Peñarala, invierno 2014

Después de mi vuelta de Sierra Nevada no había tocado la cámara. La carga de emociones y la inyección de desconexión de la rutina y del trabajo fue tan intensa que me llevé a casa suficiente tranquilidad como para calmar cualquier brote de impaciencia por salir a fotografiar. Así han pasado algunas semanas dedicando tiempo a ver las fotografías que había tomado, a revelarlas y a preparar este sitio web.

Aunque aún me duraba esa inyección de tranquilidad que me mantenía satisfecho, las últimas nevadas en la Sierra de Guadarrama y el estupendo frente que ha mantenido unas nubes y luces de infarto en el cielo de Madrid me han hecho salir corriendo cámara en mano y trípode al hombro hasta Peñalara.

Con este artículo me gustaría comenzar a escribir una serie entradas para hablar de cómo son las sesiones que hago, así que aprovecho para ello las fotografías de carácter documental y autorretratos que me dio por tomar aquel día al iniciar esta salida para que mi familia viese las pintas que me traigo en la montaña cuando salgo a fotografiar.

Había planificado aquel día sin mucha antelación. Después de un fin de semana encerrado viendo amaneceres y atardeceres con unas nubes y colores espectaculares, el mismo lunes consulté el parte meteorológico y decidí ir el jueves, ya que había previsión de 50-60% de cobertura de nubes y sin riesgo de lluvias o nevada. Aunque no tuve luces espectaculares, creo que no me equivoqué al elegir día, al menos para mi integridad, pues el miércoles por la tarde cayó un repentino aguacero de impresión en Madrid, no quiero pensar la nevada que me hubiese pillado allí arriba.

Llegado el día, aunque al principio vi pocas nubes, me puse en camino. Aunque estoy seguro de que aquella zona sólo es buena para los amaneceres, no fui temprano aquel día, no tenía encuadre previsto y, trabajando al día siguiente, no quería levantarme muy temprano, ya que para estar allí a la hora del amanecer tendría que levantarme a las 5:30am y sin encuadre claro podría ser una decepción sonora. Así que lo que tenía planificado era llegar a las 10am, estudiar encuadres en las zonas que ya tenía algo estudiadas del mes de noviembre anterior y, cuando encontrase un encuadre que me convenciese, esperar a la luz de tarde y ya volver de noche hasta el coche.

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Ya eran las 8:30am cuando salí de casa con todo cargado. Esta vez llevaba las raquetas de nieve bien atadas a la mochila. Las raquetas de nieve son útiles cuando vas a ir fuera de los senderos a buscar encuadres y las nevadas han sido muy recientes, ya que la nieve no está pisada y hay zonas en las que hundirse sin ver qué hay debajo puede ser peligroso, a veces los desniveles son tremendos.

Lo que buscamos los fotógrafos en la montaña nevada suele ser nieve sin pisar, depende de la intención, y en Peñalara en especial y en la Sierra de Guadarrama en general, un fin de semana es letal para este objetivo, hordas de montañeros y de familias completas arrasan con cualquier metro cuadrado de nieve virgen. La diferencia entre la Sierra de Guadarrama y Sierra Nevada en este sentido es notable, en esta última, cuando he estado fotografiando, había días que no me cruzaba con nadie, otros con muy pocas personas, esto es lo que permite encontrarse dunas de nieve impolutas sin una sola pisada o pisadas apenas visibles.

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Volviendo a Peñalara, aquel día llegué al puerto de Cotos a las 9:30am, con algunos sustos por el camino a causa de la nieve que cubría la carretera aún sin limpiar.

Al llegar al parking de Cotos había muy pocos coches y estaba algo cubierto de nieve, imaginaba que a la vuelta, ya de noche, tendría que poner las cadenas, pero por suerte al volver estaba limpio. Antes de seguir tengo que pedir disculpas por la calidad de algunas fotos, pero el iPhone a mano era una tentación para documentar y me daba mucha pereza abrir la mochila y sacar la réflex nada más llegar. Con las manos ocupadas con los dos bastones y un trecho por delante, me gusta llevar todo el equipo guardado hasta que llego al destino o hasta que no puedo resistirme ya más a comenzar a fotografiar.

Una vez iniciada la marcha ya podía comprobar que la nieve había venido para quedarse y que no iba a ser el espejismo del pasado otoño. La zona de trineos, otrora zona de principiantes de la antigua estación de sky de Valcotos, donde las familias trillan la nieve hasta sacar el color marrón del barro, estaba bien cubierta.

El inicio del camino de subida no tenía nada que ver con lo que había en diciembre.

Refugio del Zabala

Tenía planificado subir hasta la zona del Zabala y estudiar encuadres, luego bajar hasta el circo glaciar de Peñalara, ver cómo estaba la nieve en la laguna grande, y finalmente, si encontraba algún encuadre interesante, fotografiar el atardecer en la zona de borreguiles que hay un poco más abajo, camino de la laguna chica. No deja de resultarme curioso que se utilice oficialmente un diminutivo así, más típico de zonas del sur de la península ibérica.

En la ruta hacia mi destino nunca estuve solo. Seguía y me seguían varias cadenas de alpinistas, esquiadores de montaña, incluso algunos con su tabla de snow. Muy diferente al atardecer y la vuelta de noche, en la que parece llegar un toque de queda implacable que vacía la montaña y en la que sólo las ganas de fotografiar con buena luz retiene a los fotógrafos.

Una vez llegué al Zabala, decidí echar un vistazo y ver en qué estado se encontraba. El Zabala es el refugio de Peñalara, inaugurado en los años 30 y bautizado así como homenaje al alpinista del mismo nombre.

El que quizá en el pasado fuera un refugio acogedor con chimenea y lugar de tertulia y descanso, ahora no cumplía más misión que ser un pequeño habitáculo para cobijarse casi de pie ante una tormenta, cerrado en más de tres cuartas partes y permaneciendo abierto un espacio minúsculo que más bien parece el recibidor de algo. En la fotografía se muestra tal cual estaba cuando me lo encontré, y en realidad aún es más pequeño de lo que puede parecer por engaño del gran angular con el que está hecha la fotografía.

Una vez estudiados los encuadres de esta zona para otra ocasión, continué mi camino en dirección a la laguna grande de Peñalara, algo desesperado porque un encuadre impoluto de pisadas y muy atractivo que estaba estudiando, y que casi me tenía convencido para esperar allí la tarde y romper el resto de mi plan, terminó siendo pisoteado delante de mis ojos por dos montañeros que la consideraron un buen lugar para sentarse a comer. Está claro que cada uno tiene sus prioridades y disfruta la montaña a su manera, como el siguiente esquiador que pude fotografiar deslizándose ladera abajo. Llega a impresionar el ruido que genera una bajada de un esquiador desde bien lejos, me recuerda al sonido que provoca un avión con reactor cuando pasa a cierta altura.

Peñalara, invierno 2014

La Laguna grande de Peñalara

Peñalara, invierno 2014

Recuerdo que la bajada hasta la laguna grande de Peñalara desde donde me encontraba tuvo su aventura. Tenía algo de desnivel y alternaba zonas de nieve dura y zonas de nieve polvo con gran espesor, por lo que no había ningún equipo ideal para tan variadas situaciones. Llevaba puestas las raquetas de nieve, ideales para las zonas de nieve polvo, donde veía que las pisadas de algunos predecesores habían sido apuradas y se hundían hasta profundidades muy incómodas para moverse, por otro lado, cuando pisaba con las raquetas la nieve dura con ese desnivel parecía por momentos que llevaba puestos esquís y que iba a terminar haciendo un gran slalom, y aunque los sustos fueron continuos, acabé llegando de pie al borde de la laguna.

Cuando llegué a la laguna, ésta estaba completamente helada, cosa que ya esperaba pues en otoño ya estaban todas así.

Peñalara, invierno 2014

La Cascada Negra sí estaba distinta, ahora estaba cubierta de hielo y su estado no hacía honor a su nombre.

Aviso de protección en la laguna de Peñalara

Peñalara es parque natural, y por tanto, está sujeto a medidas de conservación. Entre ellas hay dos que me llaman la atención, sobre todo porque no he visto nunca en Sierra Nevada algo parecido. La primera es que no está permitida la escalada en la Cascada Negra, excepto cuando hay hielo. La segunda es el cordón de seguridad que hay alrededor de la laguna por el que no está permitido acercarse a más de 8-10 metros de la orilla por la zona más próxima al camino natural de aproximación. La verdad es que después de ver la afluencia masiva que hay allí lo entiendo perfectamente, aunque ello signifique renunciar a los mejores encuadres, que son los que habría a pie de agua y con vistas hacia la pared del circo.

En la laguna estuve la mayor parte de la tarde, estudiando encuadres y siendo consciente de que, al ser la zona de mayor afluencia de «turistas», no hay nada que hacer un fin de semana, pues los encuadres interesantes que había no serían capaces de sobrevivir sin pisar hasta el atardecer. Así que tuve que asumir que sólo sería posible fotografiar un gran momento durante un amanecer tras una noche de nevada reciente o durante el atardecer de un día de trabajo.

Peñalara, invierno 2014

Cuando se sube a fotografiar la montaña nevada, además del frío, hay varias incomodidades que se sufren, entre ellas está el constante quita y pon de guantes. Otra es el dilema de tener que andar varios metros con desnivel y tener que llevar el trípode al hombro y llevar un sólo bastón, algo peligroso cuando el desnivel ya es importante, o realizar la molesta operación de quitar la cámara del trípode, guardarla en su funda y colgarte el trípode al hombro o la espalda con una cinta para así poder llevar los dos bastones y bajar o subir más seguro. Y por otro lado está el peso de la mochila, para esto aprovecho para quitármela cualquier parada en la que veo varios encuadres que me van a llevar un cierto tiempo, aunque muchas veces la propia molestia de quitársela hace que cargue con ella durante más tiempo del que desearía.

Peñalara, invierno 2014

Estando en la laguna, mientras evaluaba este encuadre, y antes de reencuadrar tras ver que todos los elementos estaban demasiado apretados, que cortaba elementos por ambos lados del encuadre y darme cuenta de que la piedra inferior estaba tocando el borde, el cielo comenzó a cubrirse y perdí el momento de llevarme un buen boceto a casa.

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Así que, como aquel día quería estudiar en detalle todas las zonas posibles, y el encuadre no me acababa de convencer, viendo a lo lejos la figura serpenteante del arroyo de la laguna, no resistí la espera y acabé continuando mi camino, llegando más abajo hasta la zona de borreguiles.

Aún quedaban algunas horas de luz y bajando pude ver el refugio del Zabala recortado por las nubes en un suave contraluz.

Peñalara, invierno 2014

Borreguil

Por el borreguil transcurre el arroyo de la laguna, que como su nombre insinúa, nace en la laguna grande, y alimenta y riega los borreguiles y las zonas encharcadas colindantes, dando la impresión de haber sido en el pasado una laguna, ahora perdida por un proceso de colmatación.
Una vez en el borreguil, fui siguiendo la huella de un esquiador de fondo. Cuando no está nevado y llegan las primeras heladas, las zonas encharcadas se convierten en pistas de patinaje, y luego, cuando las nevadas ya son considerables, el arroyo se oculta. Esta vez asomaba tímidamente unos metros a lo lejos y fui siguiendo la huella confiado porque llevaba las raquetas. La zona suele tener un buen espesor y se hace impracticable sin ellas. Todo iba bien hasta que me hundí repentinamente hasta las rodillas con los dos pies y me di cuenta de que me había colado en el arroyo. Por suerte las botas que suelo llevar están preparadas y pensadas para esto y el agua no las traspasó, además, el nivel del arroyo no era tan profundo como para llegar hasta el borde de las botas. En caso contrario, los pies mojados y temperaturas bajo cero pueden provocar una retirada repentina. En la fotografía que tomé de la cámara sobre el trípode se puede ver la pequeña parte visible del arroyo, y el agujero a la izquierda, que no estaba allí cuando llegué y fue plena contribución mía. Aún se aprecian rastros de agua embarrada salpicados cuando trataba de salir de la peculiar trampa.

Una vez sacudida el agua helada de mis botas, coloqué el trípode y la cámara mirando hacia el arroyo para ver lo que podía hacer. Probé a realizar encuadres más abiertos, mostrando un cielo al fondo que terminaría por cubrirse completamente, y fotografías más abstractas, reflejando el contraste de la figura negra sobre el fondo blanco.

Agotado este encuadre, me alejé unos metros hasta encontrar uno nuevo con unas suaves líneas marcadas en la nieve detrás de una piedra. Estas marcas se deben a la aerodinámica de la piedra, los vientos que bajan por el circo glaciar siguen la misma dirección que el cauce del arroyo y la piedra protege la nieve acumulada tras ella, moldeando el viento una suave cola tras la piedra. Desgraciadamente el esquiador de fondo debió pensar también que era una buena zona para parar y había dejado pisadas en la parte izquierda del encuadre rompiendo así el encanto de las formas. A pesar de esto, procuré tapar y alisar las pisadas, pues ya estaba agotado y no me veía con fuerzas de seguir más lejos buscando otros encuadres. Aunque éste no era perfecto, el cansancio hizo que decidiese quedarme allí y aprovechar para ver cómo eran las luces del atardecer en esta zona para otra ocasión con un mejor encuadre.

Peñalara, invierno 2014

Mientras permanecía a la espera de la luz, el viento comenzó a soplar con insistencia y el frío ya iba siendo considerable, a pesar poder haber aguantado más tiempo después de abrigarme más aún y de estrenar la manta térmica de emergencia para las piernas, el cielo terminó por cerrarse sin dar la oportunidad al sol a pintar las nubes antes de ponerse definitivamente.

Peñalara, invierno 2014

Camino de vuelta

Con el cielo muy tapado y algo desilusionado por no haberme llevado nada interesante, comencé el camino de vuelta al coche.

Peñalara, invierno 2014

La luz disminuyó muy rápido y pronto se cerró la noche.

Aun con la desilusión de no haber podido llevarme a casa ninguna fotografía que me dejase totalmente satisfecho, no creo que pueda describir la sensación tan buena que se experimenta dando un solitario paseo con raquetas de nieve por la noche.

Peñalara, invierno 2014

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