego arrepentirme.

Como las nubes cubrían Peñalara pero había bastantes claros sobre la cuerda larga, con cúmulos que se separaban y dejaban a la vista algunas nubes pintadas por el sol del atardecer, decidí explorar escenas con aquel fondo. Así, me olvidé de la laguna y, tras un pequeño ascenso hasta el borde de la cubeta, empecé a buscar algún elemento con el que rellenar el vacío que suponía el primer plano cubierto de nieve. Encontré este grupo de rocas cubiertas de líquenes y rodeadas de trazas de nieve que conducían hasta ellas.

Estuve durante un buen rato probando diferentes encuadres, las rocas más cerca, más lejos, horizontal, vertical, otras rocas más al fondo como elemento en el primer plano, más protagonismo para la nieve, más protagonismo para el cielo y unas cuantas pruebas más, hasta que al final me decidí por estas rocas. De las fotografías que al final seleccioné, me he quedado con ésta en formato vertical porque creo que el protagonismo está en el cielo, y en especial en la nube que comienza a deshacerse en la esquina superior izquierda del encuadre.

Peñalara en azul intenso #1, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #1, primavera 2014

La diferencia de luminosidad no era muy alta, pero para conservar el volumen de las nubes, utilicé un filtro degradado neutro de 1,5 pasos que equilibrara cielo y nieve.

Las escenas con nieve ponen más fácil la técnica, ya que la nieve es más luminosa que el agua o la tierra, así que el contraste de tono entre cielo y suelo es menor y éste se puede manejar bien con filtros degradados que bloquean menos pasos de luz. Si la transición del degradado del filtro es dura, los filtros que bloquean menos luz dejan menos marca si no se mueven que los que bloquean más pasos, por lo que tomar la foto requiere una técnica más sencilla, basta con poner el filtro en el portafiltros y fijar el comienzo de la transición en su sitio.

Con luminosidades no muy bajas como en ésta, donde la velocidad del obturador que tenemos que configurar sigue siendo alta, la nieve lo facilita todo. Con la ausencia de nieve, el contraste cielo-tierra es mayor y tendríamos que utilizar un degradado que bloquee más pasos de luz. Si utilizásemos un filtro degradado con transición dura y tres pasos de diferencia, la marca podría notarse mucho si el horizonte no es muy plano, lo que nos obligaría a sostenerlo a mano y realizar un ligero movimiento arriba-abajo en lugar de fijarlo en el portafiltros, y para que nos dé tiempo a realizar ese movimiento y evitar dejar marca, deberíamos bajar la velocidad utilizando un filtro más, uno de densidad neutra no degradado que bloquee más luz y nos permita bajar la velocidad lo suficiente. Así que la nieve simplifica todo esto en escenas así.

Los filtros de transición suave también ayudan, pero para mi gusto la transición es demasiado suave y si necesitamos calarlos aún más, oscurecen más de lo que deseamos el primer plano o planos medios, por lo que los suelo utilizar en muy pocas ocasiones.

La laguna larga y la importancia de utilizar un buen equipo de montaña

Cuando la luz ya empezó a caer más, bajé hasta la laguna larga antes de perder la oportunidad de fotografiarla esa tarde. A pesar del esfuerzo, el cielo no se abrió ni un milímetro sobre Peñalara en toda la tarde, así que no hubo espectáculo de luz iluminando las nubes cuyo reflejo fotografiar en el agua.

Peñalara en azul intenso #3, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #3, primavera 2014

Tuve que poner cuidado para aproximarme hasta el borde, ya que a veces no sabes lo que estás pisando y puedes llegar a estar encima del agua y romper con tu peso la capa de hielo de forma repentina y acabar con los pies mojados por el agua helada. Si estás a varias horas de camino y de noche, cuando la temperatura baja aún más, tratar de llegar hasta el coche caminando con los pies mojados y helados durante mucho rato no sería muy agradable.

Para andar por estos sitios, donde se pisa mucha nieve, que suele cubrirte bastante, y a veces las temperaturas, sobre todo en invierno y cuando cae el sol, son bastante bajas, es fundamental equiparse con unas buenas botas de alta montaña con membrana impermeable, incluso para un fotógrafo, ya que vamos a estar recorriendo sitios de lo más variopintos, saliéndonos de las veredas y acercándonos más y más a cursos de agua y lagunas.

Incluso las veredas son atravesadas por cursos de agua con bastante caudal en época de deshielo, como fue el caso esta vez, y hay que meter los pies en el agua para seguir el camino. Si vas equipado con botas de este tipo y el agua no llega a superar la caña, te salvas de mojarte los pies y de arruinarte la sesión. Y estas botas, además de ayudar a no mojarte con su membrana impermeable, son las únicas que de verdad está preparadas para el frío extremo.

Además de las botas, cuando te sales de la huella para acercarte a un sujeto que quieres meter en primer plano o buscar un ángulo para un encuadre, también es fundamental utilizar los bastones para ir sondeando la nieve antes de pisarla y comprobar si está muy blanda y si hay mucha profundidad, y evitar así caer en agujeros muy profundos como me sucedió a mí aquella primera vez. Una próxima vez puede no haber suerte y llegar a golpearte la cabeza con una roca al caer.

Este día, al acercarme a la laguna, tuve suerte y el borde tenía cierta consistencia, por lo que, aunque llegué a meter los pies en el agua helada, que más bien parecía granizo, ésta no llegó a superar la altura de la mitad de la caña de mis botas. Así que no me mojé y además pude hacer fotografías metiendo el trípode en la laguna. Utilizando un gran angular intenté así lograr que la línea del borde del agua partiese desde abajo y guiase la mirada hacia la parte superior del encuadre, vertebrando la imagen.

Peñalara en azul intenso #4, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #4, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #5, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #5, primavera 2014

Las nubes iban bajando cada vez más y la noche se echaba ya encima. Poco antes de que la luz disminuyese hasta alargar el tiempo de exposición más allá de los 30 segundos, me subí un poco más sobre el borde de la cubeta y pude hacer estas fotografías en formato horizontal, intentando captar más reflejo de la montaña cubierta de nubes bajas sobre la laguna.

Peñalara en azul intenso #6, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #6, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #7, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #7, primavera 2014

Una última fotografía

Después de ello, y aunque la cámara engañe, la luz había desaparecido casi por completo. Di una vuelta atrás para andar unos cuantos metros y recoger la mochila, y beber agua, algo que no había hecho en toda la tarde.

Esta es otra de las situaciones que pasan al salir a fotografiar la montaña y que diferencian al fotógrafo del resto de montañeros. Cuando estamos ahí en la montaña y llega la luz mágica, ésta parece que nos hechice y ya sólo pensamos en fotografiarla. Pasamos horas en el mismo sitio, nos olvidamos de comer, de beber, y a veces incluso de abrigarnos cuando cae la temperatura al atardecer. Es un momento tan especial que sólo nos centramos en lo que más nos gusta hacer y nos olvidamos de todo lo demás.

Ya con la mochila a la espalda y tras dar los primeros pasos de vuelta, no resistí la tentación de hacer una última fotografía de la laguna completa. Aunque no lo parezca, a través del visor no se veía casi nada y no sabía si estaba encuadrando bien o no y si estaba abarcando la laguna completamente o la estaba cortando por alguna parte.

Cuando la luminosidad es tan baja y la velocidad de obturación cae por debajo de los 30 segundos y tenemos que pasar a modo bulb, ni siquiera el liveview es suficiente para ver lo que estamos encuadrando, y si es un plano muy abierto como éste donde no podemos iluminar con un frontal o linterna para ver lo que vamos a fotografiar y así ajustar la composición, sólo nos queda hacer una prueba con la ISO más alta que nuestra cámara permita y así ver cómo va a ser el resultado final.

Así, después de hacer esa prueba y ajustar el encuadre, tras poco más de dos minutos, me despedí de la laguna con esta última fotografía. Para que no me llevase más tiempo que aquellos dos minutos, me resigné a dejar un ISO de 400, en caso contrario, para disparar con el mínimo que soporta mi cámara, ISO 100, habría necesitado dos pasos más de luz, lo que habría supuesto 8 minutos de fotografía, un tiempo del que ya no disponía, además de que mi cámara no se comporta bien con largas exposiciones.

Peñalara en azul intenso #8, primavera 2014

Peñalara en azul intenso #8, primavera 2014

Camino de vuelta

Ya era completamente de noche y empecé a caminar de prisa. Al salir siempre solo, como en esta zona no hay cobertura, como precaución suelo decir en casa la hora a la que tengo que llamar cuando he llegado al coche, y si no he llamado a esa hora y pasa una hora más, mi mujer sabría que algo no va bien y llamaría al servicio de emergencias.

Esa tarde no hice bien los cálculos de la ruta y al principio pensé que me llevaría menos. Una vez allí, y tras terminar la sesión, estimé que la vuelta desde Cinco Lagunas me llevaría al menos una hora y cuarto, pero ya sólo quedaba media hora para el momento en el que debía llamar ya en el coche.

Sabía que a la vuelta había una zona de baja de cobertura un kilómetro y medio más allá, tras una pequeña subida de 90 metros, aunque no siempre la hay. Así que aceleré el paso para llegar y comprobar si había cobertura, llamar y avisar de que llegaría más tarde. Afortunadamente, cuando llegué y desactivé el modo avión de mi teléfono móvil, había una cobertura mínima con la que pude llamar, y en una conversación entrecortada, decir que me retrasaba.

Sobre el modo avión, en la montaña, donde la cobertura es baja, y más aún si uno sabe que va a andar por zonas sin cobertura, es mejor activarlo. En caso contrario, el móvil consume más batería intentando encontrar redes disponibles y podríamos llegar a agotar la batería en un momento en el que la necesitemos y haya alguna zona de cobertura para poder llamar y que nos localicen. Yo, además de activar el modo avión, suelo llevar un segundo móvil apagado y con la batería completamente cargada por si acaso. Eso sí, todo depende de que logremos salir de una zona de sombra donde la señal no llega.

Tras la tranquilizadora llamada, ya pude desacelerar el paso y disfrutar del paseo nocturno que tanto me gusta y que tanto necesitaba.

Después de una hora, por fin llegué al coche y volví a casa con estas fotografías y con una nueva dosis de mi bálsamo.

De todas ellas me quedo con la número 7, porque me gusta cómo convergen la laguna y la montaña, por la frialdad que transmite el agua y porque el extremo de ambos parece flotar sobre la nada. La niebla reduce la escena a un mundo en el que sólo existe la montaña y la laguna, un mundo en el que hemos naufragado y del que no podemos salir, porque todo lo que lo rodea es un vacío infinito de color blanco, y si nos alejamos de ese mundo y nos adentramos en ese vacío infinito, nos perderemos para siempre.

Luces de primavera. Río Seco, Sierra Nevada, 2014

Río Seco #5, privamera 2014

La luna al amanecer sobre los raspones de Río Seco (Río Seco #5, privamera 2014)

Este lugar me causó una gran impresión la primera vez que lo vi en fotografías y atrapó en un instante mi mirada para siempre. Desde entonces ha estado en mi cabeza y supe que algún día estaría allí para fotografiarlo en un momento de luz especial.

Y ese día llegó. Fue a mediados de primavera, tras una travesía de dos días y 24 kilómetros, para contemplar un atardecer y un amanecer que nunca olvidaré. El tiempo pasará, pero al menos me queda esta galería de fotografías y muchos recuerdos de aquella aventura: Luces de Río Seco.

Aquel fue un atardecer lleno de sensaciones, atravesando pasos de nieve complicados mientras caía la luz y ésta mostraba sus azules más profundos y sus magentas y violetas más impactantes.

Tras ese atardecer la luz se despidió de mí para dejarme solo, ante una oscuridad sobrecogedora, en el centro del más absoluto aislamiento, en un paso con un desnivel complicado, rodeado de nieve y lejos aún de cualquier refugio.

Tampoco olvidaré aquel amanecer, tenue y silencioso. Me temo que no voy a ser capaz de describir la impresión que supone estar ahí, en ese lugar, solo en la oscuridad, en el fondo de su circo glaciar, hundido en la nieve y rodeado por sus crestones y raspones, en el más absoluto silencio, esperando a que llegue la luz.

Río Seco

Los raspones y los crestones de Río Seco son un conjunto de picos y crestas que se suceden uno tras otro y que custodian muy de cerca un grupo de lagunas de alta montaña.

Río Seco #2, privamera 2014

Raspones de Río Seco al amanecer con la cubeta del lagunillo alto cubierta por la nieve (Río Seco #2, privamera 2014)

Lo que para mí hace especial este lugar es la proximidad de altura de las lagunas a los picos, que parecen tocarse, y la explosión y sucesión de picos en línea con una altura creciente, recordándome a la espina dorsal del esqueleto de un gran Stegosaurus.

Circo glaciar y divisoria de mares

El conjunto de lagunas se asienta en el circo glaciar de Río Seco, a una altura de 3.000 metros. Éste es un circo de baja sobreexcavación, de ahí que las lagunas queden casi al pie de los picos.

Río Seco #14, privamera 2014

Amanecer con luna decreciente. Los raspones de Río Seco se elevan sólo a unos 100 metros por encima de la cubeta del circo glaciar (Río Seco #14, privamera 2014)

Los picos más altos, los crestones, rondan los 3.200 metros de altura. La cuerda en la que se ubican los crestones forma parte de la divisoria de mares Atlántico-Mediterráneo. La divisoria de mares separa aquellas lagunas y ríos de Sierra Nevada que vierten aguas a los principales ríos que desembocan en el Atlántico o en el Mediterráneo. La cara norte acaba vertiendo aguas al Guadalquivir (Atlántico) y la cara sur vierte al Guadalfeo (Mediterráneo). Esta divisoria de mares forma parte de la gran divisoria del Mediterráneo, que parte de Cádiz y termina en la región italiana de Apulia, y que separa aguas del Mediterráneo de las del Atlántico, Mar del Norte y Mar Adriático.

Las lagunas se alimentan del deshielo de la nieve acumulada en los crestones y raspones y forman el nacimiento del Río Seco, que une sus aguas al río Mulhacén, pasando luego por el río Poqueira y el río Trevélez, hasta llegar por fin al río Guadalfeo, que acaba en el Mediterráneo. Así, estas lagunas forman parte de la vertiente sur de la divisoria de mares.

Río Seco #3, privamera 2014

Amanecer en la cuenca de Río Seco, con el valle de Poqueira al fondo (Río Seco #3, privamera 2014)

La travesía hasta el punto más alto

Llegar a este lugar en invierno o primavera no es fácil y así fue. La acumulación de nieve hace que los pasos sean complicados, con una pendiente considerable, y en los que hay que tener cuidado con los aludes de placa.

Vuelta al día siguiente: paso de nieve complicado antes de llegar al Collado del Lobo (Ruta río Seco #24)

Vuelta al día siguiente: paso de nieve complicado antes de llegar al Collado del Lobo (Ruta río Seco #24)

El punto de partida más cercano a Río Seco está a 10 kilómetros, la Hoya de la Mora, a una altura de 2.500 metros, y hay que pasar por el collado de la Carihuela, a unos 3.200 metros, a los pies del Veleta, que es el punto más alto de la travesía.

Como en esa época atardece casi a las 21:30, ese día decidí subir ya por la tarde, comenzar mi ruta sin un destino fijo, ascendiendo por Cauchiles casi hasta las posiciones del Veleta, hasta tener a la vista la Laguna de las Yeguas y los Lagunillos de la Virgen. Si los veía suficientemente deshelados, bajaría y fotografiaría el atardecer en esta laguna o en los lagunillos y volvería a casa al anochecer. Si no, llegaría hasta el collado de la Carihuela a echar un vistazo y ver de lejos por primera vez los Raspones de Río Seco.

En la antigua carretera que llega hasta el Veleta, desde hace años cortada al tráfico, la nieve aún tenía un espesor considerable, y aunque hacía bastante calor, la nieve estaba lo suficientemente dura para permitir andar con relativa comodidad.

Ruta Río Seco #1 - Móvil

Espesor de la nieve en la antigua carretera al Veleta (Ruta Río Seco #1 – Móvil)

Tras un rato de camino, el Veleta parecía cada vez más cerca.

Ruta Río Seco #2 - Móvil

El veleta cada vez más cerca (Ruta Río Seco #2 – Móvil)

En esta ruta hay que atravesar varias pistas de esquí, aunque a la hora a la que subía ya estaba cerrada la estación y no había rastro de esquiadores, tampoco de montañeros. El silencio se rompía con el ruido de las máquinas pisa pistas, que ya trabajaban acondicionando la nieve para el día siguiente.

Ruta Río Seco #3 - Móvil

Pistas que atraviesa la ruta que llega hasta el Veleta (Ruta Río Seco #3 – Móvil)

Ruta Río Seco #4 - Móvil

Cara oeste de la sierra, dominada por las pistas y remontes de la estación de esquí (Ruta Río Seco #4 – Móvil)

La ruta también discurre por tramos de la antigua carretera al Veleta, tramos que ahora son pistas de esquí de fondo.

Ruta Río Seco #5 - Móvil

Pista de esquí de fondo sobre la antigua carretera que lleva hasta el Veleta. Al fondo los Tajos de la Virgen y la arista del Cartujo (Ruta Río Seco #5 – Móvil)

Algunas nubes rondaban la cuerda que va desde el Veleta al Caballo, y decidí parar, sacar la cámara y hacer esta fotografía que muestra el puntal de Loma Púa a la izquierda y termina en la arista del Cartujo a la derecha.

Nubes sobre los Tajos de la Virgen, el Tozal del Cartujo y el Caballo (Ruta río Seco #1)

Llegando al Collado de la Carihuela, nubes sobre los Tajos de la Virgen, el Tozal del Cartujo y el Caballo (Ruta río Seco #1)

Al girar la mirada a mi derecha vi como las nubes empezaban a cerrar la vista sobre el valle del Dílar. El Trevenque había desaparecido, y las nubes dejaban entrever el radiotelescopio del observatorio del IRAM, una inmensa parabólica de 30 metros de diámetro que fue construida en cuatro años (desde 1980 a 1984) y situado a 2.850 metros de altitud, que es utilizado cada año por más de 250 astrónomos que desarrollan allí sus proyectos científicos.

Antes de llegar a la Carihuela, las nubes cierran la vista del valle del Dílar (Ruta río Seco #2)

Antes de llegar a la Carihuela, las nubes cierran la vista del valle del Dílar, dejando entrever el radiotelescopio del IRAM (Ruta río Seco #2)

Pasadas dos horas y tras unos cinco kilómetros, tuve a la vista la Laguna de las Yeguas, que estaba completamente helada.

Laguna de las Yeguas helada (Ruta Río Seco #6 - Móvil)

Laguna de las Yeguas helada – abajo a la derecha (Ruta Río Seco #6 – Móvil)

El plan inicial cambiaba, ya que no había laguna en la que fotografiar el atardecer, así que decidí continuar hasta el refugio de la Carihuela y echar un vistazo a Río Seco desde lejos. Llegué a la Carihuela tras casi tres horas de subida.

Refugio de la Carihuela (Ruta Río Seco #7 - Móvil)

Refugio de la Carihuela (Ruta Río Seco #7 – Móvil)

La pesada carga del fotógrafo que sube a la montaña

Hay dos diferencias notables entre un montañero y un fotógrafo y que condiciona mucho el esfuerzo y los tiempos de subida en una travesía.

La primera es el peso del equipo. Cada vez que hago una ruta, aunque sólo sea de un día o una tarde, subo con una mochila tan grande que la gente, cuando cruzamos conversación en el camino, suele creer que voy a pasar varios días en la montaña. Y la realidad es que ésta va cargada casi al completo de equipo fotográfico, que además tiene un peso considerable, varios objetivos entre 1 y 1,5 kilos cada uno, la propia cámara y su bolsa, que ocupan mucho volumen, la bolsa de los filtros, el voluminoso y pesado trípode con su rótula igual de pesada, flash, linternas, etc.

Además de esto, hay que cargar con el equipo de montaña (crampones, bastones, ropa,…) y con la comida y el agua, lo que en total suma más de 16 kilos a la espalda, en una mochila con un volumen de entre 60 y 70 litros. Esto sólo para un día, por lo que si añadimos equipo para pasar la noche y agua y comida para varios días, el peso puede llegar a ser insoportable y la velocidad de marcha muy lenta.

A veces, cuando me he puesto la mochila en los hombros sin haber metido aún el equipo fotográfico, la diferencia que noto es abismal, dándome la impresión de que no llevo nada a la espalda. Cuando la cargo con el equipo, la sensación cambia totalmente.

La segunda diferencia es que los ojos de fotógrafo nos alargan más de la cuenta los tiempos de parada, ya que éstos nos entretienen cuando se quedan clavados buscando encuadres y nos ponemos a hacer varias fotografías buscando documentar una composición que vemos con potencial para una próxima vez.

El ritmo más lento por el peso, unido a tanta parada, nos hace sumar al menos entre un 20 y un 30 por ciento a los tiempos que solemos ver en los libros de rutas.

A estas dos diferencias se suma que buscamos una luz especial, por lo que solemos andar por la montaña a horas en las que el resto ya está, o aún está, descansando en los refugios o en sus tiendas. Mientras tanto, para nosotros la visibilidad en la ruta se reduce hasta tal punto que la velocidad de marcha cae considerablemente y el tiempo se alarga más y más.

Una decisión difícil

Tras llegar a la Carihuela, desde allí eché un vistazo a mis queridos Raspones.

Vista sur de Sierra Nevada con los raspones de Río Seco en el plano medio y el Mulhacén y la Alcazaba tapados por las nubes (Ruta Río Seco #8 - Móvil)

Vista sur de Sierra Nevada con los raspones de Río Seco en el plano medio y el Mulhacén y la Alcazaba tapados por las nubes. Delante, el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #8 – Móvil)

Ahí estaban, tan cerca, después de tanto esfuerzo para subir hasta allí. Una extensa nube cubría el Mulhacén y la Alcazaba, dejando a la vista el Puntal de la Caldera, los raspones y los crestones de Río Seco. Fue una gran sensación tener delante de mis ojos y tan cerca aquel lugar que soñaba fotografiar.

La tentación de tenerlos al alcance de la vista y poder llegar hasta ellos era fuerte. Y así empezó a rondar en mi cabeza, cada vez con más fuerza, la idea de llegar hasta allí.

Aún quedaban casi dos horas de luz, pero la nieve acumulada en el paso que había que atravesar para llegar a ellos imponía.  Sabía que si lograba llegar hasta Río Seco antes del crepúsculo del atardecer, volver de noche por aquel paso de nieve sería muy complicado y tardaría muchas horas en llegar hasta el coche, demasiadas horas andando de noche por la montaña y cansado, por lo que era inviable llegar y volver. Así que tenía que decidir si aventurarme e intentar llegar hasta allí o volverme y no tener nada después de haber llegado tan cerca.

Nieve acumulada en el paso bajo el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #9 - Móvil)

Nieve acumulada en el paso bajo el Veleta y el Cerro de los Machos (Ruta Río Seco #9 – Móvil)

La nieve acumulada dejó de preocuparme demasiado cuando unos montañeros que se preparaban para dormir en el refugio de la Carihuela me dijeron que venían desde el Mulhacén unas pocas horas antes, donde habían pasado la noche anterior, y que habían pasado por el camino con una huella muy marcada.

Después de pensar durante un buen rato, el impulso se apoderó de mi mente. Pensé en llegar, fotografiar el atardecer, y como ya no podría volver, continuar aún más lejos para pasar la noche en un refugio a unos dos kilómetros más al Este. La tentación de llegar hasta allí y las ganas de ver aquel lugar con la luz del amanecer terminaron de cegarme. Así que decidí comenzar a andar. Aquella duda me había llevado a estar parado en la Carihuela más de media hora, así que ya quedaba menos aún para que anocheciese.

Llevaba suficiente comida, poca agua, aunque esto tenía remedio, y ningún equipo para pasar la noche, pero como la temperatura no llegaría a bajo cero, pensé que podría pasar la noche dentro del refugio, bien abrigado y con dos mantas de emergencia que siempre llevo en la mochila. Y así fue.

Las horas más duras del camino

Tras una bajada hasta los 3.100 metros, y pasada laguna de los Vasares del Veleta, de la que no había ni rastro, ya a los pies del Cerro de los Machos, el camino empezó a ponerse muy difícil, el paso comenzó a tener una gran pendiente y todo se fue complicando, con nieve relativamente dura, lo que me obligó, a pesar de ver restos de desprendimientos de roca, a parar donde el carril de tierra aún tenía claros y ponerme los crampones. Esto, unido a las paradas continuas para hacer fotografías de esta parte del camino, me retrasó demasiado.

El camino comienza a complicarse, con un desnivel considerable (Ruta río Seco #3)

El camino comienza a complicarse, con un desnivel considerable. Un claro en la pista de tierra, aunque con desprendimientos de roca, me sirve para parar y ponerme el equipo (Ruta río Seco #3)

Cuando vuelvo a ponerme en marcha y miro hacia adelante, me doy cuenta de que al fondo las nubes comenzaban a taparlo todo. Ya no hay rastro de la Alcazaba ni del Mulhacén, ni de Loma Pelada ni del Puntal de la Caldera. Los raspones y crestones apenas se ven. Empecé a pensar que si la niebla lo cubría todo, la noche caería todavía más de prisa y ver el camino se complicaría todavía más.

Ruta río Seco #4

Paso al atardecer bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #4)

Más tarde, tras avanzar unos cuantos metros, el viento comienza a despejar de nuevo el fondo y esto me da algo de tranquilidad, ya que veo que el paso cada vez tiene más pendiente.

Paso con cierta pendiente bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #6)

Paso con cierta pendiente bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #6)

Miré hacia atrás y allí quedaban los restos de la pista, ya que la nieve comenzaba a cubrirlo todo.

Vista atrás de los restos de la pista y nieve sobre el paso hacia el Collado del Lobo (Ruta río Seco #5)

Vista atrás de los restos de la pista y nieve sobre el paso bajo el Cerro de los Machos hacia el Collado del Lobo (Ruta río Seco #5)

Lo que pensaba que sería nada más que una hora de camino comenzó a alargarse más de lo que esperaba. Lo peor de todo es que aquella visión de la inmensidad de la montaña y de las luces del atardecer hicieron que no fuera consciente de que la tarde avanzaba demasiado.

Tras cinco horas desde que comencé, llegué al collado del Lobo. La vista de la sierra desde allí, con Veta Grande, el corral de Valdeinfierno y toda la cara norte,  impresionaba.

Vista de Veta Grande desde el Collado del Lobo (Río Seco #11, privamera 2014)

Vista de Veta Grande desde el Collado del Lobo (Río Seco #11, privamera 2014)

Vista desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #7)

Vista desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #7)

Aún ni había llegado a Río Seco cuando la luz ya había caído demasiado y me había perdido aquel magnífico atardecer durante el camino. Justo cuando ya dejaba atrás el Collado del Lobo, empecé a ver marcas de posibles fracturas de placa más abajo y comencé a preocuparme, pero supe que ya no había vuelta atrás, debía seguir y llegar al refugio antes de que las temperaturas comenzasen a bajar mucho y la noche se cerrase del todo atravesando aquellos pasos con tanto desnivel.

Valle del río Veleta. Luz muy baja antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #8)

Valle del río Veleta. Luz muy baja antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #8)

Un poco más adelante, último paso de nieve complicado antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #9)

Un poco más adelante, último paso de nieve complicado antes de llegar a la puerta de los raspones (Ruta río Seco #9)

Ya ni me atreví a entretenerme para sacar el trípode y fui configurando la cámara, estirando los parámetros de exposición en cada fotografía para intentar mantener la mínima velocidad de exposición que mi pulso tolera, primero subiendo ISO hasta que la cámara ya no pudo con el ruido, luego abriendo el diafragma todo lo que el gran angular me permitía sin perder la profundidad de campo mínima que necesitaba aquel paisaje. Las últimas fotografías ya sufrían una falta de nitidez notable por la trepidación.

Vista del Puntal de la Caldera desde el Collado del Lobo. Última fotografía en la que la velocidad ya no permitía mantener una nitidez aceptable (Ruta río Seco #10)

Vista del Puntal de la Caldera antes de llegar a la puerta de los raspones. Última fotografía en la que la velocidad ya no permitía mantener una nitidez aceptable (Ruta río Seco #10)

Las fotografías ya no importaban

Y así hasta que poco a poco dejé de hacer fotos, guardé la cámara y mi mente ya sólo se centró en lo realmente importante, en llegar al refugio tan rápido como pudiese y con el mayor cuidado. Al final sólo había podido hacer unas pocas fotos del camino al atardecer, a pulso y sin el equipo adecuado, ninguna como me gusta, de forma calmada y reflexiva, con un encuadre y una composición bien pensados, meditados, desplegando el trípode en su sitio, midiendo la luz y colocando los filtros delante del objetivo, todo ello como si de un ritual sagrado se tratase.

El nivel de luz cayó tanto que el móvil sólo fue capaz de captar estas dos fotografías justo antes de llegar a la puerta de los raspones.

Paso de nieve con la noche cerrada (Ruta Río Seco #10 - Móvil)

Paso de nieve antes de llegar a la puerta de los raspones con la noche cerrada (Ruta Río Seco #10 – Móvil)

Último vistazo hacia atrás antes de pasar la puerta de los raspones (Ruta Río Seco #11 - Móvil)

Último vistazo hacia atrás antes de pasar la puerta de los raspones, aún quedaban 2,5 kilómetros y una hora y media hasta el refugio de Pillavientos (Ruta Río Seco #11 – Móvil)

Ya hacía frío y estaba tan cansado después de casi 6 horas que, pasada la puerta de la pista que atraviesa toda la sierra, tuve que pararme a descansar un rato, beber agua y ponerme el cortavientos, guantes y gorro. Hasta ese momento había pasado todo el día con una simple camiseta técnica y una gorra para taparme del sol.

Tras la puerta excavada sobre la roca de los raspones, el paso perdió algo de pendiente y fue más suave, pero la noche ya estaba tan avanzada que no veía el fondo del desnivel, y esto me preocupaba. Tras un rato, después de doblar la curva de la loma Pelada, la nieve desapareció, y aunque reapareció en unos pocos tramos, esto me dio un respiro, un alivio pensar que ya sólo se trataba de andar de noche por un carril de tierra, sin el riesgo de pisar nieve donde no debía y provocar algo grave.

Por fin en el refugio

Tardé una hora más en llegar al refugio desde la puerta de los raspones, a las 23:00. Y allí pasé la noche, abrigado y envuelto en mi manta de emergencia, en el refugio de los tres nombres, Pillavientos, Villavientos o «de Loma Pelá». Llegué tan cansado que ya no hice ninguna foto de aquel sitio ni me quedaron ganas de salir a hacer ninguna nocturna de la sierra.

Aunque los montañeros de la Carihuela me habían comentado que cuando pasaron el refugio estaba vacío, había una persona ya durmiendo, que se llevó un buen susto cuando entré allí a las tantas de la noche provocando un buen estruendo con la puerta de hierro que apenas encajaba. Aun así, tuve suerte, ya que no sé qué habría pasado si hubiese estado lleno, como parece que lo estaba aquella noche el refugio de la Caldera un par de kilómetros más allá.

Aquel montañero, después de reponerse del susto y del sueño, me dio algo de conversación mientras yo cenaba. No podía creerme, según me dijo, que llevara metido en el refugio desde las cuatro de la tarde, la misma hora a la que yo había comenzado mi ruta, perdiéndose el espectáculo y la magia de la luz del atardecer en inmejorable lugar. Supongo que a cada cual le gusta la montaña a su modo.

Calculando que la vuelta a Río Seco por la mañana temprano, aún de noche, me llevaría una hora, antes de dormir no olvidé programar la alarma de mi teléfono para las 5:40, de modo que pudiese estar un buen rato antes del amanecer junto a la laguna de Río Seco. Aquel día amanecería a las siete y media, pero el crepúsculo civil del amanecer comenzaría pocos minutos pasadas las siete de la mañana.

Pasé la noche envuelto en aquella manta y en un buen abrigo de plumas, utilizando el forro polar como manta para las piernas. El termómetro de temperatura ambiente que siempre llevo colgado en la mochila marcaba allí dentro unos 3 grados sobre cero. Aquello fue suficiente para pasar la noche, excepto la única parte para la que no llevaba abrigo. El frío en los pies, aun dejándome las botas puestas, no me permitió dormir en toda la noche, así que más que dormir, tuve la ocasión de descansar tumbado hasta antes del amanecer. Esta fue, además de otras cuantas, una lección más de lo que no hay que hacer, que es pasar la noche en la montaña sin el equipo adecuado.

En busca de la luz

Por fin sonó el despertador a las 5:40, algo que nunca he deseado con tanta intensidad, y no me costó nada ponerme en pie, recoger todo y comenzar el camino.

Llegué a Río Seco en media hora, la mitad de tiempo de lo que había tardado durante la noche, se notaba que aunque no hubiese dormido, al menos había descansado.

A pesar de que la luna aún brillaba, todo estaba bastante oscuro, pero poco a poco empezó a aparecer la luz. La laguna grande era una mancha de hielo, lo que me decepcionó, aunque ya lo esperaba después de ver la tarde anterior cómo estaba la laguna de las Yeguas, casi a 300 metros menos de altitud. Del resto de lagunas y lagunillos no había ni rastro.

Río Seco #4, privamera 2014

Amanecer en Río Seco #4, privamera 2014

Dejé la pesada mochila encima de una roca y me colgué la bolsa con el equipo y los filtros. Preparé la cámara, y ahora sí, el trípode, el portafiltros, los filtros a mano.

Di varios rodeos buscando encuadres, siempre en estos casos con la obsesión de no pisar nieve y dejar huella que fastidiase una composición, algo que nunca deja de ser estresante.

Río Seco #7, privamera 2014

Raspones de Río Seco al amanecer (Río Seco #7, privamera 2014)

Río Seco #6, privamera 2014

Amanecer Río Seco #6, privamera 2014

Ya tenía un encuadre inicial, del que estaba haciendo disparos de prueba a ISO muy alta, cuando en ese momento el crepúsculo comenzó a llenarlo todo de color y empezó el tiempo mágico que había estado soñando fotografiar.

Río Seco #1, privamera 2014

Amanecer en Río Seco #1, privamera 2014

Un vínculo intenso y extraño

En realidad soñaba con fotografiar los raspones y de los crestones salpicados de nieve y su reflejo sobre la laguna, con una fina película de agua formando un espejo, y la ausencia de esto, a ojos de un espectador que no ha vivido el momento ni sufrido para verlo, puede quitarle toda la espectacularidad a las fotografías que logré captar, y no llegar a ver aquello que yo veo reflejado cuando miro estas fotografías.

En cambio, para mí, el momento tan especial que viví hace que mantenga un intenso y extraño vínculo emocional con estas fotografías, vínculo que no he tenido nunca al fotografiar otros lugares. Creo que es la primera vez que entiendo de verdad a aquellos fotógrafos que hablan de cómo trataban de reflejar en su fotografía lo que sentían cuando la hicieron.

Hora de volver

Llega un momento en el que ya has explorado todos los encuadres que tu imaginación es capaz de ver en una única sesión, la luz se vuelve muy intensa, la magia del color desaparece y las emociones acaban dejándote agotado mentalmente, con lo que la creatividad ya no da para más. Ese es el momento de volver.

Y ese momento ocurrió después de que el crepúsculo fuera sucedido por unas ligeras nubes que aguantaron la luz suave hasta casi una hora y media. Tras recoger todo, beberme las pocas reservas de agua que aún me quedaban y comer todas las galletas y barritas que siempre llevo «por si acaso», me puse en camino.

En poco tiempo subí de nuevo a la huella trazada en la nieve por donde se suponía que transcurría la pista de tierra. Un último vistazo me permitió tomar esta fotografía de los Raspones desde arriba.

Último vistazo de los raspones desde la pista  (Ruta río Seco #18)

Último vistazo de los raspones desde la pista (Ruta río Seco #18)

La cicatriz de Sierra Nevada

Al rato llegué a la famosa puerta excavada en los raspones. Esto es algo que hoy día no se permitiría por ser una locura. Allí queda esta cicatriz de una gran herida hecha en el pasado a la zona más bonita de la sierra. Supongo que el daño ya está hecho y lo hecho, hecho está, no se puede reconstruir un raspón.

La puerta de los Raspones de Río Seco (Ruta río Seco #20)

Puerta de los Raspones de Río Seco (Ruta río Seco #20)

Algo parecido y que sí ha tenido remedio es el refugio Félix Méndez. Éste fue un refugio guardado que se construyó en los destructivos años 60 a orillas de la laguna grande de Río Seco. Otra más de las heridas hechas en el núcleo central de la sierra que hoy tampoco se habría permitido.

Para los que nos importa mantener el paisaje natural como tal, y más en esta zona tan especial, este refugio era, como se dice del Palacio de Carlos V en La Alhambra, «un santo con dos pistolas». Un edificio de dos plantas de altura estropeando el paisaje natural de ese bonito circo glaciar.

Esto sí tuvo remedio, y fue demolido a finales de los años 90, restituyendo el paisaje de este lugar tan maravilloso que nunca debía haber sufrido aquella huella humana tan visible. Aún quedan en otras sierras, como la de Gredos, huellas tan marcadas como la que fue este refugio.

En varias de las fotografías que tomé aparece en primer plano una base rocosa del circo glaciar sobre la que se asentaron los cimientos del refugio, y en ellas se pueden apreciar los restos de ladrillo que aún quedan.

Restos de ladrillo del antiguo refugio Félix Méndez (Río Seco #12, privamera 2014)

Restos de ladrillo del antiguo refugio Félix Méndez (Río Seco #12, privamera 2014)

Continuando el camino de vuelta

Pasada la puerta me volví a enfrentar a los pasos de nieve con un fuerte desnivel, y aún me quedaron ganas de fotografiar esta escena de un pequeño pico en la que un ligero cirro simula un humeante volcán.

Paso cargado de nieve tras la puerta de los raspones (Ruta río Seco #22)

Paso cargado de nieve tras la puerta de los raspones (Ruta río Seco #22)

Paso bajo el Cerro de los Machos visto desde la puerta de los raspones (Ruta río Seco #23)

Paso bajo el Cerro de los Machos visto desde la puerta de los raspones (Ruta río Seco #23)

Llegando al Collado del Lobo (Ruta río Seco #28)

Llegando al Collado del Lobo (Ruta río Seco #28)

Pero antes de seguir caí en la tentación de volver la mirada para despedirme de los crestones.

Mirada atrás hacia los Crestones de Río Seco (Ruta río Seco #21)

Mirada atrás hacia con los Crestones de Río Seco, el Mulhacén y la Alcazaba (Ruta río Seco #21)

A medio camino llegué al Collado del Lobo, donde estuve entretenido con la vista de la Alcazaba y el Mulhacén y el resto de picos del Este de Sierra Nevada, finalizando en el Picón de Jérez, el tresmil más alejado desde esta vista, y que coroné y en el que dormí un verano de hace muchos años cuando rondaba los dieciséis.

Además, desde el Collado del Lobo se podía ver Veta Grande, donde ya clareaba la nieve. La vista ya no era tan impresionante como la del atardecer anterior con aquellas nubes oscuras y amenazantes.

Veta Grande desde el Collado del Lobo a la vuelta (Ruta río Seco #29)

Veta Grande desde el Collado del Lobo a la vuelta (Ruta río Seco #29)

Mulhacén, La Alcazaba, Puntal de Vacares y otras cimas orientales desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #30)

Mulhacén, La Alcazaba, Puntal de Vacares y otras cimas orientales desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #30)

Y mirando hacia el sur ahora sí se podía contemplar bien el valle del río Veleta, donde no había rastro de los lagunillos del púlpito.

Valle del Río Veleta desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #31)

Valle del Río Veleta desde el Collado del Lobo (Ruta río Seco #31)

Ya avanzado el paso bajo el Cerro de los Machos, una mirada atrás y descubrí que me seguía una cordada de 3 seguida muy de cerca de otra de 4, que no logró alcanzarme hasta llegar al ascenso del collado de la Carihuela.

Cordadas que me seguían cuando ya llegaba al paso bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #32)

Cordadas que me seguían cuando ya llegaba al paso bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #32)

Mientras tanto yo atravesaba el último paso complicado.

Camino de vuelta, último paso complicado bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #27)

Camino de vuelta, último paso complicado bajo el Cerro de los Machos (Ruta río Seco #27)

Una vez que logré llegar hasta el refugio de la Carihuela, ahí seguían los montañeros con los que había hablado el día anterior. En cambio, yo ya llevaba dos horas y media en ruta y una hora y media fotografiando en Río Seco.

Desde el collado de la Carihuela, tras una vista atrás para contemplar lo que ya quedaba lejos, pude ver una masiva fila de montañeros que acababa de pasar por la puerta, precedida de un montañero solitario y éste a su vez precedido por varias filas más que casi llegaban al Collado del Lobo, todos ellos sobre la Alcazaba como fondo. Supongo que tal cantidad de montañeros sería la que debía haber pasado la noche en el refugio de la Caldera, no me extraña que estuviese a rebosar aquella noche.

Desde la Carihuela, fila de hormigas siguiendo los pasos que había hecho momentos antes (Ruta río Seco #34)

Desde la Carihuela, fila de hormigas siguiendo los pasos que había hecho momentos antes (Ruta río Seco #34)

Un vistazo hacia el norte y ahí tenía la cara sur del Veleta, con la caseta-laboratorio bien visible.

Cara sur del Veleta (Ruta río Seco #33)

Cara sur del Veleta, desde el Collado de la Carihuela (Ruta río Seco #33)

Un esfuerzo más me llevó ya de bajada directa hasta las Posiciones del Veleta, que son restos de antiguas trincheras de la Guerra Civil. Tras éstas se veía el inmenso cortado de la cara norte del Veleta.

El ambiente había cambiado completamente tras pasar la Carihuela. De una sierra alpinista totalmente tranquila y en silencio, pasé a una sierra dominada por las pistas de esquí, remontes por todos lados, muchos esquiadores y ruido constante.

Última foto de la travesía, mirada atrás hacia el Veleta (Ruta río Seco #35)

Última foto de la travesía, mirada atrás hacia el Veleta (Ruta río Seco #35)

Y por fin, tras 21 horas de travesía, 24 kilómetros recorridos y un ascenso y descenso de más de 1000 metros, llegué exhausto al coche y terminó esta aventura.